ETA. Las claves de la paz

"Es como el abuelo que planta un árbol sabiendo que no lo verá crecido, pero con la ilusión de que sus nietos tendrán un árbol frondoso". Con esta frase de Helmut Kohl resume Jesús Eguiguren su concepción de la política. Casi al final del libro ETA. Las claves de la paz. Confesiones del negociador, escrito a cuatro manos entre el político vasco, presidente del PSE, y el periodista del diario El País Luis Rodríguez Aizpeolea, Eguiguren reflexiona sobre el proceso de paz en el que él fue negociador del gobierno con la banda terrorista. Rememora aquel diálogo, las discusiones por cada término, por cada detalle, por cada espinosa cuestión, que ETA destrozó con su atentado mortal en la T-4 del aeropuerto de Barajas.

El libro recoge el testimonio de una de las personas que más de cerca siguieron este proceso, el último con ETA, después de los que habían aprobado los anteriores presidentes del gobierno, incluido José María Aznar, quien habló incluso en una rueda de prensa de Movimiento Vasco de Liberación para referirse a la banda asesina. Todos los presidentes del gobierno han intentado terminar con el terrorismo negociando, pero el PP censuró desde el comienzo que Zapatero también lo intentara. La amargura por la oposición firme del PP y de algunas asociaciones de víctimas, en especial la AVT, a las negociaciones con ETA se filtra en varias de las reflexiones de Eguiguren, quien explica en el libro que una de las conclusiones claras que dejó este proceso fue que no es posible comenzar unas negociaciones así si no hay consenso entre las principales fuerzas políticas. 
El libro escamaría a muchos de quienes se opusieron con contundencia al diálogo del gobierno de Zapatero con la banda terrorista, aquellos que llamaron traidores a personas que, como Eguiguren, enterraron a muchos compañeros de partido asesinados por ETA. Es una cuestión de extraordinaria dificultad. He leído esta obra, que fue publicada en 2011, justo después de que ETA declarara el alto el fuego permanente, a la vez que la candidatura de Arnaldo Otegi a las elecciones parlamentarias del País Vasco y el acuerdo entre el gobierno colombiano y las FARC saltaban a la actualidad. Sí, ya lo sé. Cada uno de estos procesos es diferente. Pero no deja de ser llamativo que lo que algunos no toleraban bajo ningún concepto para España, que un gobierno dialogue y llegue a acuerdos con una banda asesina, lo aplaudan cuando se trata de otro país.

No hay verdades absolutas y menos en cuestiones tan complejas como esta. Qué se puede y qué no se puede hablar con un grupo de asesinos, que consideran que necesitan un reconocimiento, una especie de premio o de muestra de gratitud por dejar de asesinar a personas inocentes. En Colombia, según leemos en la prensa, el gobierno se ha comprometido incluso a darle diputados a las FARC, saquen o no los votos suficientes, en las próximas elecciones. En España, según recoge Eguiguren en el libro, no se hablaron de temas políticos con ETA, sólo de presos. El proceso de paz fracasó, así que el relato de este libro es al tiempo la narración de esas negociaciones fallidas y del germen del final del terrorismo etarra, que llegó cinco años después de quebrarse el proceso. 

Eguiguren explica cómo el origen de las negociaciones fueron los encuentros frecuentes que mantenía con Arnaldo Otegi, líder de la izquerda abertzale. Desde la total discrepancia ideológica, ambos decidieron hablar, intentar explorar vías de acuerdo. Eguiguren deja claro en las páginas de este revelador libro que la decisión de Otegi de dejar de secundar los asesinatos de ETA y apostar exclusivamente por vías pacíficas fue más una muestra de tacticismo que una decisión fruto de la reflexión sobre el daño causado. Sencillamente comprendió que dejó de ser rentable para su proyecto asesinar. Y por eso, sólo por eso, empezó a promover la corriente de defender el final del terrorismo. 

