La caza del carnero salvaje

"Cierto escritor ruso escribió que, aunque el carácter puede cambiar, la mediocridad no tiene remedio. Los rusos, de vez en cuando, se descuelgan con frases redondas. Tal vez las meditan durante el invierno". Lo mismo que se afirma sobre los autores rusos en este pasaje de La caza del carnero salvaje puede decirse de esta novela de Haruki Murakami. Sólo que no es de vez en cuando, sino a cada página. Se puede abrir al azar el libro por cualquier página y hay muchas probabilidades de hallar una metáfora incendiaria, una frase punzante como un puñal, una descripción deslumbrada, un monólogo interior prodigiosamente alocado, un diálogo surrealista, narrado con absoluta normalidad.

Los márgenes de la novela como género son amplísimos. No hay fronteras, en realidad. Tan novela es una obra que toma la realidad como materia prima y no se escapa de su marco, como otra que vuela hasta el infinito de la imaginación de su autor. Y ambas clases de obras son necesarias. Pero en tiempos como el actual, donde quizá se pone más en cuestión la necesidad de las segundas, de las de pura ficción, esta obra de Murakami es una gloriosa sobredosis de ficción. Igual que los amantes del chocolate somos capaces de añadir sirope de chocolate a un helado, también de chocolate, con virutas, igualmente, de chocolate, sin que nos empalague, nunca hay demasiada ficción, demasiada imaginación, demasiado genialidad, en una novela. Por eso cautiva La caza del carnero salvaje. Por eso es una obra tan apasionante y única. 

Unas buenas amigas me regalaron esta novela. Acto seguido me dijeron que, al parecer, no es la mejor obra para empezar a leer a Murakami, pues es la que más peso le concede a lo sobrenatural. Nunca se lo agradeceré lo suficiente. Tenía pendiente desde hacía mucho tiempo acercarme al autor nipón, eterno candidato al Nobel, pero ha sido ahora, gracias a ella, cuando lo he conocido. Y me ha fascinado. Por esa forma natural de incorporar lo mágico, lo surrealista, lo onírico, lo irreal, en la narración de su obra. Por el estilo tan cuidado que emplea. Por cómo engancha su lectura. Por la agilidad de la novela, incluso cuando la trama no avanza, sin que eso importe demasiado. 

Cada vez que se acerca la entrega del Nobel es tanta noticia a quién se le da el galardón, especialmente este año que el premiado fue Bob Dylan, como la no concesión a Murakami. El autor japonés tiene una legión de admiradores que, desde hace mucho tiempo, vienen reclamando el Nobel para su original forma de entender la literatura, para sus obras de realismo mágico. Y, leído La caza del carnero salvaje, lo comprendo. Pero volvemos a insistir aquí que el arte y la cultura no van de premios. No es mejor la obra de un autor porque se le entregue el Nobel. Si acaso, el premio, o la fama de ser eterno candidato a recibirlo, ayuda a que más lectores se acerquen a sus libros. Y eso, en el caso de Murakami, ya es suficiente regalo para todos sus lectores. 

Como decía, aunque al parecer esta obra no es la mejor para comenzar con Murakami, me ha fascinado. Por lo que leo, Baila, baila, baila es una especie de secuela de La caza del carnero salvaje, así que puede ser la mejor forma de seguir sumergiéndome en el mundo del autor japonés (Reyes Magos, si estáis leyendo esto, va por vosotros). ¿Y de qué va La caza del carnero salvaje? Es una de esas novelas donde importa poco, creo, contar la trama, incluso importaría poco desvelar el desenlace, porque mucho más gozoso que lo se cuenta en la novela es cómo se cuenta. Por el estilo portentoso de su autor, por esos personajes, todos ellos sin nombre, tan particulares. Por las situaciones que narra y por cómo las narra. Por esa facilidad con la que, igual que ocurre en los relatos de Borges, de repente Murakami introduce elementos sobrenaturales, mágicos, nada realistas, en la trama. Y no chirrían ni espantan, sino que atrapan al lector

Comienza la obra siendo una historia normal. Un publicista treinteañero se lamenta por la separación de su pareja. Vive triste y ajeno a su destino. La utilización, en apariencia inocente, de la imagen de un rebaño de ovejas donde aparece un carnero especial, distinto a todos los demás, le cambiará la vida. De repente, un todopoderoso grupo financiero llama a su agencia. La publicación de esa fotografía lo cambia todo y desencadena esa caza del carnero salvaje a la que alude el texto. Y empieza a volar también la imaginación del autor. La obra está narrada por el publicista, que tiene una imagen algo derrotista y pasota de la existencia, muy irónico y autocrítico. Entonces, resulta de lo más natural que un carnero tenga poderes sobrenaturales o que unas orejas de mujer provoquen una fascinación inusual, y tengan también capacidades extrañas, muy singulares. Ya digo, lo de menos es cómo se resuelve esa caza, el final (hermoso) de la obra. Lo importante aquí es el camino, esas 380 páginas de narración deslumbrante, de inicio a fin. 

Por cierto, muchas veces no somos conscientes de ello cuando leemos obras de autores extranjeros traducidas al español, pero disfrutando como hacía tiempo que no disfrutaba con una novela con La caza del carnero salvaje en mis manos, no paraba de pensar el papel trascendental del traductor de esta edición de Tusquets de la obra de Murakami. De él y de todos los encargados de las traducción de novelas, en cuyas manos estamos, y cuyo papel es determinante para que nos llegue en toda su esencia la calidad literaria de un texto. Así que, además de la admiración por Murakami, del que espero no tardar mucho en leer más obras, de justicia es también la gratitud hacia Gabriel Álvarez Martínez, encargado de traducir esta novela genial. 

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