El mundo del cardenal Cañizares

Cierta Iglesia, incluida la mayoría de la jerarquía católica, está reñida con el tiempo. Pasan los años, las décadas y los siglos, pero ellos siguen inamovibles, en el mismo punto. Ante la disyuntiva de poner ellos su reloj en hora, de entrar al fin en el siglo XXI (o incluso en el siglo XX, como parada de paso, si es demasiado acelerado el viaje) o añorar los tiempos en los que era la propia Iglesia la que dictaba las normas y decía lo que era correcto o no, casi siempre terminan optando por la segunda opción. Es la enorme nostalgia de aquellos tiempos felices en los que Iglesia y Estado eran una misma cosa, en los que el laicismo y semejantes pesadillas aún no habían asomado, o eran fabulaciones de herejes. En las que la ofensa a los sentimientos religiosos era un delito (perdón, que eso sigue siendo así). 


Después de una temporada en la que el obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Plá asumió la responsabilidad de salvar a la humanidad entera, ahora tocaba darle un relevo. Como bien sabemos desde Spiderman, todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y como si de una película de superhéroes se tratara, ha llegado el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, dispuesto a continuar en la labor de Reig Plá, decidido a salvarnos a todos de la quema, a frenar el avance de los tiempos. ¡2016, ya! Qué aberración. Feminismo, igualdad (pretendida, aún no real) entre hombres y mujeres. Reconocimiento de derechos de los homosexuales. ¡Qué será lo próximo! Menos mal que este buen hombre ha decidido orientarnos a todos. Ya casi dábamos esto por perdido. 

A diferencia de las pelis de superhéroes, Cañizares tiene escasas opciones de cumplir con su cometido. Y es lo único que nos permite observar este ramalazo retrógrado y rancio con cierta ironía. Afortunadamente, hoy la Iglesia no tiene la capacidad (o no tanta) de influir en las leyes, como antaño. Sucede que cada vez tiene menos influencia real, y es por eso que Cañizares se rebela. No le gusta el gobierno de la ciudad de Valencia (los anteriores, corruptos hasta las cejas, al parecer sí eran más de su agrado). Y se dedica a hacer política desde los púlpitos y a pedir abiertamente que se desobedezcan aquellas leyes que vayan contra el cristianismo, que deben de ser, calculamos, todas aquellas aprobadas más tarde de 1975

Ni el nazismo, ni el fascismo, ni el comunismo ni el nacionalismo violento. No "la ideología más insidiosa y destructora de la humanidad de toda la historia", ahí es nada, es "la ideología de género". Palabra de cardenal. Así habló el señor Cañizares en la misma en la catedral de Valencia tras la celebración el Corpus Christi. No sé bien a qué leyes se refiere exactamente. Tampoco tengo claro que sea legal pedir de un modo tan evidente que no se cumplan las leyes. El gobierno central ha llevado al ejecutivo catalán ante los tribunales, precisamente, por llamar a incumplimientos de la ley. El señor Cañizares, de momento, sigue incitando al odio y proclamando su discurso antisistema sin ninguna contrariedad judicial. Y tal vez está bien que así sea. Es esa libertad de expresión, ese Estado garantista de los derechos de sus ciudadanos, que permite incluso soltar patrañas y discursos ofensivos e ignorantes como los del cardenal sin temor a que se le exijan responsabilidades por ello. 

En la Biblia se lee a Cristo diciendo aquello de "al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios", que es el primer alegato en favor del laicismo del que se tienen referencias en la Historia. Esa parte no debió de leerla el señor Cañizares, que criticó las leyes inspiradas en la ideología de género y el laicismo, ese que, muy imperfecto e incompleto aún en España, nos libra de que personajes de su calaña influyan en nuestras vidas. ¿Qué es exactamente lo que tanto le desagrada? ¿El feminismo, que es simplemente pedir los mismos derechos para hombres y mujeres? ¿El matrimonio homosexual, que es darle a las personas gays los mismos derechos que a los heterosexuales? ¿La ley de violencia de género? ¿El reconocimiento de los transexuales, con una ley que permita garantizar sus derechos? Supongo que todo ello, claro. Se cortocircuita el buen hombre ante ante aberración. 

Sigue reñido con el tiempo el cardenal Cañizares, y tantos otros. Dicen que al papa Francisco no le hace ninguna gracia tener a un cardenal antisistema llamando a incumplir leyes de derechos sociales por los púlpitos. No lo sé. Lo cierto es que Francisco dijo un día que no era nadie para juzgar a los homosexuales, y meses después hizo exactamente eso, juzgar inadecuado para ser embajador ante la santa sede al candidato de Francia, precisamente por ser gay. Hechos son amores y no buenas razones. El anclaje en el pasado, la reacción alérgica ante el avance de los tiempos, es algo demasiado extendido en la jerarquía católica. 

Dos de las grandes pesadillas del cardenal Cañizares son "la destrucción de la familia", como si las familias con dos padres, con dos madres o monoparentales se dedicarán a hacer sufrir a sus hijos, y "el imperio gay", como si la homofobia aún tan extendida o las salvajes agresiones a personas simplemente por ser homosexuales fueran inventos de un lobby que quiere dominar el mundo y perseguir a los heterosexuales, para que se lo piensen mejor y se crucen de orilla. No sé cuál será la próxima perla del cardenal Cañizares. Igual hasta llega a tiempo de proponer un nuevo eslogan para las manifestaciones del Orgullo Gay. Lo del imperio, desde luego, da para mucho. El imperio contraataca, por ejemplo. Y mientras, pasa el tiempo. 3 de junio de 2016, ya. Qué locura. 

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