A priori, un tanatorio no es un lugar particularmente apropiado para los chistes y las bromas y, sin embargo, las risas no son infrecuentes allí, incluso a carcajadas. Quizá porque son una vía de escape al dolor, tal vez por el absurdo de todo esto, puede que sin ninguna razón, sólo porque surge el humor, sin explicación, sencillamente aparece, sin más. Lo mismo puede decirse de Manchester frente al mar, de Kenneth Lonergan. Es una historia dramática, muy dura, hasta donde se puede leer, y mucho más aún cuando, a mitad de metraje, se conoce el motivo que lleva a Lee Chandler, el protagonista, a vivir en ese estado de apatía, abatimiento y tristeza permanente. Es una historia tremenda pero, igual que en los tanatorios, del modo más imprevisto e, incluso, inapropiado, surge el humor. Hay escenas muy cómicas, a veces, justo en el momento más doloroso. Como la propia vida. Lo mejor de este filme es la sensibilidad de esta película y la verdad que encierra.
El protagonista del filme, al que da vida con una excelencia poco común Casey Affleck (por algo el Oscar a mejor actor llevaba su nombre), regresa a su pequeña localidad natal cuando le anuncian la muerte de su hermano Joe. Lee trabaja en Boston, una vida rutinaria como responsable del mantenimiento de un bloque de edificios. Desatasca tuberías, revisa la instalación eléctrica, limpia de nieve la entrada a los pisos. Y todo, sin entablar contacto con nadie, manteniendo una distancia gélida. Al llegar a Manchester frente al mar, la localidad que da nombre a la cinta, que le persigue allá donde va, se ve convertido de pronto en el tutor de su sobrino de 16 años.
Algún suceso en el pasado, desconocido durante la primera parte de la cinta, marcó a Lee y le hizo salir del pueblecito, donde todo el mundo parece mirarle raro, cuchicheando sobre lo ocurrido. Él es callado, reservado, con una pena inmensa. De él podría decirse lo mismo que escuchamos en Julieta, de Almodóvar, "tu ausencia llena mi existencia, y me destruye". Está devastado. La relación con su sobrino, con las palabras justas, con las complicaciones típicas de la adolescencia, y con el obstáculo de lo mucho que le cuesta a ambos expresar sus sentimientos, es el hilo conductor de este filme que va ganando en intensidad y dureza a medida que avanza el filme, sin caer nunca en el melodrama barato, sin concesiones y con honestidad.
No es, de entrada, un personaje con el que resulte fácil encariñarse. Y no es, desde luego, una película particularmente fácil de ver. Ni siquiera, con esos toques de humor que, por increíble que parezca, aparecen con bastante frecuencia en el filme. No es sencilla, porque es un drama devastador sobre la muerte, la culpa, la posibilidad de la redención, los vacíos imposibles de llenar, el pasado que persigue como una sombra al presente y oscurece al futuro. Es triste, tristísima. El espectador conecta con el protagonista cuando conoce, mediante uno de los flashback del filme, la razón que le hace estar sumido en ese estado, una escena salvaje que cambia por completo la perspectiva de quien contempla la película, que lo cambia todo.
Lee se reencuentra, además de con sus recuerdos, con las personas que dejó atrás en su localidad natal. Entre otras, con Randi, su exmujer, a quien interpreta con sobriedad Michele Williams. Los dos protagonizan la escena más conmovedora, dolorosa y dramática del filme, en la que las frases entrecortadas y las palabras moldeadas por las lágrimas, por un desgarro descomunal que sólo ellos pueden comprenden, expresan lo que sienten los personajes.
El guión de la película es extraordinario y el ritmo, el adecuado para la historia íntima que relata. No se hacen largas las más de dos horas de metraje, porque el espectador se va acercando, poco a poco, a los personajes, los va entendiendo, va comprendiendo sus razones y les va cogiendo cariño. Lucas Hedges, que interpreta al sobrino adolescente de Lee, cumple con nota, como el resto del reparto. Lo de Casey Affleck es otra historia, una de esas interpretaciones memorables e irrepetibles. La película es él, su sufrimiento, su drama interno, su incapacidad de pasar página, su emoción contenida. No es habitual ver a un actor en semejante estado de gracia. Affleck es lo más fascinante de una película tan dura y dramática como notable y honesta.
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