12 de octubre

"De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal", escribió Jaime Gil de Biedma. Es uno de los versos más repetidos del poeta. Forma parte del poema Apología y petición, del que sólo se cita aquel verso, pero que continúa, hablando de "nuestra famosa inmemorial pobreza cuyo origen se pierde en las historias". Y fabulando, imaginando, una realidad diferente, un futuro distinto. "A menudo he pensado en otra historia, distinta y menos simple, en otra España donde sí importa un mal gobierno". Y acaba negándose a aceptar esa supuesta maldición congénita de España, pidiendo "que sea el hombre el dueño de su historia". Hoy, que es fiesta nacional, resuenan con especial contundencia estos versos. Como lo hace aquella frase genial de Azaña: "si los españoles hablásemos sólo de lo que sabemos, se generaría un inmenso silencio  que podríamos aprovechar para el estudio". O esta otra de Larra, "aquí yace media España, murió de la otra media". O de la Machado en su hermoso y lúcido poema, "españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón"


Básicamente, seguimos ahí. La polémica absurda, boba y tan española sobre el 12 de octubre, la fiesta nacional, refleja bastante bien lo que somos y la enorme incapacidad de mantener un debate sosegado en este país. Seguimos con el debate polarizado, con el ellos y el nosotros. Y nada cambia esto. Si a uno no se le eriza la piel, pongamos, con el himno de España, rápidamente es tachado de antipatriota, o radical, o antisistema. Si uno sí se siente español y celebra esta fiesta nacional, es poco menos que un facha, alguien rancio y anticuado. Y así seguimos. 

La polémica en torno a la decisión del ayuntamiento de Badalona de trabajar hoy es muy desmoralizante, por la estulticia a ambos lados del Ebro. Por supuesto, la simpleza de quienes asocian inmediatamente el 12 de octubre con un genocidio de los indígenas, con lo más oscuro de nuestra historia, sin matices de ningún tipo, cuando hoy la fiesta tiene otras connotaciones. Pero también, sin ninguna duda, la cansina reacción nacionalista española a esta actitud del otro lado, la cerrazón absoluta a asumir lo que haya de bochornoso, que lo hay sin duda, del pasado de España en América. Unos, simples, rechazando todo lo que suene a español. Y los otros, exactamente igual de simples, negándose a hacer la más mínima autocrítica o a reflexionar sobre nuestro pasado, como si fuéramos el único país donde se hace algo así, como si sólo en España hubiera voces críticas sobre episodios del pasado. 

Es absolutamente imposible mantener un debate calmado en España. Quiero pensar que no es porque aquí todo el mundo sea fanático de un lado o del otro. De hecho, tiendo a pensar que hay una amplia parte de la sociedad española que no entra en etiquetas, que piensa por sí mismo, que no cojea de un pie o del otro, que no mira al de enfrente como enemigo, que no acepta todos los prejuicios de "los suyos" ni recela por sistema de todas las propuestas de "los otros". Pero los extremos hacen mucho más ruido. En este debate del 12 de octubre, o en el de los líderes políticos que asisten o dejan de asistir al desfile militar de Madrid, sólo se escuchan las voces más extremas de un lado o del otro. Y quizá, sólo quizá, sí deberíamos asumir todos que, hoy por hoy, el 12 de octubre es la fiesta nacional y también, por supuesto, que los españoles cometieron auténticas atrocidades en América, bien documentadas por fray Bartolomé de las Casas. E incluso que si alguien propone abrir un debate para cambiar de fecha el día de la fiesta nacional (pongamos, el 6 de diciembre, por la Constitución) tal vez es porque de verdad considera que esa es una buena opción que concilie a todo el mundo, no porque sea un perroflauta antiespañol. 

Pero resulta imposible debatir con sosiego. Y además, se tiende a respetar poco a quien piensa diferente. En España somos muy amigos de la libertad de expresión, pero sobre todo cuando quien se expresa lo hace en la misma línea que nosotros. Podríamos aceptar que haya a quien la bandera española, como cualquiera otra bandera, le parezca un trapo, un trozo de tela sin el menor significado. Podríamos respetar a aquel para quien el 12 de octubre no significa nada. Podríamos también convivir con quien sí siente algo especial cuando suena el himno español o con quien se emociona con el desfile militar de hoy, igual que estaría bien respetar y no tildar de ignorantes o peligrosos radicales a quienes ese aire militar le provoca un rechazo. No es tan difícil. Se trata de respetar a quien piensa diferente. 

Sólo hay algo igual de absurdo que el sectarismo de la alcaldesa de Badalona, por ejemplo, que hace piruetas para intentar justificar por qué elige precisamente esta fiesta para permitir a sus trabajadores municipales ir a trabajar, cuando parece obvio que lo hace porque suena a español, porque es una fiesta española con la que, desde su ideología, no se siente representada. Lo único igual de absurdo es esa reacción furibunda, enfervorecida, histérica de quien, echando espumarajos por la boca, clama al cielo por esos que quieren romper España y trabajan el 12 de octubre, oh dios mío, qué será lo próximo. Como si esa posición ideológica no fuera legítima. Quiero pensar, insisto, que en mitad hay una amplia mayoría de personas que festejan, fundamentalmente, tener hoy día libre. Y entre ellas, gente que se siente española y personas que consideran que no tiene excesivo sentido enorgullecerse de algo tan azaroso como nacer en un lugar o en otro. Y mientras, como casi no hay problemas serios que afectan a España, podemos seguir debatiendo sobre estas polémicas. España sigue siendo España. 

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