El precio y el valor del cine

El arrollador éxito de la Fiesta del Cine, que ha marcado récord con 2,6 millones de entradas, ha generado el ya habitual debate sobre el precio de las entradas del cine, que suele llevar aparejados argumentos algo tramposos por todas partes. Este año no ha sido una excepción. La Fiesta del Cine, que suele llenar las salas tres días seguidos para vaciarlas las dos o tres semanas siguientes, demuestra que a los españoles les gusta el séptimo arte. También, por qué no decirlo, que le gustan las ofertas, lo que es muy barato o casi gratis, 2,9 euros por entrada. Sin duda, es una iniciativa positiva, que ha tenido una acogida excepcional desde que la lanzaron los exhibidores y distribuidores cinematográficos, porque escucha un clamor sobre el coste excesivo del cine. Más aún en un momento como el actual, que sigue siendo de crisis, o al menos de apreturas económicas, para millones de ciudadanos.


Los argumentos tramposos de los que hablaba antes se observan en los dos polos de este debate continuo sobre el precio de las entradas en España. La mayoría de los espectadores defiende que el éxito de la Fiesta del Cine demuestra que las entradas son demasiado caras y que la gente iría en masa a las salas si tuvieran un precio más razonable. Y, sin duda, tienen parte de razón. Aunque no tengo tan claro que todo el mundo que atiborra los cines estos días acudiera con tanta frecuencia como declaran si los precios bajaran sustancialmente. Salvando las distancias, sería un argumento similar a aquel según el cual todos los que piratean películas pagarían su entrada religiosamente si costara menos. Algo dudoso en un país con una peligrosa querencia por no pagar por contenidos culturales que puedan ser "consumidos" gratis, donde no hay conciencia de que se está robando al director, actor o actriz que nos gusta, y a tantas personas que viven de esa entrada. 

Tan cierto como que los amantes del séptimo arte se enfrentan al obstáculo de unos precios demasiados elevados es que el cine (y con él, toda la cultura susceptible de ser pirateada) tiene que lidiar con la pasmosa tolerancia que existe en España ante prácticas inadmisibles, que significan no valorar en nada el trabajo de los creadores. No es exactamente lo mismo, por supuesto. Pero también es algo que debemos tener en cuenta, también va un poco de eso el debate, del valor y el precio de algo tan intagible como una creación cultural. Pagar una entrada para el cine, el teatro, un concierto o un museo es también contribuir a ese arte que deseamos apoyar. Nadie discutirá que las entradas son caras en España, pero conviene añadir matices a la argumentación. Y esta, la de reconocer todos los puestos de trabajo que hay detrás de una entrada de cine (las cientos de personas que participan en el rodaje, el distribuidor, el exhibidor, los empleados de las salas...) es uno de los que olvidamos con más frecuencia. Vivimos en un país con escasa afición a pagar por el trabajo de los demás (el sector de la prensa también sabe bastante de eso). Sí, parte de ese dinero, probablemente la mayoría, se irá a gigantes cinematográficas. Pero detrás están directores, actores, técnicos y un largo etcétera. 

Es evidente que el precio que se cobra en esta fiesta cinematográfica es testimonial, propio de una promoción y que, directamente, no es sostenible. Por mucho que las salas estén llenas. No es suficiente para la subsistencia del sector. El precio equilibrado entre los intereses de quienes viven de esto y el de los espectadores no pueden ser esos 2,9 euros, aunque sin duda tampoco deberían ser los 9 euros que, por lo general, cuesta una entrada en fin de semana en Madrid. Eso sin contar el sobrecoste de las entradas si la película es en 3D. Y no digamos ya si el espectador desaprensivo decide torturar a sus compañeros de sala comiendo palomitas mientras ve la cinta, costumbre esta tristemente muy extendida. 

El debate es necesario y no puede quedar en la defensa de unos precios irrisorios por siempre. Pero, claro, tampoco podemos comprar los argumentos de los distribuidores de cine, que sostienen, apoyándose en datos de la SGAE, que de media las entradas de cine cuestan 6,1 euros. No discutimos la cifra, pero también tiene trampa, pues es la media del precio de la entrada los siete días de la semana. Sucede que los españoles suelen ir al cine los fines de semana, fundamentalmente porque entre semana trabajan o tienen otras responsabilidades, y desde luego si no trabajan, no tendrán tanto acceso al cine. Y es ahí cuando los precios se vuelven prohibitivos, sobre todo, insistimos, en un contexto de crisis como el actual. Podemos pensar, y pensamos, que el precio de una entrada de cine es el mismo que el de una copa en un local, por ejemplo. Que todo es cuestión de prioridades. Que habrá quien abjure del cine por sus precios pero después queme tarjeta sin fin comprando ropa, o entregándose con igual devoción a cualquier otra afición. Pero estaríamos negando otra realidad, que sí hay personas que no van al cine aunque querrían porque su coste se lo impide. Y es importante que esas personas puedan acceder a la cultura. 

El mundo del cine debería plantearse un debate serio y quizá iniciativas como la del Cine de la Prensa, que ha establecido un precio fijo de seis euros, sean el camino a seguir. Hay otros datos inquietantes. Por ejemplo, que los españoles van de media dos veces al cine ¡al año!, lo que parece una cifra extraordinariamente baja, aunque el país europeo con más frecuencia de asistencia a las salas es Francia y sólo acuden tres veces al año. Es un error pensar que todo el mundo alrededor es igual que uno mismo, pero no quiero pensar lo dolorosísimo que me resultaría acudir sólo dos o tres veces al año al cine, en vez de al mes, y siempre parece menos de lo deseado. Otro dato llamativo y preocupante es la concentración inmensa de los espectadores en unas pocas películas. Está bien que haya taquillazos, siempre los habrá. Cintas orientadas al gran público, con afán de romper la taquilla. Pero es preocupante cómo cada vez se agranda más la brecha entre esas películas y el resto, condenadas casi todas a ser cintas de culto, prácticamente clandestinas, con poquísimos espectadores, porque no cuentan con el respaldo de uno de los dos grupos televisivos y su arrolladora promoción. 

Y hay un último dato que a muchos amantes del cine, sin apellidos, simplemente del cine, nos parece especialmente injusto y es que el 62,8% de los espectadores de cine en España lo son de películas de Hollywood, mientras que sólo el 19% muestra su preferencia por cintas españolas. No se trata de chovinismo absurdo, pero es decepcionante que la variedad del cine español y tantas propuestas innovadoras, valientes e inteligentes estén en un segundo plano, cuando no sufran un desprecio abierto por prejuicios y rencillas pasadas. Es cierto que algo está cambiando en este punto, con cintas españolas que arrasan, como Un monstruo viene a verme, de Bayona, la más vista estos días y perfecto exponente, por tamaño, de esas películas con vocación comercial de rompetaquillas de las que hablábamos más arriba, necesarias, pero no suficientes. Una parte, no el todo. Pero algo es algo. Y la Fiesta del Cine ha ayudado a elevar aún más las cifras de esta película del rey Midas del cine español, que aquí tenemos pendiente de ver. El debate que genera cada año este evento es bienvenido, aunque después es poco lo que cambia hasta la siguiente Fiesta del Cine

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