La buena reputación

"Opinión o consideración en que se tiene a alguien o algo. Prestigio o estima en que son tenidos alguien o algo". Así define la RAE "reputación", el término escurridizo, incontrolable y dañino que da nombre a la última novela de Ignacio Martínez de Pisón, con la que ganó el Premio Nacional de Narrativa del año pasado.  De un modo u otro, todos los personajes de La buena reputación son presas de la imagen que transmiten a los demás, de su empeño por conservar una buena reputación, por mantener la honra, el reconocimiento externo. Pero esa reputación está en permanente peligro por engaños, decepciones, infidelidades y secretos inconfesables. 

En la obra, el pasado y `las herencias familiares son presentadas como unas muy pesadas losas de las que resulta imposible escapar. Es, sobre todo, una saga familiar, como tantas otras que hemos leído. En ese sentido, no es demasiado original, o no lo aparenta en un primer momento, pero, como reza la frase de Tolstoi mil veces citada, "todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". O, como leemos en la obra de Martínez de Pisón, al final ya, cuando uno de los personajes piensa que aquella saga de la que se nos ha contado la historia durante tres décadas, "no era una familia perfecta, pero era su familia". 

Con La buena reputación, el autor invita a los lectores mirar por una rendija en la casa de la familia formada por Mercedes y Samuel. Entrar en sus fiestas y comidas, observar sus discusiones y charlas, sus disgustos y alegrías. Comienza la historia en Melilla, aunque también transcurre después por otras ciudades como Málaga o Zaragoza. Es una historia familiar, sí, pero en realidad el argumento central de la novela es la búsqueda de respuesta a la pregunta de quiénes somos, como el 99% de las novelas y el 100% de las vidas. El ímpetu por hallar una respuesta a esa cuestión se aprecia en los personanes los más jóvenes, pero también en los adultos, que buscan reafirmarse en una identidad o encontrar su lugar en el mundo. 

La historia recorre distintas épocas y tiempos, en la España de la posguerra. Todo comienza en Melilla. Quizá pocos escenarios en España son mejores para acoger el comienzo y el final de una historia sobre la identidad. Una ciudad española situada geográficamente en África. Y, además, en un momento de dudas, es es la época del final del Protectorado español en Marruecos, cuando en Melilla existían incertidumbres sobre qué sería de ese territorio, si seguiría formando parte de España o Marruecos reclamaría su soberanía. Es ese territorio, esa ciudad española, el origen de esta historia. Y no es casual que acoja también su desenlace. 

Los lugares importan. Las ciudades de nuestra infancia. Las localidades de donde procedemos. Los sitios donde fuimos felices, o infelices, pero cada uno a nuestra manera. La novela, escrita de forma sobria, sin alharacas ni excesos de ningún tipo, tiene varios chispazos, reflexiones maravillosas, hallazgos gozosos. Como el pasaje en el que se sugiere el empleo del término "siempre" como topónimo. El bar de siempre. El rincón de siempre. Los cines de siempre. En una cartografía sentimental, siempre pasa a ser algo distinto de un adverbio de tiempo. Y, entonces, resulta importante tener esos lugares de siempre. Lo que para un turista no es más que una cafetería o un banco en la calle, para quienes viven en esa ciudad es la cafetería donde comenzó una historia de amor o el banco donde se sentó al cruzarse con un conocido al que hacía siglos que no veía. 

La reputación, pues, es una sombra que persigue a los personajes de la novela durante sus más de 600 páginas, pero también la identidad, el sentido de pertenencia. La obra tiene vocación de reflejar la historia de una familia, que podría ser la de tantas, en la que es fácil sentirse identificados en varios momentos, más que de trascendencia. Pero, como toda buena novela, tiene retazos de vida, de verdad, de mucha verdad. Y por eso conmueve. Por eso el lector se engancha a las desventuras de los miembros de esta familia, a sus desvelos y alegrías, más fugaces estas últimas. A sus instantes de intimidad, sus juegos de palabras, sus guiños, su reconstrucción de la memoria, sus secretos, su falta de confianza, la extraordinaria vulnerabilidad de todos ellos. 

La buena reputación está estructurada en cinco novelas, que siguen la historia de la familia por orden cronológico, pero más apegados a un miembro en cada parte, después de un prólogo breve. La novela de Samuel, el padre de familia, con su relación algo conflictiva y contradictoria con sus orígenes, con el judaísmo, su necesidad, otra vez, de preservar una buena imagen externa. Después, la novela de Mercedes, su mujer. Esposa y madre abnegada, pero también controladora. El autor se pega más tarde a Miriam, una de las dos hijas de Mercedes y Samuel, la buena, la formal, la que no da problemas, pero la que vive con ansias de experimentar aventuras, de trascender. Después llegan las novelas de Elías, hijo de Miriam, que tiene una intensa vocación religiosa, que se disipa en cuanto comparte clase con compañeras, y a Daniel, su hermano, quizá el personaje que siente de un modo más intenso, junto a su abuelo Samuel, la culpa, otro de los hilos conductores de la novela, y el peso de las herencias familiares. Es una novela pausada, sin grandes sorpresas. Anatomía de la treinta años de la historia de una familia. Un relato agradable, duro en ocasiones, pero con el fulgor de lo auténtico. Una novela que deja huella. 

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