Mujeres y literatura

Lo más fascinante de la Feria del Libro de Madrid, que termina este fin de semana, es descubrir pequeños sellos editoriales, charlar con libreros, conocer en las casetas a personas apasionadas por la literatura. El martes pasado disfruté de esta fiesta en torno a las letras. Por la mañana. Con menos personas que en fin de semana y muchos grupos de colegiales paseando por las casetas. Una experiencia sensacional para recorrer la Feria sin prisas ni aglomeraciones. Una de las casetas en las que paré fue la 97, donde está Mujeres&Compañía La Librería, que ofrece libros de temática feminista y obras escritas por mujeres. Allí compre La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, que llevaba mucho en mi lista de lecturas pendientes. Hojeando las obras de esa caseta recordé un artículo publicado el año pasado en Verne en el que su autora anunciaba que, desde hacía meses, sólo leía libros escritos por mujeres, sin sentir que estuviera perdiendo nada, al contrario, satisfecha por descubrir a autoras excepcionales. Esta semana, eldiario.es publica una información de The Guardian que da cuenta de las protestas de alumnas de la universidad de Yale por el monopolio de autores blancos y heterosexuales en el programa de la asignatura de literatura inglesa. 
Plantean estas informaciones un debate interesante que, como ocurre siempre, presenta dos posturas extremas y, entre medias, un amplio espacio para la reflexión serena. Estas posturas polarizadas serían, por un lado, la de quienes lamentan el buenismo o el imperio de lo políticamente correcto, pensando que echar cuentas de las autoras que publican o que se estudian en una universidad es algo innecesario, del todo inútil. Si hay más hombres en el temario es porque hay más autores referentes, y no se le debe dar más vueltas. La otra postura extrema es la de quien, antes que analizar la calidad de una obra o cualquier otra circunstancia, se interesa por el sexo, el color de la piel o la orientación sexual del autor, presuponiendo además un pecado original en las obras escritas por autores blancos y heterosexuales, como si de plumas de autores así no hubieran salido excepcionales personajes de mujeres o historias llenas de sensibilidad.

Fuera de los extremos, surge el debate. Apasionante. Complejo. Nada sencillo. Porque el planteamiento claro, evidente e irrebatible es que de una novela lo que importa es su calidad, y eso no lo da el hecho de que esté escrita por un hombre o una mujer. Hay autores pésimos y autoras formidables, y también a la inversa. Pero esa es la salida fácil, la solución simplista al dilema de la infrarepresentación de las mujeres en el escenario literario actual, no digamos ya, del pasado. Obviamente, una novela o un ensayo quedarán en el recuerdo de quien lo lee, lo transformará incluso, en función de lo que aporte, de hasta qué punto consiga transmitir emociones universales, invite a la reflexión o emocione. La sensibilidad no la da ser mujer, del mismo modo que ser hombre no imposibilita a nadie para escribir historias protagonizadas por mujeres, o ser heterosexual no anula la capacidad de abordar personajes homosexuales. 

Por tanto, esto no va tanto de pararse a conocer la orientación sexual de los autores o atribuirles determinadas cualidades sólo por ser hombre o mujer. Eso no tiene demasiado sentido. Pero sí va de responder a preguntas incómodas. ¿Cuántos libros escritos por mujeres tenemos en nuestras bibliotecas? ¿Cuántas mujeres han ganado el Premio Nobel o el Cervantes? ¿Por qué hay tantos novelistas, hombres, que escriben en medios de comunicación con frecuencia y muchas menos novelistas, mujeres? ¿Algo va mal cuando recordamos con mucha más facilidad a los autores de la Generación del 27 que a las Sinsombrero, la generación de artistas, mujeres, olvidadas de aquella época? ¿Acaso debemos aceptar sin preguntar por qué en un programa sobre literatura inglesa, en este caso, sólo hay libros escritos por hombres? 

Probablemente nunca nos hemos parado a pensarlo, pero si repasamos nuestros libros hallaremos probablemente más obras de autores que de autoras. Igual ocurre si visitamos librerías o si repasamos los listados de ganadores de los más prestigiosos galardones literarios. Y eso es una anomalía. Podemos quedarnos tranquilos pensando que esos premios o la decisión de las editoriales de publicar un libro u otro depende exclusivamente de los méritos. Pero es tanto como conformarse con la discriminación salarial de las mujeres o con la presencia aún mínima de mujeres en consejos de administración o en las más altas esferas de empresas. Más bien da la sensación de que estamos muy lejos de la igualdad real de oportunidades. Negar que existe aún el machismo y que durante muchos años las mujeres lo han tenido infinitamente más complicado que los hombres para publicar libros es quizá la salida cómoda a este debate, pero es una salida en falso. Y esto se aprecia especialmente bien cuando se trata de estudiar a autores clásicos, como la citada asignatura en la Universidad de Yale. Lamentablemente, son contados los casos de mujeres escritoras de aquellos tiempos. Porque se vivía en una sociedad machista en la que las mujeres no tenían el mismo derecho que los hombres a escribir. Y no resulta tan descabellado ni tan torticero pensar que, en esa sociedad, se está hurtando al lector una voz, la de las mujeres, silenciada en la literatura durante muchos años. 

