Resumen cultural del 2016 (II)

Este año he visto muy buen cine en las salas, aunque, a diferencia de los años anteriores, no tengo tan claro qué película recordaré de 2016, cuál es la que más me ha marcado. Me cuesta más decidirme que el año pasado, en el que La novia, de Paula Ortiz, con poesía y versos lorquianos en cada plano, en cada diálogo, no admitía discusión posible. O el anterior, en el que brilló con luz propia la descomunal Boyhood, de Richard Linklater, rodada durante 12 años, que capta la grandeza de las pequeñas cosas, el lirismo de la vida cotidiana, lo asombroso del paso del tiempo, lo extraordinario que encierra la más más absoluta normalidad, el crecimiento, la maduración, el despertar de una vocación. Una joya. 

2016, como digo, ha sido un gran año de cine. Quizá no he encontrado esa gran película portentosa, arrolladora, deslumbrante. Pero sí ha habido muchas cintas notables y unas cuantas excelentes. Me vienen a la mente dos, muy distintas entre sí: la vitalista Sing Street y la lúcida y reflexiva El ciudadano ilustre. La primera es una fábula musical de John Carney, director de Begin Again, en la que vuelve a demostrar que todo mejora con música. Un grupo de niños escapa de las miserias cotidianas creando una banda, donde todo es posible, donde se construyen una personalidad, una vía de fuga. Cinta ochentera y tierna de las que pinta una sonrisa imborrable en la cara cada vez que se recuerda. No es una obra maestra, ni lo pretende. Pero es una película inolvidable.

Bien distinta es la argentina El ciudadano ilustre, de Gastón Dufrat y Mariano Cohn. En ella, Daniel Mantovani, un aclamado escritor que recibe el premio Nobel de Literatura, regresa a su pequeña localidad natal, de la que salió a los 20 años. Se encuentra primero con la admiración de sus conciudadanos, pero pronto se descubrirá la cara menos amable. Rencillas, choques culturales, ignorancia, envidias, atavismos, envilecimientos… Entre medias, mucho humor, más bien negro, amargo, e inteligentes reflexiones sobre la literatura. La cinta no deja títere con cabeza. Quizá, la película más brillante del año. 

Cerraría el podio virtual de las mejores películas del año, siempre desde mi punto de vista personal, La reconquista, de Jonás Trueba. Igual que en sus anteriores trabajos, el amor, el recuerdo de historias pasadas, la ternura, la sensibilidad y, siempre, la música, juegan un papel clave. Es una historia a dos tiempos de una pareja. Su despertar adolescente, explosivo, invencible, y su reencuentro después, cuando los años y las responsabilidades han pasado factura. 

Este año ha sido el del thriller en el cine español, con varias cintas de género impecables. De todas ellas, la más perfecta, en la que nada sobra ni falta, es Tarde para la ira, el debut como director de Raúl Arévalo. Una historia oscura, de venganza, plato que se sirve frío. La forma comedida de presentar la acción, el modo magistral de ir desgranando detalles de la trama, sorprendiendo al espectador hasta el final, y las impresionantes interpretaciones de todo el reparto (con Antonio de la Torre, otra vez, inconmensurable) explican la excelencia de esta película. 

Comparte género y calidad, aunque para mi gusto, siempre personal, está un escalón por debajo de aquella, la cinta Que dios nos perdone, en la que Rodrigo Sorogoyen plantea un trepidante thriller policiaco castizo en el asfixiante y raro verano madrileño del 2011, con indignados y peregrinos religiosos por las calles. También atrapa El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, que es mucho más que una cinta sobre el espía Francisco Paesa. Sobre todo, una recreación precisa en su cutrez y su falta de escrúpulos de toda una época gris de la historia de España, la más corrompida fase del felipismo. 

Este año vimos en el cine muchas de las películas que triunfaron en la temporada de premios correspondientes al ejercicio anterior en Hollywood. De todas ellas, se lleva la palma La gran apuesta, una cinta extraordinaria que deberían exhibir en todos los colegios. Con una clara vocación didáctica y un planteamiento frenético y divertido, la cinta recrea bien la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos y el complejo entramado de productos que no entendían no quienes los vendían, que desencadenaron la mayor recesión mundial desde la crisis del 29. El filme deja bien claro que nada impide que vuelva a ocurrir algo similar en los mercados en cualquier momento. Sobrecoge, por lo demás, el tono casi documental de Spotlight, una investigación periodística sobre casos de abusos de sacerdotes en Estados Unidos, y la impactante historia de La habitación, en la que un niño, nacido por una violación del hombre que secuestró a su madre, sólo conoce la realidad del minúsculo cuarto en el que vive. Agobiante. Impactante. Sublime. 

Similares sensaciones, aunque aún más intensificadas, provoca El hijo de Saúl, otro de los filmes del año. Películas que reflejan el Holocauto hay miles, pero pocas han llevado a la gran pantalla todo el horror y la deshumanización del régimen nazi. Los sonidos, las miradas, la posibilidad de la conmoción y la sensibilidad en el más aberrante infierno, remueven al espectador. Otras cintas sobre este periodo histórico hacen llorar. Este no es lacrimógeno. Es mucho peor, mucho más doloroso. Un golpe en el estómago, un auténtico shock. No se recrea un campo de concentración, se entra directamente en él. 

Es imposible rememorar aquí todas las películas disfrutadas y vividas este 2016. De este año de cine recuerdo con mucho cariño El olivo, una historia sencilla de Iciar Bollaín, una fábula sobre la solidaridad, la ternura y el respeto al medio ambiente. También La chica danesa, la fascinante vida de la primera mujer encerrada en un cuerpo de hombre que luchó por ser físicamente lo que era y se sentía interiormente. Un amor verdadero, hasta las últimas consecuencias. Y Desde allá, una historia venezolana dura, de ausencias, prejuicios, amores imposibles, seres vulnerables que necesitan afecto y sociedades degradadas. 

Los nuevos trabajos de Woody Allen, la correcta Cafe Society, donde el genio neoyorquino hace lo que mejor sabe, recrear escenarios sofisticados de tiempos remotos y disertar sobre la vida, y de Richard Linklater, con Todos queremos algo, una cinta ochentera universitaria con mucha música, desfase, hormonas revueltas y amor, también son dos películas destacadas del año. Igual que Julieta, el trabajo más contenido de Pedro Almodóvar, que toma como referencia tres relatos de Alice Munro. O la solvente película 1898. Los últimos de Filipinas, que lleva a la pantalla la increíble historia de los soldados que estuvieron defendiendo en precario, encerrados en una iglesia en una remota isla filipina, un imperio que, en realidad, ya había desaparecido. 

Tres últimas películas de 2016 relevantes: La punta del iceberg, una interesante reflexión sobre ambientes laborales tóxicos, estrés, principios y la sociedad moderna, con la siempre espléndida Maribel Verdú; y dos cintas feministas: Mustang, donde cinco hermanas se rebelan contra una sociedad machista, y Sufragistas, sobre las mujeres que se jugaron la vida para reclamar el derecho al voto en el Reino Unido. 

Comentarios