Trump y el machismo

La publicación de un vídeo de hace diez años en el que Donald Trump hablaba de términos denigrantes de las mujeres, igual de denigrantes que los que suele emplear casi en cada intervención, ha llevado a muchos políticos republicanos a retirar el apoyo al machista, bocazas y torpe candidato de su partido a la presidencia. Ayer se celebró el segundo debate entre Trump y la candidata demócrata, Hillary Clinton, en el que aquel recurrió a otro argumento machista, hablar del supuesto trato abusivo de su esposo Bill a las mujeres. Como si el candidato fuera él y no Hillary Clinton. Como si a las mujeres se las debiera juzgar por lo que hacen o dicen sus maridos. 


Lo más inquietante no es que Trump sea candidato del Partido Republicano, que un tipo así aspire a llegar a la Casa Blanca. Cuesta creer que alguien que desprecia en sus discursos a la mitad de la población (las mujeres) y a todas las minorías (inmigrantes, homosexuales, musulmanes...) tenga opciones de ser presidente estadounidense. Pero el caso es que las tiene y sigue ahí. Sería dramático que alguien así presidiera la primera economía mundial y tuviera la llave del botón nuclear. Es increíble que alguien que lanza discursos de esta calaña, tan repugnantes, sin discurso político alguno, sin experiencia ni conocimientos, sin la más mínima educación, haya llegado hasta aquí. Y que haya ciudadanos tan descontentos, tan alejados del establishment, como para que piensen en apoyar a Trump. Pero lo peor del último vídeo de Trump es el fondo machista tan extendido, la evidencia de que hay muchos Trumps por ahí, muchas conversaciones similares en grupos de hombres. 

Por supuesto, estas palabras desacreditan a Trump y dejan claro, como tantas otras intervenciones que no ha habido que rescatar de ningún sitio porque son mucho más recientes, su machismo. Pero como eso ya lo sabíamos, creo que es importante ir un poco más allá. Por ejemplo, a las risas del presentador que acompañaba a Trump en ese autocar cuando el magnate soltaba por su boca las burradas que decía de las mujeres. Las risotadas de machote, los golpes en el pecho de primates básicos cuando hablan de hembras. No es nada inusual. Basta reunir a un grupo de hombres para que, antes o después, se desate una especie de concurso a ver quién es más machista, más rancio, más atrasado, a ver quién la suelta más gorda, a ver quién puede denigrar más a la otra mitad de la población. 

Estas palabras de Trump nos recuerdan que el candidato republicano a la presidencia estadounidense es un ser repugnante. Pero también nos recuerdan que el machismo sigue campando a sus anchas por nuestra sociedad. Y tenemos noticias de ello a diario. Por eso el feminismo, que no es otra cosa que defender la igualdad entre hombres y mujeres, sigue siendo extraordinariamente necesario. Porque vivimos en un mundo en el que se filtra un vídeo sexual de dos futbolistas con una mujer y parece que las víctimas son aquellos, que grababan el encuentro sin el consentimiento de la mujer, y no ella. Porque hoy, en el siglo XXI, en España, una mujer que va a una fiesta popular puede ser acosada y agredida por un grupo de salvajes, como le ocurrió a una joven en los sanfermines en Pamplona. Porque conversaciones en las que se trata a la mujer como un objeto son mucho más comunes de lo que podríamos imaginar

Quizá convendría, por tanto, no quedarnos sólo con la ofensa de las palabras de Trump, con el espanto que despierta que este ser pueda ser presidente estadounidense. Podríamos ir más allá. Quedarnos con las risas de ese hombre que acompañaba a Trump. Ese código de machotes, repugnante, rancio, primitivo, que lleva a un hombre a jalear las salvajadas sobre las mujeres que suelta otro hombre. Esos entornos profundamente machistas, que son los que luego deciden nombramientos de altos cargos en empresas, por ejemplo. Y esto también es importante. Si las decisiones de este alcance en las compañías salen de ambientes como este, es fácil entender por qué tan pocas mujeres acceden a los más altos cargos. 

Hay machismo en la sociedad. Y no sólo eso. Hay votantes que celebran que su candidato sea un hombre como Trump. Igual que había en Italia votantes que premiaban a Berlusconi su pose de machote conquistador. Y las mujeres siguen cobrando menos que los hombres en muchos puestos de trabajo. Y sigue habiendo personajes como Trump en las altas esferas. Y se siguen escuchando en conferencias o eventos comentarios machistas, como ese de dar la palabra primero a la mujer, la única mujer presente, por ejemplo, cuando la normalización no va de eso. Hay una enorme desigualdad en la sociedad. Todavía hay mucho que avanzar en la igualdad entre hombres y mujeres. Desde luego, Trump no lo haría si fuera presidente estadounidense. Pero el problema es mucho más de fondo. Está en esas risotadas de primate que jaleaba las burradas de Trump. 

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