Debate plano e insustancial

De la primera etapa de montaña del Tour de Francia se suele decir que no sirve para decidir quién ganará la carrera, pero sí para tener claro quién no lo hará. Del debate a cuatro mantenido ayer entre Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias se puede decir algo parecido. No creo que los votantes indecisos decidieran ayer en quién confiar el 26 de junio, pero sí parece evidente quién no les convenció. Básicamente, todos. No hubo ganador claro en un debate plano e insustancial que sólo levantó algo el vuelo cuando se habló de regeneración democrática, algo lógico en un país intoxicado de corrupción como España. Pero no creo que anoche se decidieran muchos votos. Si acaso, aumentó algo más el bloque de los indecisos o, directamente, el de los abstencionistas. 
Mariano Rajoy debió de salir del plató pensando por qué diantres declinó su participación en el debate a cuatro de diciembre. El presidente en funciones salió muy vivo de la confrontación con sus tres principales adversarios en las próximas elecciones. Fue, fundamentalmente, por deméritos de sus contendientes, pero eso es lo de menos. Si gana el debate aquel que sale indemne del mismo, exactamente igual que como entró de él, sin haber pasado grandes apuros, se podría decir que Rajoy fue el ganador. Paradójicamente, el único momento en el que tragó saliva y sufrió el presidente en funciones, impertérrito cuando los otros candidatos recordaban la insoportable desigualdad en nuestro país, no lo provocó ni Sánchez, ni Iglesias ni Rivera, sino Vicente Vallés.

El periodista de Antena 3 fue el moderador con un perfil más periodístico e hizo las preguntas correctas. A Rajoy le interrogó sobre por qué habría que creerle ahora cuando dice que no hará recortes, a pesar de que se comprometió por carta con Bruselas a ello, "¿Qué yo prometí qué?", balbució el presidente. Y ahí terminó todo. Superó con creces las críticas de sus adversarios, lo cual tiene mérito teniendo en cuenta el estado del país. Ni del panel económico, donde defendió con el triunfalismo habitual las medidas del gobierno, ni del de derechos sociales, donde apenas se vio afectado por los reproches de sus inmensos recortes estos cuatro años, salió Rajoy derrotado o tocado. Más bien al contrario. Más inseguro se le vio hablando de corrupción pero, en balance, el líder del PP puede estar satisfecho de lo ocurrido anoche. Tan cómodo estuvo que hasta criticó con dureza a Ciudadanos. 

En parte, Rajoy salió tan airoso porque Pedro Sánchez dedicó más tiempo a atacar a Pablo Iglesias que a criticar al PP, de tal forma que pareció por momentos que era Podemos el partido que llevaba cuatro años gobernando el país. Al líder del PSOE le escuece que la formación morada no votara a favor de su investidura, y sigue sangrando por esa herida. Entró en bucle Sánchez. Votó en contra, señor Iglesias, fue la frase más repetida, como de novio despechado en un culebrón barato y repetitivo. "-Votó en contra. -Estamos hablando de Cataluña, Pedro. -Votó en contra, señor Iglesias". Y así. Con esa actitud, Sánchez buscaba tal vez rebelarse contra la polarización de la campaña entre PP y Podemos, que tanto daño le está haciendo al PSOE. Pero lo consiguió más bien fue lanzar un gigantesco bote salvavidas al presidente en funciones. 

La acritud de Sánchez con Iglesias convierte un hipotético acuerdo entre los socialistas y Podemos como algo de ciencia ficción, mucho más improbable que alguna clase de gran coalición. Y esa es la apuesta de Albert Rivera. De los nuevos partidos se pueden criticar muchas cosas, pero no su claridad a la hora de exponer qué quieren tras las elecciones del día 26. Iglesias dijo que él busca un gobierno Podemos-PSOE (a diferencia de lo visto los últimos meses, en los que obstaculizó el acuerdo) y Rivera lleva meses telegrafiando que su objetivo es un gobierno con participación PP, PSOE y Ciudadanos

El líder de la formación naranja también repartió sus críticas entre Rajoy e Iglesias. Del programa de Podemos no debió de encontrar medidas que atacar, porque se sacó de la manga la postura del Partido Comunista en favor de abandonar la zona euro, medida que no apoya Unidos Podemos ni lleva en su programa, algo que Rivera sabe perfectamente. El PC es una parte de una coalición integrada a su vez en otra coalición. Rivera, quién si no, fue el que sacó el nombre de Maduro, entrada ya la noche, pero no se cebó demasiado con Venezuela. Quizá alguien le ha dicho que intentar utilizar el sufrimiento de los venezolanos en beneficio propio no da votos. El líder de Ciudadanos se creció cuando tocaba hablar de regeneración democrática y fue de menos a más en el debate. Rivera estuvo en su sitio, lo mismo que cabe decir del resto de candidatos

A Iglesias le ocurrió lo peor que le puede suceder a alguien en un debate, que le cambien el juego a mitad de partido. El líder de Podemos llegó al debate con la firme voluntad de no entrar al trapo de las permanentes críticas de PSOE y Ciudadanos contra ellos. Su posición era clara: el rival es Rajoy e iba a centrar sus intervenciones en atacar la labor de gobierno de Rajoy. Pero acabó claudicando de esa postura conciliadora. El aluvión de ataques del líder socialista y de Rivera cambió los esquemas de Iglesias, que finalmente tuvo que entrar en el cuerpo a cuerpo. Probablemente su intervención sí convenció a los suyos, pero no llevó la iniciativa del debate algo que, como bien sabe él, politólogo, resulta clave

Uno casi no se acuerda ya del debate de diciembre, porque dicen que la memoria humana tiende a olvidar los recuerdos desagradables. Pero sí se perciben cambios claros. El más evidente, el buen rollo entre PSOE y Ciudadanos. No hubo confrontación de todos contra todos. Rivera y Sánchez no se intercambiaron crítica alguna, fieles ambos a su pacto e investidura. Un gran cambio teniendo en cuenta que el líder del PSOE presentaba a Ciudadanos como un partido de derechas en diciembre y ayer lo llamó progresista. La conclusión más inquietante del debate de ayer, que no pasará a los anales de la historia, es que no se aprecia ningún acuerdo viable. Y quedó claro que la animadversión personal juega un rol importante en la política. Rivera y Sánchez no pueden ocultar su desdén hacia Iglesias, sentimiento que el líder de Podemos muestra sobre el del PP y el de Ciudadanos. Rajoy tampoco le perdona a Rivera que pactara con el PSOE. En esta enredo de decepciones y choques personales, la gran coalición, por activa o por pasiva, parece la opción más probable, pero nadie debería descartar, sí, unas terceras elecciones. 

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