Otras inquisiciones

Además del recuerdo de un viaje inolvidable y de los ecos y las escenas de una ciudad con resonancias culturales en cada esquina, de Buenos Aires me traje un par de ediciones antiguas de sendos libros de Jorge Luis Borges, compradas en una encantadora tienda de San Telmo con toda clase de cachivaches. En Otras inquisiciones, compendio de artículos y reflexiones publicado en 1960, el genial autor argentino habla un poco de todo, aborda distintos temas, pero siempre, siempre acaba regresando a la literatura. 

Dice Borges que ha llevado "una vida consagrada menos a vivir que a leer". Y, en lo tocante a la lectura, le creemos. Muestra una erudición desbordante en este libro, en el que habla de sus autores preferidos, de su visión de la literatura, de lo que le atrae en los textos de otros. Él que escribió aquello de "que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído", comparte aquí lecturas y reflexiones. Cuando se admira a un escritor, poder profundizar en su forma de entender la literatura, conocer qué autores admira él y por qué, resulta muy revelador. 


Borges comparte en este libro, por ejemplo, su hermosa y precisa definición de los clásicos literarios: "clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad". El genio argentino también escribe varios artículos sobre asuntos teológicos o filosóficos, pero siempre, desde su peculiar punto de vista. Como reconoce en el epílogo, tiende a "estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran de singular y de maravilloso". 

Él, que en sus obras va mucho más allá de lo cotidiano, que se escapa de la realidad, aprecia, sobre todo, la originalidad en los textos, el atrevimiento. Y repite en varias ocasiones que no le gustan las alegorías ni los relatos en los que se pretende dar alguna lección, en los que el autor remata la historia con un toque moralizante. "Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas, suelen referirse a doctrinas contrarias a las suyas. Desde luego, tal no es mi caso; agradezco y profeso casi todas las doctrinas de Wells, pero deploro que éste las intercalara en sus narraciones". 

Aprecia la literatura y los relatos por su valor intrínseco, no por las ideologías o las intenciones que puedan encerrar, que a él nada le dicen, que en absoluto le interesan. Compara la literatura con los sueños, citando, por ejemplo, a Schopenhauer, quien "escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir; hojearlas, soñar". Escribe Borges también sobre las influencias de los autores clásicos en los modernos. Y lo hace, claro, con una belleza exquisita, al afirmar que "cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro". 

No habla demasiado de política Borges, pero sí algo. Relata, por ejemplo, la emoción que le embriagó cuando se liberó París de los nazis. Habla del "grado físico de mi felicidad" cuando le comunican la noticia, y también celebra la constatación de que "una emoción colectiva puede no ser innoble". O comparte, en Nuestro pobre individualismo, su visión crítica del nacionalismo y el patriotismo. Lo hace, claro, recurriendo a pensadores del pasado. "Las ilusiones del patriotismo no tienen término. En el primer siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes declaran que la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto; Milton, en el XVII, notó que Dios tenía la costumbre de revelarse primero a sus ingleses; Fichte, a principios del XIX, declaró que tener carácter y ser alemán es, evidentemente, lo mismo". 

Pero siempre regresa a la literatura. Es a lo que consagró su vida, quizá porque piensa, con Mallarmé, que "el mundo existe para llegar a un libro" o, porque cree, como se lee en la Odisea, que "los dioses tejen desdichas para que a las futuras generaciones no les falte algo que cantar". Incluye Borges una cita bellísima de Hudson en la que éste afirma que "muchas veces emprendió el estudio de la metafísica, pero que siempre lo interrumpió la felicidad". Frase que contrasta con esa otra de Borges en la que el autor argentino se lamenta de haber cometido el mayor de los pecados, no haber sido feliz. La realidad es que el autor argentino ha hecho y hace feliz a generaciones distintas de lectores, que encuentran en sus libros obras y fabulaciones inmortales. Tal vez porque de ellas puede decirse lo que Hazlitt dijo de Shakespeare, que "se parecía a todos los hombres, salvo en lo de parecerse a todos los hombres. Íntimamente no era nada, pero era todo lo que son los demás, o lo que pueden ser". 

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