Machismo cotidiano

Hoy que Donald Trump se convierte en presidente de Estados Unidos es un día pertinente para recordar todo lo que queda por avanzar en la igualdad real entre hombres y mujeres. Es cierto que vivimos en sociedades mucho más igualitarias que hace unas décadas y, desde luego, infinitamente más igualitarias que en otras partes del mundo, donde ser mujer es una condena de nacimiento a jugar un rol secundario. Pero también es necesario recordar que la lucha feminista, que debe ser la lucha de toda la sociedad, tiene que continuar, sigue teniendo sentido, por rasgos de machismo cotidianos, y por una creciente y muy preocupante campaña de deslegetimización del feminismo. Vemos a diario tics machistas muy preocupantes que se deben combatir porque, en cuestiones de igualdad, si no se avanza, automáticamente, se retrocede. 


Hay muchos ejemplos cotidianos que nos demuestran lo lejos que estamos de la igualdad real. Sin duda, la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos es una de ellas. Es evidente que al patán le votaron millones de mujeres y que, puesto que ha sido elegido por los ciudadanos, se debe respetar su mandato. Pero esto no reduce ni un ápice la gravedad de sus declaraciones abiertamente machistas, como esa conversación de barra de bar en la que alardeaba de cómo podía acosar a mujeres gracias a su fama. La concepción de la mujer del que desde esta tarde será presidente de Estados Unidos es muy preocupante. Habrá que juzgar al bocazas de Trump por lo que haga más que por lo que diga, pero su punto de partida es muy poco alentador. Es un ser machista que menosprecia a las mujeres, como ha demostrado en sus intervenciones públicas. 

Que alguien que desprecia a la mitad de la población pueda llegar a ser presidente de Estados Unidos es un síntoma inquietante. Pero hay más. Otros, ya digo, cotidianos, de andar por casa, actos de micromachismo que todos observamos en nuestro día a día. Especialmente preocupante es que empiecen a proliferar en los medios (y no hablo de esas webs que son panfletos de la extrema derecha y de lobbys ultraconservadores a quienes escama cualquier avance social) artículos machistas que restan importancia a la violencia machista, que es el último eslabón de una cadena, la más grave demostración de esta ideología de dominación de las mujeres por parte de los hombres. 

Hace unos días, Manuel Morales do Val publicó un artículo repugnante y vomitivo en El Correo Gallego, posteriormente retirado de la web de este medio. En él, este señor afirmaba, básicamente, que las víctimas de violencia machista eran víctimas de ellas mismas, que decidían libremente seguir con hombres violentos porque le daban lo suyo en la cama. Tal cual. "El miedo al feminismo radical consigue que pocos medios informativos se atrevan a recordar que hay mujeres que se entregan voluntariamente a hombres violentos sabiendo que pueden matarlas", escribe. Y sigue. "Mujeres así se convierten voluntariamente en esclavas sexuales de sus posibles asesinos. Los siguen suicidamente por el placer físico que les proporcionan". Para rematar, critica que se culpe sólo al asesino del asesinato. Es decir, la culpa es de ellas, por viciosas. Lejos del arrepentimiento, este tipo publicó un segundo artículo criticando la censura de las feministas. 

No es un caso aislado. Cada vez más hay personajes con tribunas públicas que se dedican a restar importancia a la violencia machista y a diluir responsabilidades, no vaya a ser que quede claro de una vez que estos casos de violencia criminal se asientan sobre una ideología que dura siglos, la de considerar a la mujer un ser inferior, la del rancio y odioso machismo, con el que no caben medias tintas ni actitudes comprensivas. Hace un par de semanas Joaquín Leguina publicó un vomitivo artículo en El Economista titulado Datos ocultos sobre la violencia de género, en el que decía que nadie contaba que en los países nórdicos hay más denuncias de casos de violencia machista que en España. Deben de estar tan ocultos los datos que sólo la pericia y el nivel intelectual de Leguina le ha permitido a él encontrarlos y contar al mundo la verdad. 

El artículo también incide en que hay muchas denuncias falsas y en algún punto del mismo dice que no quiere restar importancia a los casos de asesinatos machistas. Pero el caso es que se dedica a ello. Afirmando que el año pasado fueron asesinadas  44 mujeres, muchas menos que en años anteriores, dice. Pues nada, en ese caso, todo resuelto. Y, para ponerle un toque de racismo al artículo, destaca que el 35% de los asesinos eran extranjeros y el 43% de las asesinadas, mujeres extranjeras. Ya sabemos cómo son estos extranjeros, viene a decir. En España nunca se ha puesto la mano encima a una mujer pero han llegado estos bárbaros... 

Este tipo de cosas se publican en medios serios. Y no pasa nada. Luego, eso sí, se hacen bromas en Twitter, de mal gusto, sin duda, odiosas, por supuesto, y hay hasta condenas con penas de cárcel. En algo coinciden Leguina y Morales: en emplear el término feminismo radical, como sinónimo de todos los males. Que es algo así como decir pacifismo radical o tolerancia radical. Lo peor que sus cabezas pueden concebir, al parecer. Obviamente, la razón no es propiedad de nadie y no negaremos que una (o un) activista feminista pueda estar equivocada en algún planteamiento. La nobleza de la causa defendida no otorga la infalibilidad. Pero, si hacemos un balance, son infinitamente mayores los aciertos de las voces críticas que denuncian cuánto queda por avanzar en la igualdad real entre hombres y mujeres en España. 

En los últimos tiempos se está desprestigiando de forma descarada al feminismo. Añadiéndole el apellido radical o hablando ya, directamente, de feminazis. Olvidando todo lo conseguido por el movimiento feminista a lo largo de la historia y, sobre todo, olvidando que, como describe la RAE, feminismo es la "ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres", mientras que el machismo es, en la insuficiente definición de la RAE, la "actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres". Es decir, el feminismo defiende la igualdad y el machismo, todo lo contrario. Decir que uno no es feminista, o eso tan simpático de "ni feminista ni machista", es como decir que no está a favor de los Derechos Humanos o que no es partidario de que se respete a todo el mundo independientemente de cual sea su país de procedencia o el color de su piel. Lo contrario al feminismo es la intolerancia y la defensa de la perpetuación de las desigualdades y las discriminaciones que llevan siglos sufriendo las mujeres. Punto.

Un último ejemplo cotidiano de machismo de estos días es la sorprendente polémica que ha generado la decisión de las autoridades australianas de retirar la figura de las azafatas en el podio del Tour Down Under, carrera ciclista de aquel país. Muchas personas han salido en tromba a defender la medida. Pero resulta evidente que son mujeres de unas determinadas medidas y de una cierta imagen las que ejercen esas funciones en el podio, porque se utiliza a las mujeres como objetos, como adornos. Sin más. Podrían organizar la ceremonia del podio mujeres que no fueran vestidas como modelos u hombres. No parece que la medida ilusionante de las autoridades australianas vaya a extenderse a Europa, al menos no a España, porque Fernando Escartín, miembro de la organización de la Vuelta, declaró el otro día a El País que es normal que sean mujeres atractivas las que estén en el podio, "¿No va a entregar los premios un barbas, no?". En esa pregunta subyace el machismo imperante en nuestra sociedad y lo mucho que queda por avanzar en la igualdad. ¿Por qué no va a entregar los premios "un barbas"? ¿Hace falta cumplir determinados requisitos físicos para entregar un premio o dar un maillot? ¿Tienen que ser, sí o sí, mujeres atractivas? 

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