Manual para mujeres de la limpieza

"Hay destellos de tal belleza, ternura y color que te dejan sin aliento". Así describe Lucia Berlin Ciudad de México en uno de sus relatos, y con estas mismas palabras puede resumirse Manual para mujeres de la limpieza, una recopilación de artículos fascinante y extraordinaria. Las historias que cuenta Lucia Berlin están basadas en su vida. Y no extraña. No es que importe demasiado si todo lo que narra es autobiográfico o no. Pero sí se aprecia que sus relatos están llenos de verdad, son historias vividas, historias tan duras y ásperas, pero también tan hermosas y tiernas como puede ser la propia vida. 

Cuando en algunos de sus relatos vemos a personajes salir en plena noche a buscar licorerías, cuando presenciamos a una mujer acompañando a su hermana enferma, cuando asistimos al despertar de un amor, cuando podemos observar una sala de urgencias en un hospital, o la vida cotidiana de una mujer de la limpieza, no leemos a alguien fabular esas situaciones, no leemos esas situaciones, nos metemos de lleno dentro de ellas hasta tal punto que, en efecto, te dejan sin aliento. Hay relatos más o menos largos, más o menos melancólicos, más o menos esperanzadores. Pero todos de una implacable autenticidad. 



El amor tiene cabida en estos relatos, que presenta pasajes duros, sí, pero también otros llenos de ilusión y vitalidad. Por ejemplo, este en el que se describe a la perfección el poder arrollador del amor, de la pasión, de lo que importa de verdad en la vida: "El mundo sigue girando. Nada importa mucho, ¿no? Me refiero a importar de verdad. Sin embargo a veces de pronto, durante apenas un segundo, se te concede la gracia de creer que sí, que importa muchísimo". O este otro, en el que la narradora afirma que "creo que el mundo no me gustaba de verdad hasta que conocí a Joe". Imposible describir mejor el amor en menos palabras. O también aquel, más peculiar, en el que cuenta que "una vez me dijo que me amaba porque yo era como San Pablo Avenue. Él era como el vertedero de Berkeley. Ojalá hubiera un autobús al vertedero". 

Hay también concesiones al humor, tal vez porque, como escribe la propia Berlin en uno de sus relatos, no le importa contar cosas terribles si consigue hacerlas divertidas. Este libro, que reúne sus principales relatos, ha sido un fenómeno literario, y le hace a uno reconciliarse con el sector editorial, y hasta un poco con el mundo, en general. Esta voz narrativa arrolladora, que no hace concesiones, demoledora de comienzo a fin, había caído prácticamente en el olvido, y se ha hecho justicia con su talento al recuperar estos relatos fascinantes. Su vida fue dura y, según se cuenta en las páginas finales del libro, no hay pasaje que quede sin relatar en algunas de sus historias. Pero, insisto, esto importa, sobre todo, por la pureza y la autenticidad de sus relatos, mucho más que porque se quiera indagar en la apasionante biografía de la autora a través de estas historias. 

Hay varios relatos ambientados en su juventud, en un colegio de monjas, como Silencio, donde descubre una biblioteca. "-Aquí están los libros de consulta, Si alguna vez hay algo que quiera saber, pregúntame y encontraremos la respuesta en un libro. Era una posibilidad maravillosa, y la creí a pies juntillas". En Querida Conchi, donde reúne cartas enviadas a una amiga desde la universidad, le relata cómo fue el descubrimiento de la linotipia, "una máquina maravillosa con cerca de mil piezas y engranajes. Las letras se hacen con plomo fundido. Compone la palabra en moldes que chocan y cantan y tintinean, y luego salen en líneas de plomo caliente. Eso hace que cada línea parezca importante". Y después le explica que se matriculó en periodismo, porque quería ser escritora, pero que pronto descubre que "el periodismo consiste precisamente en cortar cuando se pone interesante...". 

Hay relatos de juventud, como el brusco contraste en la acomodada vida de una joven en Chile a quien una profesora convence para acudir a círculos sociales y activistas, o las peripecias en las clases. Pero también hay relatos de madurez, ambientados en distintas profesiones, como ese Manual para mujeres de la limpieza, desgarrado, auténtico, que da nombre a la selección de relatos ("el doctor Blum tiene pastillas de belladona. No sé qué efecto hacen, pero me encantaría llamarme así"). O las historias en las que la narradora acompaña a su hermana enferma y se reconcilian.  "-Cuando fallecen tus padres has de afrontar tu propio final. -Entiendo lo que quieres decir... Entonces ya no queda nadie para protegerte de la muerte". La vida. En su esencia más pura, en conversaciones lúcidas e impresionantes, en descripciones apasionantes, en historias maravillosas. Y hay relatos sobre la identidad: "por supuesto que aquí también soy yo misma, y tengo una nueva familia, nuevos gatos, nuevas bromas... pero sigo tratando de recordar quién era en inglés". 

Seguiría párrafos y párrafos recordando relato y frases, chispazos de esta obra. Como en Mamá, cuando la narradora recuerda a su madre, quien, por ejemplo, "culpaba a la Iglesia católica de que la gente tuviera tantos hijos . Decía que los papas habían hecho  correr el rumor de que el amor hacía feliz a la gente". En otro pasaje del libro, leemos este diálogo: "¿Sabes una cosa que he aprendido en la vida? La mayoría de la gente no se fija en nada, y si se fija, no le importa". Esta monumental obra de Lucia Berlin demuestra que ella no es de las que no se fija, y empuja a los lectores a apreciar cada detalle, cada adjetivo, cada frase. Es un libro apasionante, de esos que dejan huella. Una obra maestra. 

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