Esto no quiere decir, por supuesto, que en obras escritas por hombres no encontremos excelentes personajes femeninos. Incluso en obras clásicas, por supuesto. Si algo convierte a una novela en un clásico, en una lectura atemporal y universal, es precisamente su capacidad de hablar a las personas de todos los tiempos, de transmitir emociones y situaciones con las que todos, hombres y mujeres, podemos sentirnos identificados. Es ahí donde, creo, fallan las posiciones extremas que corren un velo de suspicacia sobre todo autor blanco y heterosexual. Porque si es cierto, y sin duda lo es, que nos falta conocer a muchas autoras formidables silenciadas o con mucha menos presencia en los medios o en las editoriales, quien tenga una visión tan cerrada de la literatura escrita por hombres también se ha perdido grandes obras donde las mujeres ocupan el lugar que les corresponde. 

El problema es, pues, preguntarse por qué durante tantos siglos era una excentricidad, algo no tolerado del todo, que las mujeres publicaran. Por qué aún hoy son muchos más hombres que mujeres quienes componen la élite literaria, la de las tribunas en los periódicos. Y por qué tantas autoras han sido olvidadas. Ocurre igual que con la presencia de actores negros en los Premios Oscar. No es tanto que se deba establecer un cupo de premiados negros para que se haga justicia, es que se ha de estudiar por qué hay tan pocos papeles de personajes negros en el cine, por qué no tienen las mismas oportunidades. Es lo mismo que pasa en tantos otros ámbitos de la sociedad. Esta noche Antena 3 emite un debate de candidatas, mujeres. Sería fabuloso que en el debate de candidatos a la presencia del gobierno hubiera alguna mujer. Pero hoy por hoy no sucede. En Estados Unidos, por primera vez, una mujer aspirará a ser presidenta. Es obvio que algo va mal en la sociedad, que no hemos alcanzado la igualdad real que se debe conseguir entre hombres y mujeres, cuando todavía hay tantos espacios de poder a donde no ha llegado la mitad de la sociedad

Volviendo a la polémica de Yale, quienes reclaman cambios en el programa de la asignatura de literatura inglesa sostienen que "pasar un año alrededor de una mesa donde están ausentes las contribuciones literarias de las mujeres, las personas de color y las homosexuales  perjudica mucho a todos los estudiantes, sea cual sea su identidad". Pero también hay estudiantes, mujeres, que consideran que esta postura es extrema. "Si queréis estar muy versados en literatura inglesa, tendréis que taparos la nariz y leer a un montón de poetas blancos y masculinos. A un montón. Más de ocho. (..) No puedes considerarte estudiante de literatura inglesa si no te has detenido en la producción de algunas figuras fundamentales, que también resultan ser (¡ay!) tanto blancos como hombre". 

De esta noticia publicada en eldiario.es, resultan muy interesantes los planteamientos de los defensores y los detractores del programa, pero también los comentarios. Muchos, críticos con el enfoque de la noticia y con la petición de cambiar el programa. Sobre todo, por la triste ausencia de mujeres, no en el programa de esta asignatura, sino en la literatura de siglos pasados. Creo que, sin caer en el rechazo total de estas posiciones críticas que llaman a replantearse la escasa presencia de la mujer en la literatura, pero también sin anteponer el sexo, el color de piel, la religión o la orientación sexual del autor a la calidad de sus escritos, todas estas informaciones abren un debate interesante, aunque sus respuestas no sean sencillas ni unívocas. Si las mujeres son la mitad de la población mundial, estaremos de acuerdo en que algo no va bien si su presencia en el mundo de la literatura no es, ni de lejos, proporcional. Sobre las aportaciones que hacen las autoras distintas a los hombres, entraríamos en otro terreno pantanoso. Presuponer una sensibilidad especial a alguien sólo por ser hombre o mujer es una generalización probablemente injusta. Sí parece obvio que, por lo general, los autores tienden a escribir obras con protagonistas, hombres, y las autoras, con protagonistas, mujeres. Y también que toda diversidad en las voces y en las temáticas narrativas es positiva y enriquece a quien lee las novelas. Lo ideal, por supuesto, es que se lea y se publique sólo pensando en la calidad de las obras. Pero, ¿tenemos claro que eso suceda hoy en día? 

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