Sefarad

En Sefarad, Antonio Muñoz Molina retrata "una Europa súbitamente retrocedida a la barbarie". Es difícil describir con más concisión en qué se convirtió el Viejo Continente el pasado siglo. Escenario del horror, del fanatismo, de ideologías totalitarias que destruyeron vidas humanas y eliminaron cualquier atisbo de libertad. Se centra el autor en el sufrimiento del pueblo judío, perseguido en la más vil campaña de exterminio que ha conocido la humanidad. Sefarad es el término con el que se identifica a España en la lengua hebrea, así que no faltan en esta obra, un fluir de muchas voces, de muchas historias, algunas fabuladas, la mayoría reales, relatos de la expulsión de los judíos de España, de la inquisición, de ese desgarro del exilio, de la expulsión. 

Es una novela extraordinariamente dura de leer. No porque sea confusa o difícil de entender, sino por la hondura de lo narrado. Hay historias brutales, salvajes, muy dolorosas. Es una obra melancólica. No puede ser diferente una obra que reflexione sobre el horror, sobre cómo los seres humanos pueden convertirse en máquinas de exterminar a sus semejantes. Hay en la obra, por ejemplo, un personaje que no puede evitar, cuando está en Alemania y ve por la calle ancianos, pensar cómo actuaron esas personas en el pasado, cuando todo el mundo sabía, pero hacía como que no. Cuando se miraba hacia otro lado. Cuando la sinrazón se extendió por el país germano, y todo el mundo prefirió no preguntar a dónde se dirigían esos trenes, o no se cuestionó la forma inhumana de restringir las libertades de los judíos y marcarlos, sólo por su condición de judíos. 
Es una obra dura, pero necesaria. Es inagotable la cantidad de historias que dejó aquella Europa "retrocedida a la barbarie". Se suceden las narraciones en primera y en segunda persona. Hay muchas historias en la obra, todas ellas protagonizadas por seres vulnerables, injustamente tratados, víctimas de la irracionalidad y el totalitarismo, de los nazis, pero también del comunismo de la Unión Soviética, ese que acabó convirtiéndose en todo contra lo que combatió. "Cada mañana despiertas creyendo ser el mismo que la noche anterior, pero no eres una sola persona y no tienes una sola historia", leemos en un capítulo de Sefarad. Así, van cruzándose historias de abandono, de olvido, de memoria, de dolor. Personajes que sobrevivieron a la barbarie, que vieron demasiado horror como para olvidarlo, como para creer en el ser humano. Vidas arrebatadas por odios e ideologías criminales.

Hay personas ficticios en la obra, pero también un buen número de personajes que existieron de verdad, como Primo Levi, el escritor italiano de origen sefardí que dio testimonio del horror en el campo de concentración de Monowice, próximo a Auschwitz, en la soberbia obra Si esto es un hombre. O la durísima historia de Milena Jesenka, amante de Frank Kafka, a quien le escribió las famosas cartas de amor, Sobrevivió más de 20 años al genial escritor de Praga. Y vivió el horror del siglo XX del que la tuberculosis libró al autor de El proceso. Fue detenida por la Gestapo e internada en el campo de concentración de Ravensbrück, donde fue enfermera. Murió en mayo de 1944, por una enfermedad contraída en el campo, cuando quedaba ya poco para que terminara ese espanto. También Jean Améry dio testimonio del horror, y también él, como Primo Levi, acabó suicidándose, muchos años después de aquello, incapaz de sobreponerse a la anulación como persona del campo. 

Quizá el personaje más fascinante que circula por las páginas de esta novela de novelas, de este compendio de relatos donde hay historias muy diferentes, pero que encajan a la perfección, sea Willi Münzenberg. Fue una de las personas más convencidas de las bondades del comunismo, hasta el punto de que fue el mayor propagandista del régimen soviético. Montó periódicos y revistas. Hizo mucho por el reconocimiento del comunismo en el exterior. Estaba convencido de aquellas ideas, pero acabó defenestrado y desencantado por las purgas de Stalin. No era esto, no era esto. Y salió huyendo a París, escapando de los suyos. Fue encarcelado en el sur de Francia, un misterioso comunista le ayudó a escapar y después apareció muerto en un bosque. 

Historias de dolor, de recuerdos imborrables de una Europa desangrada, devastada. Está obra tiene unos años, se publicó en 2001. Han seguido publicándose novelas sobre aquellos años de locura, y seguirá haciéndose. Así debe ser. Quien olvida su historia está condenada a repetirla. Tendemos a pensar que aquello, las millones de muertes causadas por el nazismo, el fascismo y el comunismo el pasado siglo, fue un accidente, algo propio de aquella época, que sucedió entonces pero jamás puede volver a pasar. Y olvidamos con qué facilidad millones de alemanes votaron a Hitler, después de un periodo de devastadora crisis económica, por cierto. Cómo tantas personas se entregaron a ideologías totalitarias cuando no tenían nada más a lo que aferrarse. 

Es una obra dura, mucho, pero tanto como necesaria. En ella, como en otros libros del autor, Muñoz Molina recuerda también su pasado como funcionario en una pequeña ciudad de provincias, soñando con vivir otra vida. Aunque rompe con las otras historias contadas en el libro, no deja de ser un cierto hilo conductor, el autor que lee y conoce estas mismas historias que narra, mientras fantasea con ser otro. "Había dos mundos, uno visible y real y otro invisible y mío, y yo me adaptaba mansamente a las normas del primero para que me dejaran refugiarme sin demasiada molestia en el segundo". No se refiere exactamente a eso, pero no parece una mala descripción de la literatura, que además de refugio es agitadora de conciencias y llama a la reflexión, a no olvidar. 

Comentarios