En defensa del error

Cuenta Kathryn Schulz en el portentoso libro En defensa del error. Un ensayo sobre el arte de equivocarse que Aristóteles quería acabar con el arte, porque era una falsificación de la realidad, una imagen equívoca de lo verdadero, en definitiva, un error. Su opinión no puede diferir más de la que, siglos después, compartía Anne Carson al sostener que "en lo que nos metemos cuando hacemos poesía es en el error", Ambas posturas representan las dos formas de entender el error: el modelo pesimista, que lo considera algo innoble y que se debe eliminar, y el modelo optimista, que se toma el error con menos seriedad, que comprende que es inevitable y que también le encuentra su atractivo.

Habla la autora en una parte de este excepcional ensayo, que atrae por su sugerente título y atrapa porque es de los pocos libros que transforman al lector, del papel del error en el arte, de los defectos, de lo mucho que se alejan los artistas de la realidad para alcanzar cotas nuevas. Menciona, por ejemplo, una hermosa frase de Tristan Tzara, poeta dadaísta, que animó así a los artistas de ese movimiento: "intentemos por una vez no tener razón". Bien es sabido por todos que el arte nos engaña, es una gran farsa, un compendio de benditos errores, que cuestiona todas las certezas y plantean todas las pregunntas. Dijo Picasso que "el arte es una mentira que nos hace darnos cuenta de la verdad, por lo menos de la verdad  que nos es dado comprender"


El error no sólo juega un papel trascendente en el mundo del arte, donde tanto importa la imaginación. La autora, firme defensora del modelo optimista del error, también menciona el método científico, basado en el error mismo, en recorrer distintos caminos que pueden llevar o no a lo que se busca, pero que, entre medias, gracias a las equivocaciones o imprecisiones del investigador, también pueden conducir a descubrimientos inesperados. 

Schulz comienza el libro repasando qué puede conducirnos al error, desde los sentidos, que a veces nos engañan, hasta las creencias de las que nos dotamos, que a menudo nos ofuscan. Pone miles de ejemplos este ensayo que se lee con absoluta fascinación. Habla de la campaña electoral en Estados Unidos que enfrentó a George W. Bush y a John Kerry, y cómo las dudas, la indecisión de este último sobre muchos aspectos le pasó factura, mucho más que la convicción (equivocada) de que Irak tenía armas de destrucción masiva, que con tanta insistencia sostuvo Bush. Deja claro este libro que nadie defiende con tanta vehemencia una idea que quien empieza a dudar de ella, y eso se aplica a cuestiones irrelevantes, como disputas sobre el nombre de aquel actor o sobre qué camino es más corto para llegar a un punto, como a temas capitales, como las creencias religiosas o las ideas políticas. 

Cautiva la lucidez de este ensayo. Sostiene la autora, por ejemplo, que aceptamos para justificar nuestros actos lo que sentimos íntimamente, como si fueran argumentos inapelables, pero exigimos a los demás otra clase de razones, y desacreditamos en su caso esos sentimientos que sólo son aceptables sí somos nosotros los que los esgrimimos como argumentos para actuar de un modo determinado. También expone que nunca llegaremos a conocer del todo a nadie, sencillamente porque no podemos, porque, por mucha confianza que haya entre dos personas, hay terrenos íntimos e intransferibles. De los demás tenemos su fachada, su cara externa, lo que transmiten, pero no podemos acceder a su mente, a lo que piensan. Al escritor J. M. Coetzee se le atribuye esta espléndida frase: "mi libro favorito es el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, porque la historia de un hombre solo en una isla es la única historia que existe"

Además, por definición, siempre creemos estar en lo cierto y nos cuesta admitir nuestros errores, por la sencilla razón de que si supiéramos que nuestras creencias están equivocadas, dejaríamos de sostenerlas. Es lo que la autora llama Restricción Porque es Verdad. Básicamente, si nosotros pensamos algo, tenemos una tendencia clara a descartar los indicios que cuestionen su veracidad y a agarrarnos a aquellos que la respalden

No hay espacio que no explore la autora en este ensayo. Es impactante cómo relata la comparecencia del expresidente de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan, en un comité en el Congreso de EEUU, en el que reconoció que con la crisis económica "todo el edificio intelectual se derrumbó", porque constató "un fallo en el modelo que yo consideraba la estructura operativa crítica que define cómo funciona el mundo". De pronto, la teoría de que el mercado se puede (y debe) regular por sí sólo, que todo funciona sin intervención alguna de las autoridades, se cayó con estrépito. También comparte historias personales, más íntimas, de personas que abandonaron una determinada creencia religiosa o del templo del error, que es el amor, sobre cómo con frecuencia nos autoengañamos y sobre lo equivocada que está la clásica forma de entender las relaciones de pareja, esa fábula de las películas románticas. 

Entre los ejemplos más claros sobre cómo nuestras creencias nos pueden empujar a cometer errores y a cerrarnos en nuestros prejuicios es lo mucho que tardó Suiza en aprobar el derecho al voto femenino, con muchos de sus cantones resistiéndose más allá de 1971 para extender el derecho al sufragio a la mitad de la población. El movimiento sufragista, cuenta la autora, se veía como una imposición exterior, lo que les hacía reafirmarse aún más en sus prejuicios. El libro también relata experimentos sociales sobre cómo influye la presión del entorno para pensar algo o, incluso, para ver lo que los demás dicen ver alrededor. En defensa del error es, en fin, un ensayo excepcional, que cambia al lector porque le hace acercarse al error de un modo distinto al habitual y porque regala inteligencia y lucidez a cada página, además de frases magníficas de pensadores como esta de Charles Renouvier que resume bien la esencia del libro: "para ser exactos, la certeza no existe; sólo hay gente que piensa estar en lo cierto". 

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