Victoria apabullante del PP

Existe la costumbre de que en una noche electoral todos los partidos se proclamen ganadores de alguna manera, un poco al modo de las emisoras de radio cuando se publican los datos del EGM. Nunca es así, por supuesto, pero anoche no había lugar a dudar. Hay un único ganador, inapelable, apabullante. El PP consiguió la victoria con 137 diputados, 14 más que en las elecciones de diciembre. El partido de Mariano Rajoy fue el gran vencedor. Todas las demás formaciones perdieron representación (el PSOE se deja cinco escaños, en el peor resultado de su historia, otra vez, y Ciudadanos bajó a 32 desde 40) o se quedaron igual (Unidos Podemos mantuvo los mismos 70 diputados que lograron por separado en diciembre IU y Podemos). 
La efusividad con la que Rajoy celebró desde el balcón de Génova, ese que el PP no usó en diciembre porque no estaba la noche para celebraciones, resume bien lo ocurrido ayer. Todos los demás perdieron. Rajoy ganó. El escenario parlamentario que dejan las urnas es complejo, sí, pero no tanto como en diciembre. Hay un cambio sustancial. El PP saca 52 escaños al segundo partido más votado. Al partido conservador le ha salido redonda la estrategia de rechazar el encargo del rey de formar gobierno e intentar forzar unas segundas elecciones donde centrar su discurso en el miedo a la ingobernabilidad y el "populismo".

Ni los escándalos de corrupción (el PP fue el partido más votado en Valencia) ni ese asunto feo de que el ministro del Interior maquine para construir escándalos de sus adversarios políticos (el PP ganó un escaño en Cataluña respecto a las elecciones de diciembre) perjudicó a la formación de Mariano Rajoy. El presidente salió exultante al balcón de la sede del PP, donde sus simpatizantes coreaban cánticos como "yo soy español" (quizá los españoles que votaron a otros partidos sean marcianos). Al margen del dudoso gusto de esos cánticos, no hay duda. El PP es el abrumador vencedor de las elecciones. Y no sólo eso. El resto de partidos tendrá francamente difícil no dejarle gobernar. Es legítimo que las otras formaciones intenten imponer condiciones para permitir al PP seguir gobernando. Pero, ¿qué legitimidad real tiene Pedro Sánchez, que encadena mínimos históricos del PSOE en cada consulta electoral, para exigir a Rajoy, que ha subido en votos y en escaños, que se vaya? ¿Y Albert Rivera? ¿De verdad alguien que ha perdido 8 escaños y queda en una posición próxima a la irrelevancia parlamentaria podrá exigir al vencedor claro de las elecciones que dé un paso atrás para darle su apoyo? Todo ello, además, con la losa que supondría la convocatoria de unas terceras elecciones, algo implanteable. 

Así que, sí, el escenario político es complicado e incierto. Pero no tanto como en diciembre. Parece muy probable que, de un modo u otro, se deje gobernar al PP. Y, vistos los resultados de todos los partidos, también parece lo más sensato. Sería un gobierno en minoría, por lo que requeriría de pactos para sacar adelante cada ley. Pero nadie parece más legitimado para formar gobierno que Rajoy, el único que ha ganado apoyos. 

Pedro Sánchez, que en diciembre habló de un resultado histórico, sin faltarle razón, pues el peor resultado de la historia del PSOE, anoche también parecía razonablemente contento. A pesar de caer hasta los 85 escaños, un nuevo suelo electoral para los socialistas, festejó ser el primer partido de la izquierda. Igual Sánchez debería pensar en qué momento el PSOE pasó de ser un partido que aspira a gobernar y a ganar elecciones a una formación cuyo objetivo es ser segundo. El líder socialista volvió a echar en cara a Podemos que no permitiera su investidura, sabedor de que el gran beneficiado de una repetición electoral ha sido el PP. 

