La jungla de Calais

Hace un par de veranos, la atención mediática se centró en el canal de la Mancha, que une el Reino Unido y Francia. Se produjeron atascos y se detuvo el tránsito por este paso intercontinental debido a que había personas que cruzaban de forma irregular el canal en busca de una vida mejor en el Reino Unido. Ya entonces, el contraste entre los habitantes europeos desesperados porque sus vacaciones se posponían unas horas y la absoluta devastación de quienes lo habían perdido todo, malvivían en Francia y buscaban llegar al Reino Unido para labrarse un futuro, fue un símbolo del drama de los refugiados. Después, el foco mediático se trasladó a otros puntos de Europa, como las costas griegas, donde llegaban a diario cientos de seres humanos que escapaban de las guerras, el terrorismo y la miseria. Un año y medio después, la situación desesperada e insostenible de las personas asentadas en Calais a la espera de su oportunidad de pasar al Reino Unido sigue siendo igual


Ayer, las autoridades francesas comenzaron a desalojar el asentamiento irregular conocido como la jungla de Calais, donde subsisten en las más precarias condiciones unas 8.000 personas. Sólo ayer, más de 2.300 personas fueron trasladadas en autobuses (con plásticos en los asientos, no vaya a ser que esas personas peguen algo a quienes se tengan que sentar después en el mismo sitio) a distintos centros de acogida por toda Francia. Continuará la operación de desmantelamiento de la jungla durante toda esta semana. 

Es evidente que esas 8.000 personas vivían en condiciones infrahumanas y que no era sostenible mantener un asentamiento tan insalubre y donde los seres humanos que buscan emprender una nueva vida en Europa no tenían condiciones dignas de vida. Pero desmantelarlo no termina con el problema. El problema, aclaremos, de estas personas que lo han dejado todo, que lo han perdido todo, no, por supuesto, de los países de acogida como Francia, perfectamente preparados para dar un trato digno y acoger a estas personas, además de obligados legalmente a hacerlo si son peticionarios de asilo. No se resuelve automáticamente su problema, entre otras cosas, porque si algo está claro es que las personas sin nada que perder, las que necesitan darle una vida mejor a sus hijos, las que están desesperadas, seguirán buscando llegar allí donde piensan que pueden cambiar sus condiciones de vida. Las personas pobres emigran a los lugares ricos. Es una de las verdades más incuestionables de la historia de la humanidad. 

Algunas ONG pidieron al gobierno francés que pospusiera o cancelara el desalojo de la conocida como jungla de Calais, por temor a que no se respetaran los derechos de las personas que malvivían en ese espacio. Hay denuncias, por ejemplo, del uso de gases lacrimógenos en los días previos a la operación contra las personas que se resistían a ser evacuadas, porque muchos de los seres humanos asentados en este lugar proclaman que volverán, que su objetivo sigue siendo cruzar el canal de la Mancha en dirección al Reino Unido, ese país que hace unos meses votó, por razones exclusivamente racistas y aislacionistas, separarse de la Unión Europea, para limitar la libre circulación de personas, para protegerse del diferente. 

Además, es especialmente grave la situación de unos 1.3000 menores que vivían en la jungla de Calais sin la compañía de ningún adulto. Estos chavales están a la espera del reagrupamiento con sus familias en el Reino Unido o en otras partes de Francia. Desde comienzos de 2015, unas 31 personas han fallecido intentando cruzar el canal de la mancha desde el país galo. La jungla de Calais simboliza como pocos lugares la incapacidad de Europa para atender de forma digna a los refugiados.  

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