Segovia y La Granja

Resulta imperdonable que hasta este fin de semana no conociera Segovia, por su cercanía a Madrid, pero, por esta misma razón, ha sido un error fácil de enmendar. La ciudad, famosa por el acueducto romano, tiene el ambiente, la armonía y el ritmo pausado, como si el tiempo pasara más lento, propio de las ciudades castellanas. No cuesta apreciar calidad de vida paseando por sus hermosas calles. Y fascina encontrar huellas de distintos periodos históricos. Segovia es un museo al aire libre. Empezando, claro, por su acueducto, uno de los monumentos romano mejor conservados y más espectaculares de cuantos podemos observar en España. Sorprende su majestuosidad y también el hecho de que date del siglo II después de Cristo y que su sistema fuera tan preciso, tan ejemplar, tan avanzado. Cerca del acueducto hay una escultura de la leyenda de Rómulo y Remo, amamantados por la loba Luperca, fundadores de Roma, que es un homenaje de la ciudad romana a Segovia por ese acueducto, uno de los vestigios de aquella civilización que quedan en España. 


La historia bulle por las calles de Segovia. Al lado de su plaza mayor, por ejemplo, está situada la Iglesia de San Miguel, levantada en el mismo lugar en el que fue coronada la reina Isabel la Católica, fundadora junto a Fernando el Católico de la España moderna, con su matrimonio, que unificó los reinos de Castilla y Aragón. Hay huellas de estos monarcas, trascendentes para la historia de España. También de las sombras de su reinado, como la expulsión de los judíos. En la judería, con calles estrechas y cruces aún en las puertas de algunas casas como señal de que allí residían conversos que renegaron de su fe y abrazaron el cristianismo para no abandonar sus casas, está la antigua sinagoga mayor de la ciudad, hoy iglesia de Corpus Christi. En su folleto informativo se dice al comienzo que "ha sufrido diversas transformaciones", que es una forma muy eufemística de decir que un tempo judío se convirtió a la fuerza en una iglesia tras la expulsión de los judíos. 

Sí se relata la leyenda que dio lugar a esa confiscación de la sinagoga. Según dicen, en el año 1410 un grupo de judíos intentó cocer una forma consagrada en un caldero con agua hirviendo, pero ésta no ardió, sino que salió volando, nada menos, hacia el monasterio de Santa Cruz de la Real. En fin, tardó poco la Iglesia católica en reconvertir la sinagoga en iglesia, pues ya lo era en el año 1419. Además de su estructura, propia de las sinagogas, destaca su artesonado, construido tras un gran gran incendio sufrido por el templo, igual que ocurrió en otros monumentos de la ciudad, como el Alcázar o la Catedral. 

El Alcázar, que data del siglo XII y fue construido inicialmente como fortificación, pero fue residencia de distintos reyes de Castilla, como Alfonso VIII. También Isabel la Católica residió allí, igual que Felipe II y Ana de Austria. Hay varias estancias interesantes en el Alcázar. Quizá la más impresionante sea la sala de los reyes, encargada por Felipe II, donde hay esculturas de todos los reyes de Asturias, León y Castilla, con una descripción de su reinado. También hay una sala del trono, con retratos de los Reyes Católicos, o una capilla. 

La Catedral, gótica con algún rasgo renacentista, provoca la clásica sensación de fascinación y asombro, el mismo pensamiento de admiración por que algo así pudiera levantarse en el siglo XVI, y la duda de si nuestra sociedad legará a las siguientes generaciones maravillas tan deslumbrantes como esta. Tan inmenso. Tan descomunal. Tan bello. Tan espectacular. Destacan sus vitrales, su claustro y las distintas capillas que rodean la nave central del templo. La casa museo de Antonio Machado es otro de los puntos de interés de la ciudad. 

El domingo disfrutamos de La Granja de San Ildefonso, llamada así porque en esta zona crearon una granja los monjes jerónimos y porque antes, el rey Enrique IV mandó construir una iglesia dedicada a San Ildefonso después de tener un incidente con un jabalí del que salió airoso (el rey, supongo que el jabalí no salió muy bien parado). Felipe V, aficionado a la caza y enamorado por el paisaje idílico de La Granja, decidió retirarse al Palacio. Abdicó en su hijo Luis I, para retirarse a La Granja a combatir la melancolía que sufría. Pero la muerte prematura de su progenitor, que apenas reinó un mes, le obligó a volver al trono y a convertir el que entonces era más bien un alcázar en el palacio de la corte, lo que obligó a una ampliación. 

Son muchos los atractivos de La Granja. Desde luego, sus jardines con sus famosas fuentes, que funcionan unos pocos días al año. Son jardines inspirados en los del Palacio de Versalles, pues allí nació el primer rey Borbón de España. Las fuentes, que están inspiradas en la mitología clásica, se construyeron en plomo, pero están revestidas de bronce, precisamente, para imitar a las del jardín del Palacio de Versalles. Dentro del palacio se puede observar una maravillosa colección de tapices, entre los que se incluyen tres que pertenecieron a Isabel la Católica. También hay varios procedentes de los Países Bajos, que formaron parte del imperio español, y que incluyeron desde muy pronto una especie de sello de calidad, unas iniciales acreditativas de que fueron elaborados en Bruselas. Hay tapices inmensos, del tamaño de un apartamento, con distintas escenas, sobre todo religiosas. También destaca las maravillosas esculturas que pertenecieron a Cristina de Suecia, y que son réplicas de los originales, que están en el Museo del Prado, así como los distintos cuadros que decoran las salas (algunos de ellos pintados por Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V) o la colección de cerámica de la reina. 


Todos los reyes de España están enterrados en la cripta real del Monasterio de El Escorial. Casi todos, en realidad, porque Felipe V y su esposa yacen en la Colegiata de la Granja de San Ildefonso, coqueta pero impresionante, donde se encuentran las sepulturas de los monarcas, porque así lo decidieron y porque quisieron seguir juntos siempre, hasta la eternidad. 

Una buena amiga me contó un día que una compañera de trabajo suya, que es de Polonia, le mostró su sorpresa porque cuando volvemos de alguna escapada los españoles siempre, siempre, siempre, siempre hablamos de cómo hemos comido en esa ciudad que hemos visitado. No entendía que le diéramos tanta importancia a la comida, que a la hora de reseñar lo más destacado del viaje siempre haya hueco para hablar de gastronomía. Pero así es. Y una crónica de este fin de semana en Segovia y La Granja no podía dejar de mencionar los judiones, riquísimos y contundentes, el cochinillo y, sobre todo, el ponche segoviano, el delicioso postre típico de la zona, con mazapán y yema. Una deliciosa bomba de relojería. 

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