Un año de vergüenza


Ayer se cumplió un año de la firma del pacto de la vergüenza entre la UE y Turquía, del suicidio moral de Europa con un acuerdo indecente que consistía, básicamente, en externalizar la gestión de los solicitantes de asilo, de los seres humanos que escapan de la guerra y el terror, como si fueran residuos, como si se pudiera mercadear con ellos. Por un puñado de euros, la UE se desentendió del drama de los refugiados y decidió incumplir el derecho internacional. Y, un año después, en esas seguimos. Es importante recordarlo. Recordar, no sólo que el acuerdo con Turquía es impresentable y carece de la más mínima humanidad. Es que, además, incumple abiertamente la Convención de Ginebra, esa que han firmado todos los países de la UE, esa que incumplen a diario. 


El acuerdo, que ha cumplido un año de incumplimientos legales y de fracasos morales, es obsceno por muchas razones. Últimamente he debatido con amigos sobre Europa, sobre la crisis que vive el concepto de Europa, sobre el surgimiento de partidos extremistas, sobre todo lo que va mal. Y me temo que tendemos a confundir el europeísmo, necesario, vital para un país como España, con la falta de críticas a acciones impresentables como el modo en el que los líderes europeos han apartado de un empujón el drama de los refugiados. No es menos europeísta quien padece arcadas por el acuerdo de la UE con Turquía que quien parece confundir las críticas razonadas por principios éticos con ser antisistema o euroescéptico. Cuando es todo lo contrario. Se trata, precisamente, de construir una UE humana, no la que ha ofrecido su peor cara con la tragedia de los refugiados. 

No es un tema menor, es una línea roja. Mientras Europa persevere en su falta de humanidad con los seres humanos que solicitan su ayuda, la UE merece el respeto justo. Costará creerse el proyecto y apoyarlo si mantiene su falta de solidaridad, si continúa incumpliendo el derecho internacional y si sigue mirando hacia otro lado. Los principios de Europa deberían ser otros, esos que están pisoteando los líderes de todos los países europeos. Es lamentable que la única medida que ha pasado factura a Angela Merkel en Alemania sea su destello mínimo y pasajero de humanidad con los refugiados. Duró poco, ya que ella impulsó la firma del acuerdo de la vergüenza con Turquía, pero fue suficiente para que los extremistas y racistas se la echaran encima. 

Criticamos con frecuencia a Donald Trump por sus discursos xenófobos, sin querer percatarnos de que la UE tiene poco de lo que enorgullecerse en este asunto. No difiere demasiado el desprecio al diferente del patán que ocupa la Casa Blanca con la despreocupación de los líderes europeos con el drama de los refugiados. No difiere en absoluto, más bien. Comparten la misma falta de humanidad. 

Hay una frase magnífica de Voltaire que se puede aplicar con precisión a la situación actual de la Unión Europea. Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciéndolo todo por dinero. Y es tal cual, sí, porque ha entendido la UE que el problemilla de que se mueran en nuestras cosas o que vivan hacinados en campos de concentración seres humanos que piden nuestra ayuda se podría solucionar pagando unos euros a Turquía. Y, claro, no es así. No es sólo que Turquía utilice este acuerdo como arma política, no es sólo que el drama de las personas que malviven en campos de refugiados se mantenga, no es sólo que si se cierra una ruta de acceso a Europa se abren otras más peligrosas, no es sólo la falta elemental de educación, es que el mero planteamiento de un acuerdo así debería haber provocado una repugnancia generalizada. En los políticos europeos y en la sociedad. La sociedad que, salvo honrosas excepciones, vive de espaldas a este drama. 

No faltan tampoco quienes preguntan cómo vamos a financiar la atención a estas personas. Se puede, por supuesto. Y prueba de ello dan países, como la propia Turquía o El Líbano, que no tienen ni remotamente la situación financiera de la UE, y que sin embargo han recibido a millones de personas. Pero es que, además, ese dilema no es tal. Es una cuestión moral. Es como si, cuando fuéramos a rescatar a alguien que se ahoga en el mar empezáramos a preguntarnos cómo íbamos a atenderlo, quién le iba a dar de comer, qué pasaría si de repente se empieza a ahogar más gente... Y, entre pregunta y pregunta, muriera esa persona. Es exactamente lo que está ocurriendo. Primero rescatas a esa persona y después te haces las preguntas que quieres. La humanidad y la ética deben estar por encima de todo. 

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