Ahora a Sánchez le queda por delante un panorama complejo. Ha ganado a las encuestas, sí, y no ha habido sorpasso. Pero ganar a las encuestas, a estas encuestas que han fallado estrepitosamente, es más bien poco relevante. Lo bueno para el líder del PSOE es que otros líderes de su partido, los que estaban con el hacha afilada para asaltar su liderazgo, comparten con él su peculiar interpretación del resultado electoral. Susana Díaz, que perdió las elecciones en Andalucía frente al PP, se felicitó por haber frenado al populismo por tercera vez seguida. Es decir, parece importarle más ser segunda fuerza, por delante de Podemos,que perder ante el PP. Díaz también dijo que los españoles no han querido al PSOE al gobierno, sino en la oposición, en un mensaje claro a Sánchez y en un anticipo de lo que está por venir, Cuesta ver al PSOE buscando formar gobierno tras este fracaso electoral y con su resquemor hacia Podemos. 

La formación morada mantiene escaños, pero pierde un millón de votos. La coalición con Izquierda Unida no ha dado los resultados buscados. Así como la estrategia del PP ha sido innegablemente exitosa, la de Podemos ha fracasado. No es un resultado pésimo, pero sí es un mal resultado. Pablo Iglesias, que se olvidó de felicitar al partido más votado, igual que el resto de líderes de Podemos que habló a la prensa, remarcó que su partido se consolida. Es verdad. Pero también cabría interpretar que ha tocado techo, o incluso empieza a replegarse en algunas zonas donde era fuerte, como Galicia, Valencia o Madrid. Y ha perdido votantes. La fuerza que más apoyo se ha dejado respecto a diciembre. Iglesias no fue nada claro sobre lo que piensa hacer hoy, pero parece condenado a la oposición. 

Nunca se sabrá qué resultado habrían tenido Podemos e Izquierda Unida por separado. Da apuro hablar de encuestas, visto lo visto, pero antes de que se formara Unidos Podemos, los sondeos daban de forma unánime una pérdida de apoyos del partido de Iglesias, razón principal por la que el líder del partido morado cambió de opinión y aceptó unirse a Izquierda Unida. Pero el resultado no ha sido el esperado. Deberá reflexionar Podemos. Sobre si ha adoptado la estrategia adecuada, sobre por qué ha perdido un millón de votos y también sobre su liderzago. Iñigo Errejón es el único responsable de Podemos que sale reforzado de esta cita con las urnas. Alberto Garzón, que decidió que IU se sumara a Podemos para multiplicar su éxito electoral, también sale muy tocado de esta noche electoral. 

Ciudadanos perdió ocho escaños, que se fueron directos al PP, de donde procedían. Sería injusto negarle a Albert Rivera que perdiendo sólo 300.000 votos, se dejó ocho escaños, lo que revela las deficiencias de la ley electoral. Pero, más allá de eso, el resultado de la formación naranja es mala sin paliativos. Ayer Rivera decía que si el PSOE y el PP querían negociar sillones, que no contaran con él, olvidando tal vez que su posición ahora se antoja más bien irrelevante. Puede ser importante, sí. O puede no serlo en absoluto. La polarización del voto, ese discurso del miedo al auge de Podemos, que Ciudadanos contribuyó a alimentar, ha terminado volviéndose en su contra. Ahora el reto de Ciudadanos es demostrar que en España hay espacio para un partido que se define como centrista, porque todos los antecedentes históricos de una formación así acabaron en fracaso. 

Hay también lecturas regionales de estas elecciones. En Cataluña y en el País Vasco Podemos ganó. Fueron dos de sus escasas alegrías anoche. Particularmente relevante su victoria en Euskadi, puesto que en otoño se celebra elecciones autonómicas en esa región. Por el contrario, en Galicia es significativa la caída de las Mareas, como lo es en Valencia la de las formaciones de izquierdas que están gobernando, y en Madrid la de Podemos. En Andalucía, como dijimos arriba, el PSOE perdió ante el PP, así que la legitimidad de Susana Díaz para moverle la silla a Pedro Sánchez pierde bastantes enteros. Ahora se abre un periodo de negociación. Similar a diciembre, pero no idéntico. Ahora la ventaja del PP sobre el segundo es mucho mayor y nadie quiere ni imaginar unas terceras elecciones. Ambos factores juegan a favor del partido de Rajoy. 

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