De rosas, tarjetas black y correas

¿Qué tamaño puede tener una rosa para cubrir toneladas de corruptelas? ¿Cómo de extensos han de ser sus pétalos para camuflar escándalos inmensos? ¿Puede su perfume echar a un lado el hedor? La actualidad manda, claro, y también se construye. El segundo partido de España, el que tiene más años de historia y más tiempo ha gobernado este país, se está descomponiendo. Y el foco mediático, claro, se pone sobre su guerra intestina, sobre las intrigas palaciegas, la incompetencia presente y las malas artes felipistas pasadas, sobre el navajeo, la cerrazón, las medias verdades y, en general, ese suicidio en directo que protagonizan los socialistas. Y es lógico que así sea. Mientras todo esto sucede, la España oficial de los últimos años, desde un colaborador muy estrecho de la Casa Real hasta los más conocidos empresarios, políticos y sindicalistas, se sienta en el banquillo por haber aprobado un sistema para pagar gastos personales a cuenta de una entidad financiera que después tuvimos que rescatar todos los españoles con dinero público. Y en esa misma sala, a partir del lunes, se juzgará el caso Gürtel (Correa en alemán, por el cabecilla de la trama), ese asuntillo de corrupción y comisiones ilegales del partido del gobierno. ¿Puede una rosa tapar tanta putrefacción? 


No hablo, por aclarar, de conspiraciones. Es normal que un golpe como el que ha dado Susana Díaz, apoyada por la vieja guardia socialista y sus satélites, sea portada de todos los medios. Es comprensible que la vacuidad y el modo insensato de aferrarse al poder de Sánchez centre editoriales y artículos de opinión. Es preocupante que el PSOE se desangre en directo como lo está haciendo. Mucho. Ni siquiera digo que las intenciones detrás de este movimiento, que naturalmente busca que Rajoy siga siendo presidente más aún que derrocar al denostado Sánchez, tengan ninguna relación con estos casos de corrupción y falta de ética que juzgan los tribunales. Y sería muy tentador, porque es el partido de la Gürtel al que los críticos a Sánchez quieren mantener en el gobierno. 

No. Nada de eso. Simplemente creo que es importante no olvidar esas otras noticias, igual de repugnantes, o incluso más, que la guerra civil en el PSOE. Por ejemplo, ayer Miguel Blesa dijo que no es verdad que las tarjetas black fueran irregulares y que, además, había "pistas" para encontrarlas en las cuentas de Caja Madrid. Sí, sí. Pistas. Sin el menor descaro. Esa gente, que no son 60 golfos (presuntos, siempre), sino el sistema, las altas esferas de poder, vivía en una sensación de impunidad absoluta. No creían estar haciendo nada malo por gastar dinero de una caja de ahorros pública para pagarse cenas o comprarle regalos a las amantes. Era su derecho. Ellos lo valen. Tenían una responsabilidad muy importante. Se lo merecían. Ellos lo valían. 

El juicio de las tarjetas black es mucho más que el proceso a unos gastos irregulares y, a todas luces, impresentables. Es el juicio a una España, la reciente, la oficial, esta que seguimos soportando, la de la cienaga de corrupción y privilegios para una élite que impone recortes y sacrificios al resto de la población. Y el PSOE podría tomar nota. Igual su debacle electoral continuada tiene algo que ver con que sus representantes quemaran su tarjeta B con el mismo entusiasmo e idéntica despreocupación que el resto. Tal vez estar sentado en ese banquillo, con el resto de la España oficial, con otros partidos, empresarios y sindicalistas, explica algo de su estado catatónico. 

Y, claro, los críticos a Sánchez también podrían mirar hacia la sede de la Audencia Nacional en San Fernando de Henares, donde se juzga desde esta semana el caso de las black y desde el lunes próximo, el caso Gürtel. Porque lo que están proponiendo es dejar gobernar al líder del partido de ese escándalo de corrupción, y tantos otros. Entrar en esa camarilla de las black, en esa España oficial de traje a medida y peste a tráfico de influencias y delitos, ha matado al PSOE. No sólo. Pero eso, también. No pedir ningún cambio, no poner condiciones para que Rajoy ("Luis, sé fuerte") siga siendo presidente, dejarse guiar por González, exconsejero de Gas Natural, imagen viva de hasta qué punto se puede corromper un gobernante, y toda la vieja guardia de estómagos agradecidos, quizá, sólo quizá, no ayude demasiado al PSOE. 

Hablaremos muchísimo de la decadente situación de los socialistas, de las muchas opciones que tienen de acaba siendo el Pasok. Y es normal. Pero convendría no olvidar que la España oficial, esa que no parece que vaya a cambiar demasiado (en parte, claro, porque eso es lo que ha votado la gente), está siendo juzgada en los tribunales. Y que el partido al que con su abstención presumiblemente dejará el PSOE gobernar, consumado el golpe a Sánchez, empezará a ser juzgado el lunes por uno de sus múltiples escándalos de corrupción. Por cierto, la alternativa al incompetente Sánchez llega del PSOE andaluz, ese que tantos asuntos pendientes con la Justicia tiene. Hay quien dice (malpensados hay en todas partes) que Díaz y compañía esperan cierto trato amable por parte de la Fiscalía a cambio de los favores prestados. En fin. Hemos cambiado la crónica judicial por la social, el Sálvame de la política. Pero no olvidemos que la peste de la corrupción sigue ahí, en todo su esplendor. Y que los movimientos que se observan estos días no parecen muy encaminados a erradicarla. 

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