Rajoy y la Constitución

Hasta donde sé, para sacarse unas oposiciones es necesario estudiarse la Constitución Española. Mariano Rajoy es registrador de la propiedad (¡el más joven de España!, proclaman extasiados sus defensores para ensalzar las cualidades de su gran líder), pero tiene algo oxidado el conocimiento de la Carta Magna. O hace tiempo que no le echa un ojo, tan ocupado como ha estado salvando al país de la hecatombe económica, o en su ejemplar falta un artículo, el 99. Aquel en el que se explica claramente que el rey no encarga a un candidato intentar formar gobierno, sino que propone al Congreso un candidato a la presidencia. Ayer el presidente en funciones aceptó la propuesta del rey, pero a su manera. Dijo que sí, pero sólo si el resto de partidos políticos le respaldan (se supone, que a cambio de nada). En caso contrario, se pensaría si acude al Congreso. Pero es que no está nada claro que se lo pueda pensar. 
Nunca agradeceremos lo suficiente a nuestra clase política el sainete burdo que nos están ofreciendo, que, de momento, nos lleva a leer la Constitución más de lo que muchos habíamos hecho en nuestra vida. Esta vez el esperpento político, que es como esos gags de humor absurdo que se alargan hasta el infinito, con una sucesión interminable de escenas surrealistas, nos permite conocer mejor ese artículo 99 de la Constitución Española. Que es bastante fácil de entender. El artículo 99.1 dice "después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno". Y el 99,2 continúa: "el candidato propuesto conforme a lo previsto en el apartado anterior expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara".

Es decir, no está contemplada la vía Rajoy en la Constitución. Eso de pensarse ir al Congreso, sólo si sabe de antemano que el resto de partidos le va a permitir salir investido, no aparece en la Carta Magna. Sencillamente se dice que el rey propone a las Cortes un candidato a presidir el gobierno y, automáticamente después, que ese candidato pasará por el Congreso para buscar el apoyo de la Cámara. Punto. 

Esta vez, por tanto, al lenguaje propio de Rajoy, ese que da cuenta de que "España es un gran país lleno de españoles", se suma para crear más confusión una actitud que no parece estar recogida en la Constitución, lo cual resulta paradójico en una semana como esta, en la que el Parlamento catalán se ha saltado la ley fundamental, ante las críticas severas (y lógicas) del gobierno. Debe de ser que al presidente en funciones le han dado envidia los miembros del Parlament partidarios de la independencia. Rajoy fue confuso, al hablar de "un tiempo razonable", sin dar un plazo concreto, para sus negociaciones con el resto de partidos. Y ayer empezamos a comprender el porqué de situar como presidenta del Congreso a Ana Pastor, amiga personal de Rajoy. Porque la tercera autoridad del Estado se puso ayer abiertamente al servicio de Rajoy, propagando su mismo mensaje confuso, sin aclarar los plazos ni reconocer la evidencia, basta con leer la Constitución, de que el candidato propuesto por el rey debe acudir a las Cortes sí o sí. 

Los resultados de las elecciones de junio son muy claros. De los cuatro grandes partidos, sólo uno mejora sus resultados, y además es el ganador. Los comicios legitiman a Rajoy para seguir gobernando. Por supuesto. Lo más lógico sería que el resto de partidos, en especial el PSOE, permitieran al PP formar gobierno. Pero, naturalmente, el partido en el gobierno no puede pretender una rendición sin condiciones, una abstención que llegue sin recibir nada a cambio, sin negociar nada. Utilizar la urgencia de formar gobierno por el techo de gasto o los presupuestos es algo casi tan feo como instrumentalizar las instituciones, algo que el PP está haciendo con un descaro bastante lamentable. No basta con presentarse como la única alternativa al caos y la destrucción, como la única opción democrática, que es lo que llegó a insinuar ayer Rajoy. Debe negociar y ceder. Cualquier malpensado podría creer que, vistos los resultados de junio, al PP no le iría tan mal una repetición electoral, de ahí su cerrazón. 

