Resumen informativo del 2016

Podríamos decir que 2016 ha sido un año extraño, inusual. Pero mucho nos tememos que no es así. Que ha sido un año de la nueva normalidad. Migraciones, auge del extremismo político, atentados terroristas, indiferencia del mundo ante las masacres cometidas en la guerra en Siria, incertidumbres, inestabilidad... De todas las noticias del año la más grave es la que ha dejado de serlo, porque se ha convertido en parte del paisaje, en algo normal: la colosal crisis de los refugiados. Nunca antes desde la II Guerra Mundial tantas personas se habían visto obligadas a abandonar su país huyendo de la guerra y la miseria. 2016 ha batido récords de solicitantes de asilo, de personas muertas en el Mediterráneo y de indiferencia y cinismo en Europ ante la mayor tragedia humanitaria en muchas décadas.  


Los países de la UE firmaron este año un pacto de la vergüenza con Turquía, en el que se acordaba expulsar directamente a Turquía a los seres humanos que acuden a Europa en busca de una vida mejor, escapando de la guerra. Es una flagrante violación del derecho internacional, pues todos los países de la UE han firmado los convenios que les obligan a acoger a los refugiados. Pero ni la ley ni los principios éticos que deberían caracterizar al Viejo Continente han frenado la insolente e insolidaria indiferencia de la Europa oficial. Sólo las ONG, los pocos activistas valientes que han dado un paso al frente para echar una mano, mantienen la esperanza en el ser humano. Y, entre medias, el auge de la extrema derecha, el discurso manido, simplón, equivocado, de culpar de todos los males a los inmigrantes, de pretender equiparar inmigración con terrorismo, como si no escaparan precisamente de ese mismo terrorismo; de intentar igualar Islam a yihadismo, como si los fanáticos no fueran una mínima parte del Islam, y en absoluto representativa. 

De la inacción en la guerra siria, donde el tirano Al Assad cuenta con la ayuda de la fuerza militar rusa para exterminar a su pueblo y grupos violentos han aprovechado el caos del conflicto para confundirse con los rebeldes contra el dictador, procede buena parte de esas personas que llegan a Europa reclamando una vida digna que las autoridades le niegan. Y no sólo eso. Grupos de extrema derecha aprovechan para hacer un discurso del odio al diferente. No se puede entender el inesperado voto a favor del Brexit de los británicos sin la clave racista. Así de crudo. Así de cierto. Los partidarios de la salida del Reino Unido mintieron abiertamente y uno de los argumentos, por llamarlos de algún modo, que emplearon para pedir el voto a favor de abandonar la UE fue, precisamente, controlar los flujos migratorios, detener la llegada de extranjeros. 

Y es en este mundo de antipolítica, de extremismos, con tan inquietante parecido a los años 30, en el que un tipo machista, racista, homófobo, bocazas, fanfarrón e incompotente ha llegado a la Casa Blanca. La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, tan poco aventurada por las encuestas como el Brexit, es otra de las noticias del año. Trump asentó su campaña en un discurso antisistema, él, que es un millonario. Curiosamente, quien iba a acabar con el establishment ha terminado rodeándose de él, con banqueros y empresarios en su equipo. El odio a los mexicanos y a los musulmanes, sus declaraciones machistas, no impidieron a Trump ganar las elecciones. Representativo del mundo en que vivimos. Luz de alarma que alerta del desencanto con el sistema. 

2016 será también recordado como un año duro de terrorismo. La inmensa mayoría de los muertos por actos terroristas no viven en Occidente, pero son los atentados cometidos aquí los que tienen más cobertura en los medios. Por eso, todos fuimos Bruselas, Niza o Berlín este año, pero no tanto Beirut o Alepo. La amenaza de los fanáticos yihadistas para quienes todos los que no comparten su alocada y medieval visión del mundo son rivales es uno de los factores más desestabilizadores de esta época, porque genera inseguridad y desconfianza, porque tiene el potencial de cambiar nuestras vidas, de condicionarnos. 


De este año se recordará también el acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno colombiano, para poner fin a décadas de conflicto. La primera versión del acuerdo se votó en referéndum, y los colombianos lo echaron para atrás, lo que llevó a Juan Manuel Santos, presidente colombiano galardonado este año con el Nobel de la Paz, a rectificar algunos de los puntos del documento y a aprobar en el Parlamento, evitando el voto directo de la gente, la segunda versión. 

En esas negociaciones entre Colombia y las FARC, celebradas en La Habana, jugó un papel importante Cuba. La muerte de Fidel Castro, líder de la isla durante décadas, es otra de las noticias del año. La historia juzgará a Castro, el revolucionario que fue al comienzo y el dictador en que se convirtió después. Al líder cubano se le puede aplicar aquello de "ya somos todo aquello contra lo que luchamos", de José Emilio Pacheco. Es verdad que el mandato de Castro en Cuba tiene sus luces y sus sombras, pero no conviene dejar de recalcar que entre estas últimas está la existencia de presos políticos. Muchos defensores del castrismo recurren a los datos de alfabetización y de pobreza infantil (casi erradicada) de Cuba. Y tienen razón. Pero no es incompatible un sistema de derechos sociales con la democracia y la libertad de la que carecen los cubanos, que además viven en condiciones precarias. Está por ver si la muerte de Castro, sin duda, uno de los grandes referentes del siglo XX (también Stalin o Hitler lo fueron), abre un periodo de democracia real en la isla o no. De momento, su hermano Raúl se ha comprometido a abandonar el poder en un año. Veremos. 

El golpe de Estado en Turquía, que tan bien ha venido a Erdogan para depurar de rivales políticos cada institución del país; la masacre homófoba y terrorista en el local gay Pulse de Orlando; la reprobación de Dilma Rousseff en Brasil o la publicación de los papeles de Panamá, que revelaron cómo funcionan los paraísos fiscales y varios nombres de personajes públicos, como el ministro Soria, que tuvo que dimitir, con cuentas opacas, son algunas de las otras noticias de un intenso 2016 en el mundo. 

Comparado con lo ocurrido ahí fuera, la situación política en España no resulta tan peculiar. Pero este año ha sido diferente a todos los demás. El país ha vivido el mayor bloqueo político. El incierto resultado de las elecciones de diciembre del año pasado, y el tacticismo de todos los partidos, obligó a repetir elecciones en junio. El PP fue la única formación de las cuatro grandes que mejoró resultados, lo que le otorgaba legitimidad para gobernar. Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, se resistió a permitir que gobernara Rajoy (no es no), pero a la vez no buscó mayorías alternativas con Podemos o Ciudadanos. Al final, un surrealista comité federal del PSOE desalojó a Sánchez de Ferraz, gracias a Susana Díaz apoyada por el felipismo y toda la vieja guardia. Ahora, el segundo partido del país está roto y el bipartidismo se reconstruye, pero básicamente por la fortaleza del PP, casi más cómodo con esta mayoría simple que en tiempos de mayoría absoluta, pues sabe que los socialistas no están como para elecciones. Mientras, Ciudadanos y Podemos se entretienen en líos internos. Un escenario soñado por Rajoy, a quien el cabreo de Aznar no le quita el sueño, precisamente. Al menos, aunque sea por obligación, asistimos a pactos, como la extensión de la baja por paternidad o la subida del salario mínimo, que hace unos meses resultaban impensables. 

Comentarios