Barcelona

El viernes pasado una buena amiga envió una noticia de Verne en la que hablaba del hygge, un término danés sin traducción al español que significa algo así como bienestar, relax o armonía. Más que un concepto es una filosofía de vida. Un momento hygge es un instante de felicidad, relajado, en el que se aparcan los problemas cotidianos y se disfruta de la vida, siendo consciente además de que uno está siendo afortunado por tener esa vivencia. La noticia que enviaba mi amiga era premonitoria, porque ese fin de semana nos marchábamos junto a otros dos amigos a Barcelona. Hay escapadas que ponen cuestión el concepto de tiempo y Barcelona, siempre una promesa cumplida, es una ciudad especialmente agradable para celebrar la vida y detener el reloj.


Allá nos fuimos cuatro habitantes de Madrid amantes de Barcelona. La ciudad seguía igual que siempre, como una amiga querida a la que hacía un tiempo que no veías, siempre más de lo deseado, pero que sigue conquistándote a cada gesto, con la que nada cambia, al menos entre vosotros. Como si por ella y vuestra amistad no pasara el tiempo. Hay solo algo equiparable a la satisfacción de descubrir una ciudad, de recorrer por primera vez unas calles y contemplar unos monumentos, de escuchar unos acentos nuevos para uno y probar sabores distintos, de explorar lo desconocido. Y es, curiosamente, sentirte en tu casa en una ciudad ajena, donde no vives pero sí te orientas, donde se establece un nexo entre tus escapadas pasadas y el presente, una unión instantánea, que te hace avanzar por sus calles con seguridad, como guiado de la mano de tus recuerdos, alentado por tus vivencias pasadas. Como si parte de ti se hubiera quedado en esa ciudad querida, esperándote, sabedora de que regresarías. 

Barcelona es un gozoso reencuentro, es dejarse sorprender como si fuera la primera vez por la armonía de sus calles, por el aire cosmopolita, de mil acentos, que siempre tuvo y sigue teniendo esa ciudad. Por el mar, que para quienes no lo tenemos cerca es siempre una compañía muy preciada. La perfección geométrica de su centro, precisa, con rectitud, donde es imposible perderse, donde hay referencias claras. Pero, a la vez, la sucesión de construcciones con explosión de colores, con el modernismo apelando al visitante desde edificios que son obras de arte en sí mismos como la Casa Batlló, obra de Antoni Gaudí, pero no sólo. 

En la amplitud del elegante Paseo de Gracia se disfruta también de La Pedrera, también de Gaudí. Y tantos otros espacios asombrosos. Para quien viaja mirando hacia arriba, gozando de la arquitectura de las ciudades que visita, Barcelona es una tentación constante, una muestra de arte al aire libre, una delicia. Por la belleza de sus señoriales avenidas principales, como las Ramblas, siempre tan concurridas, donde el paseo es agradable y, cada paso, uno se encuentra con atractivos como el mercado de La Boquería o el Liceo. 

Y muy cerca de las Ramblas, repleta de paseantes, la armoniosa Plaza Real, como un pequeño oasis, un espacio bellísimo, con palmeras y arcos, puerta de acceso al Barrio Gótico. Y allí tantos otros alicientes, como la Basílica de Santa María del Mar, que es la base de la novela La Catedral del mar. Transmite algo Barcelona, su esencia, su alma, su espíritu. Algo difícil de describir, a lo que cuesta ponerle palabras, pero que es lo que la hace única. Es eso que hace al visitante sentirse bien, lo que le lleva a pensar que viviría encantado en esa ciudad, que se pasaría los días paseando por sus calles, acercándose al mar, recorriendo todos esos rincones a los que les empuja el recuerdo de sus visitas pasadas en cuanto pone el pie en la ciudad condal. 

El arte y la cultura están muy presentes en Barcelona, como toda gran ciudad llena de teatros y museos, pero también de obras arquitectónicas prodigiosas y avenidas amplias, extraordinarias. Desde hace unos años para entrar en el Parque Güell, para muchas personas el lugar más bello de la ciudad. Se puede entrar sólo con entrada y conviene reservarlas con antelación (el domingo llegamos sobre las 12 y la primera hora en la que se podía entrar eran las 15:30). Siempre vale la pena la visita para pasear por sus jardines y sus obras arquitectónicas hermosas, como esa plaza central, esa serpiente  recubierta de cerámica, o la escalinata con la salamandra, que es el emblema de esta construcción de ensueño que encargó el empresario Eusebi Güell a Gaudí, que se abrió al público en 1926. Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, es uno de esos muchos lugares de Barcelona donde uno se pasaría días enteros, sencillamente sentado, contemplando a Barcelona desde la altura, observando cada detalle, cada rincón, cada componente de esta joya. 


Necesita Barcelona pocos alicientes añadidos, pero los tiene. Se puede comer muy bien en la ciudad condal. Hay espacios fabulosos, como también el parque de la Ciudadela, que se me había olvidado mencionar, donde hay un ambiente multicultural apasionante. Y cerca de allí está Aire, un templo del relax, donde se puede disfrutar de spa y masajes. Ahí sí que se detiene el tiempo. Y es, sí, otra razón para volver a visitar la ciudad pronto. Una delicia. Un regalo sensacional. 

Empezábamos el artículo hablando de filosofías de vida. John Lennon tenía una muy clara. Y, entre libros de segunda mano (cayó París no se acaba nunca, de Enrique Vilas-Matas) y antigüedades, frente al mar y la estatua de Colón, uno encuentra una cita del cantante. Cuando fui al colegio me preguntaron qué quería ser de mayo y escribí "feliz". Me dijeron que no había entendido la tarea y yo les respondía que ellos no habían entendido la vida, Hay escapadas y amistades que no sé si ayudan a entender la vida, pero sí a disfrutarla y darle sentido. 

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