Quizá Rajoy debería preguntarse (e intentar responderse con honestidad) por qué nadie, ni siquiera Coalición Canaria, está dispuesto a apoyarle. Porque tan evidente como que el PP ganó con claridad las elecciones de junio lo es que está solo en el Parlamento. Y, como dice también la Constitución, en nuestro sistema parlamentario, no presidencialista, gobierna quien consigue más apoyos en el Congreso, no quien gana las elecciones. Y Rajoy está muy lejos de la mayoría absoluta de la Cámara. Por eso, debe negociar. La arrogancia que le lleva incluso a coquetear con bordear la Constitución no parece el mejor camino para lograr ser investido. 

El PSOE parece guiado, sobre todo, por el rencor al resto del mundo por lo ocurrido en la fallida investidura de Sánchez ("el señor Iglesias votó que no", "la pinza de los extremos"). Por eso está deseando que Rajoy acuda al Congreso, simplemente por el placer de ver al líder del PP estrellarse igual que hizo su líder unos meses atrás. Más allá de que esa actitud es irresponsable y de que no estaría nada mal que el PSOE hiciera autocrítica de sus pésimos resultados, el gran problema para los socialistas es que una nueva convocatorio electoral sería adversa para sus intereses, porque ellos serían responsables en buena medida de ello. Así que podrían lograr tocar otro suelo electoral, lo que sería un hito sin precedentes que iría directo al Guinness. No pocas voces dentro del PSOE piden, con sentido común, ofrecer las abstenciones que sean necesarias para que siga gobernando el PP, entre otras cosas porque el partido de Rajoy mejoró sus resultados mientras que el PSOE marcó un nuevo mínimo histórico en junio. Eso no significa apoyar al PP. Significa sólo evitar unas terceras elecciones y, a partir de ahí, ejercer la oposición. 

La Asamblea de Madrid puede ser un ejemplo para el Congreso. Gobierna el PP, sí, pero el resto de partidos (PSOE, Ciudadanos y Podemos) han echado abajo algunas leyes propuestas por Cifuentes y han aprobado otras sin contar con el partido del gobierno. Es lo que se llama poder ejecutivo y poder legislativo. Que son cosas distintas. Dejar que se forme un gobierno, para evitar el bochorno de unas terceras elecciones, no es entregarse al PP, sino  permitir que empiece la legislatura y, desde entonces, buscar promover leyes y negociar. Hacer política. Esa falta de altura de miras que muestra el PP burlando la Constitución es similar a la del PSOE, que proclama que no habrá terceras elecciones pero actúa justo en la dirección contraria. 

En medio, Ciudadanos, el partido que no negociaba sillones pero está en la mesa del Congreso, cuando no le correspondía, por un acuerdo con el PP. Por cierto, a la formación naranja no le tocaba por ley entrar en la mesa de la Cámara, pero con este pacto lo logró. No les parece mal y, sin embargo, les resulta inaceptable que se permita a la antigua Convergencia tener grupo propio en el Congreso. Es una situación idéntica. Por ley, no les corresponde, pero se acuerda tener flexibilidad. Es cierto que la formación de grupo propio implica una cuantiosa aportación económica, la razón real por la que los independentistas lo desean. Pero Ciudadanos debería intentar tener la misma vara de medir para todos. Y qué decir de Podemos, callado en este circo, porque tienen poco que decir, pero cuyo líder pone como ejemplo moral a Pablo Echenique, quien tuvo durante un año a un trabajador en casa sin cotizar por él a la Seguridad Social. Cuánto mejor nos iría a todos si aplicáramos las mismas exigencias que pedimos al resto a nosotros mismos. Esto también vale para Rajoy. Burlar la Constitución está mal si se es independentista catalán, pero también si se es presidente del gobierno en funciones que no concibe que el resto de partidos no le encumbren como líder supremo entre cánticos y alabanzas. 

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