No es ningún héroe Otegi. No es ningún gran líder que logró darse cuenta de lo equivocado que había estado apoyando los asesinatos, o al menos apoyándose en ellos para hacer política. Pero sí llegó un momento en el que decidió intentar arrastrar a ese mundo al fin del terrorismo. Por tacticismo, sí. Pero lo hizo. Y cuando intentó reconstruir Batasuna, fue condenado por algo que poco después hicieron otros partidos. Es un ser despreciable, que en un momento vio que sería más positivo para sus intereses que ETA abandonara los tiros en la nuca y las bombas lapa. Pero es también la cabeza visible de una parte de la sociedad vasca en la que contribuyó a defender una actitud partidaria a las vías pacíficas. 

El libro es muy interesante, pues Eguiguren relata esos encuentros iniciales con Otegi, pero también sus primeros contactos con representantes de ETA. En esas conversaciones, explica, la utilización de un término u otro (Euskadi o Euskal Herria, conflicto, nación, país...) era conflictivo. Como lo eran las posiciones de los interlocutores. De un lado, el representante, oficioso más que oficial durante buena parte de las conversaciones, de un gobierno democrático y legítimo. Del otro, miembros de una banda terrorista que ha asesinado a cientos de personas inocentes. Eguiguren tuvo en esas reuniones la firme convicción de quien desea vivir en una Euskadi en paz, pero también los principios sólidos de quien no está dispuesto a hacer concesiones a los criminales, de quien sabe hasta dónde se puede llegar. Con ETA, si hacemos caso a este libro, sólo se habló de cuestiones procedimentales y de la situación de sus presos. De forma paralela se abrió una mesa de partidos, separada de la negociación con la banda criminal, donde participaba Batasuna. 

La Ley de Partidos, que ilegalizó Batasuna; la doctrina Parot, una forma de retorcer la justicia para que repugnantes etarras siguieran en prisión y que con buen criterio anuló el Tribunal de Estrasburgo; la enorme campaña mediática contra el PSOE por dialogar con ETA, es decir, por hacer lo que antes había hecho el PP de Aznar, el PSOE de González y la UCD de Suárez; las fricciones permanentes desde que ETA declaró la tregua; la actitud leal, pero con afán de protagonismo del PNV; la división interna en ETA, entre quienes sostenían que había que terminar con los asesinatos y quienes defendían la línea dura; el incómodo papel de la izquierda abertzale, más tacticista que valiente y honesto, pero necesario al fin en este proceso; el papel de la Justicia, que ETA pretendía que hiciera dejación de sus funciones... Eguiguren y Aizpiolea, un defensor del proceso de paz en las páginas de El País, relatan aquellos años. Es su punto de vista, sí. Pero es el punto de vista de quien fue el negociador del gobierno con ETA, de un hombre que llegó a ser repudiado por propios y ajenos, que se lo jugó todo (por supuesto, la vida también) para intentar conseguir el final del terrorismo. 

Cinco años después, es asombroso cómo hoy ETA ha desaparecido del paisaje. La noticia más importante de la historia reciente de España ha pasado casi desapercibida, entre crisis y corruptelas. De repente, como de la noche a la mañana, ETA ya no estaba allí, pero sí las heridas causadas y la necesidad de construir un futuro en paz, que se asiente sobre el reconocimiento de las víctimas y con un relato que no pervierta lo que de verdad sufrió el pueblo vasco (y el español) las últimas décadas. Se cumplió el augurio de Eguiguren sobre el fin de ETA: "será como la nieve, que todo el mundo sabe cuando hay, pero no se percata cuando se derrite". 

Por cierto, Borja Cobeaga se basó en este libro para rodar una película, Negociador, en clave de humor. Una pequeña genialidad muy loca, como todas las genialidades, que, gracias a una amiga detallista, me permite ahora leer esta obra necesaria para comprender el final de la lacra terrorista. 

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