Lion

A veces, en las películas basadas en hechos reales, la historia está muy por encima del propio filme, se adueña por completo de la cinta. Es lo que sucede con Lion. La peripecia real de Saroo, un niño indio que con cinco años se pierde  y es incapaz de volver a su casa, conmueve. Uno sigue la historia impactado, totalmente rendido al dramatismo desgarrador de esa vida. Y esas cuatro palabras, "basado en hechos reales", persiguen al espectador desde el principio, anulando incluso su capacidad crítica, es un shock emocional profundo. Las historias de las películas, por supuesto, no tienen por qué ser ciertas para remover. Pero es que esta, además, lo es. Y no puedes dejar de pensarlo. Es una historia digna de ser contada, y desde luego está muy bien contada, pero importa poco todo lo adyacente. Lo trascendente es la trama en sí y saber que ocurrió de verdad. 

Uno es totalmente incapaz de valorar la película, que es lo que se supone que se espera de una crítica. Porque la historia real es indistinguible de todo lo demás. Se deberían poder analizar, por separado, los planos, el ritmo de la cinta, la forma en la que se lleva a la pantalla la vida de Saroo, sus sufrimientos, sus desvelos por volver a casa, las interpretaciones, el guión. Pero todo eso se supedita a la propia historia, tan poderosa, tan arrolladora, tan dura, que sabe a poco hacer una crítica sin más de la película. Sin duda, una cinta puede contar una historia real apasionante y hacerlo mal, sin buen pulso. No sucede esto con Lion, de Garth Davis, que firma con esta cinta su primera película como director. No es una película más lacrimógena de lo que lo es de por sí la historia, no añade (salvo en contadas excepciones) subrayados dramáticos para despertar el llanto fácil del espectador. Y, sin duda, la película tiene grandes méritos, como un primer tramo absolutamente fascinante, en el que se cuenta mucho con pocas palabras. Pero esos logros cinematográficos son lo de menos. Lo que atrapa y cautiva es que esta historia sucedió de verdad, que Saroo existe, como existe su madre, la que le perdió y estuvo esperando más de dos décadas, y su otra madre, la que le adoptó en Australia y le da amor y oportunidades, como existen tantos niños como él, perdidos, sin futuro, sin esperanza. 


Durante la primera parte de la cinta da vida al protagonista Sunny Pawar, un niño que hace una interpretación sencillamente prodigiosa. Supongo que él estaba sólo jugando. Imposible igualar su frescura, su verdad, sus miradas que tanto dicen, su confusión, su instinto de supervivencia. Ese primer tramo del filme relata la dramática pérdida del chaval, que se encuentra de pronto solo, tras haber acompañado a su hermano Guduu a hacer algún trabajo para llevar unas rupias a casa. Su madre trabaja en una mina. Y ellos aportan en la medida de lo posible, con chanchullos de toda clase. La pérdida del protagonista es casual, sí, muy mala suerte. Pero es un infortunio propiciado por las inhumanas condiciones de vida de tantos niños en India. Huye la cinta, y es uno de sus grandes aciertos, del exotismo, del retratar como postales de folletos de viajes los paisajes de aquel país Muestra también, o sobre todo, lo feo, lo doloroso, lo impresentable. Ya se sabe, lo que es miseria y desolación en algunos países, mirado de forma condescendiente desde Occidente, puede parecer exótico, atractivo, cuando nada bello hay en la pobreza y la miseria. La cinta no cae en ese error. 

El protagonista, perdido, pasa por un orfanato donde el trato a los niños es impresentable. Asiste también a secuestros de menores, que son explotados. Es una historia durísima, salvaje. El componente de denuncia del filme es muy marcado. De hecho, como se lee en los créditos finales, en la web de la película se puede colaborar con tres asociaciones que ayudan a los niños perdidos en la India, unos 80.000 al año. Es una película comprometida en la que, insisto, ponerse a hablar de planos, diálogos o interpretaciones, sencillamente, suena banal, sabe a poco. 

El niño, que existió de verdad, que vivió todos esos sucesos a los que asistimos sobrecogidos frente a la pantalla del cine, es adoptado por un matrimonio australiano. Dan vida a los padres adoptivos Nicole Kidman y David Wenham. Su historia es otro de los mensajes del filme. La de dos personas generosas que deciden no traer a más seres al mundo y poder ayudar a niños que necesitan una familia. Cuando Saroo se hace mayor, interpretado con solvencia por Dev Patel, el encuentro con unos compañeros de universidad que son indios y una escena bellísima, en la que una comida típica india actúa de magdalena de Proust, le empujan a buscar su casa. No deja de pensar que su madre y su hermano le están buscando, que llevan años buscándole. "Y nosotros aquí, con nuestras vidas acomodadas haciendo tonterías. Me da asco", dice en un momento del filme. 

La segunda parte de la película, muy dramática, aunque tal vez algo más deslavazada, con las relaciones personales entre los personajes menos cuidadas, nos muestra a Saroo debatiéndose entre la gratitud a sus padres adoptivos, que le dieron todo lo que tiene, y el amor hacia su madre biológica y su hermano. "Con nosotros no tenéis una página en blanco, nos adoptáis junto a nuestro pasado", le dice el joven a su madre adoptiva en una de las escenas más desgarradores del filme. La resolución de la película, de nuevo, real, conmueve. Acaba la cinta con imágenes de las personas reales cuya vida se relata en el filme, basado precisamente en el libro que escribió el propio Saroo Brierley de su peripecia. El libro se llama Un largo camino a casa y, tras ver la película, el espectador queda con muchas ganas de hacerse con él. Una de las últimas escenas que se ve en la pantalla, con las personas reales, es de las más desgarradoras y bellas que uno puede presenciar en una sala de cine. Y es verdad, pura verdad, una historia real asombrosa que conmueve e impacta. A veces la vida, la realidad, superar al cine, se funde con él. Lion es, más que una película, una historia que no se olvida. 

Comentarios