De boicots, teatros y educación

No quedan entradas para Cómo está Madriz, la irreverente zarzuela de Miguel del Arco protagonizada por Paco León que concluye mañana. Y es una pena. No sólo porque promete mucho este espectáculo, que se presenta como "un viaje onírico alucinado por la Villa y Corte", sino porque intriga mucho saber qué tendrá para que unos espectadores boicotearan la función esta semana, entre abucheos y silbidos. Esta regresión a épocas pasadas, les faltaron los tomates, es una impresentable falta de respeto. Si a alguien le desagrada un espectáculo, se levanta y se va. O, mejor aún, espera a que termine la función para abuchear a los intérpretes en su despedida. Pero interrumpir una función demuestra una intolerancia inquietante en ese grupito de espectadores. Intriga mucho, sí, saber qué es exactamente lo que tiene esta obra para provocar tal reacción. Sin duda, dispara el interés por la obra. Si es capaz de provocar de tal forma a los espectadores es que ha de ser realmente sugerente y atrevida. 

No hace falta insistir demasiado en la obviedad de que una de las funciones de la cultura es provocar, desasosegar, desconcertar, inquietar, molestar, poner el dedo en la llaga. No es sólo que el arte, el teatro en este caso, pueda provocar. Es que resulta conveniente que lo haga. Suelen aportar bastante más las obras o representaciones culturales que no dejan indiferente a quien se enfrenta a ellas que aquellas que a todo el mundo convence, las que pasan de puntillas, las que dan si acaso leves pellizcos, pero no sacuden al espectador. Hablo, claro, sin el menor conocimiento sobre esta función en concreto. No la he podido ver. Y ya lo siento. Pero hablo, sí, desde el asombro de que cualquier escena o expresión en un escenario provoque semejante rabia entre los espectadores como para sacar unos silbatos (de esos que llevamos todos en el bolsillo) y boicotear la función.

Tampoco insistiremos demasiado en la preocupante lectura del derecho de la libertad de expresión en un país que encarceló a unos titiriteros por un mensaje lanzado en una obra teatral, que es algo así como mandar a prisión a los guionistas de Homeland por fomentar el terrorismo. Alarma un poco que personas inteligentes confundan lo que sucede en una función teatral, en una novela o en una serie televisiva con la vida real. El arte está en otro plano totalmente distinto. Y quien se enfrenta a una zarzuela, en este caso, o a una función de teatro o a una película, no debería ir pretendiendo que nada hiera su sensibilidad, como si existiera alguna clase de obligación que restringiera la expresión libre de cada creador, o como si sólo pudiera disfrutar de espectáculos que le den la razón. 

Cosa distinta, naturalmente, es que una obra te parezca absurda, banal, insustancial, boba. Eso es perfectamente respetable. Todo aquel que se sube a un escenario está expuesto a la crítica. Y es bueno que así sea. Para gustos están los colores. No sé si Cómo está Madriz es una genialidad o una patochada. Pero eso es lo de menos. Lo sorprendente de lo ocurrido esta semana que es un grupo de espectadores indignados con la crítica política del espectáculo, o con alguna escena subida de tono, se considere en el derecho de detener la función, de boicotearla, faltando así el respeto a los intérpretes y al resto de espectadores. Eso es lo más perturbador. Uno espera en quien acude a un teatro una apertura de mente lo suficientemente amplia como para no cortocircuitarse y ponerse a dar grititos históricos y a silbar si se expone una visión del mundo o de la política distinta a la suya. 

Leyendo crónicas de lo ocurrido esta semana, veo que Alberto Ruiz Gallardón se levantó en medio de la función y se fue abochornado, afirmando que jamás volvería al Teatro de la Zarzuela. Otro reclamo espléndido de la función. Del exalcalde de Madrid teníamos hace años, más o menos antes de que se propusiera agredir a los derechos de las mujeres para contentar a los ultras a la derecha de su partido, una imagen más bien favorable. La de alguien de una extraordinaria cultura, melómano, amante de la literatura y el teatro. La intransigencia de verse ofendido porque en una obra de teatro se hable mal de compañeros de partido (se asemeja, al parecer, a Bárcenas con una rata en un momento de la función) no casa demasiado bien con esa imagen. Otra parte de su falsa cara que parece desmontarse. Siempre le quedará la música eclesiástica. 

También leo, por ejemplo, que en una escena del montaje se ve a un cardenal visitando un prostíbulo, escena al parecer demasiado fuerte e inaceptable para parte del público. No sé bien qué esperaban esas personas de una función que se anuncia como irreverente, hilarante o delirante. Resulta triste que haya personas incapaces de tolerar representaciones críticas de lo que ellos consideran sagrado o intocable. Ya se sabe. Si una obra de teatro habla de política, pero apoyando nuestras ideas, es perfectamente respetable. Si adopta una posición diferente, es una obscena utilización de las tablas para hacer proselitismo político. Lo dicho, no se puede ir al teatro con la piel tan fina. O se debe ir a otro tipo de teatro, uno blanquísimo que no incomode a nada ni nadie. Uno aburrido, en fin. 

La obra dirigida por Miguel del Arco, que es uno de los autores teatrales más reconocidos y de talento más indiscutido de la escena española contemporánea, es una revisión de dos zarzuelas La Gran Vía, de Chueca, y El año pasado por agua, de Valverde. Puede y hablo de oídas, como en todo este artículo, que esos indignados espectadores fueran puristas ofendidos por una visión distinta a la tradicional del género chico. Pero a todos los géneros les viene bien revisarse, hacer experimentos, probar, cambiar, modernizarse. Los guardianes de las esencias son cada vez menos y cada vez mayores. En la zarzuela y en muchas otras disciplinas artísticas. No creo que pase nada, más bien todo lo contrario, porque alguien se atreva a airear un poco un género con escasa acogida entre el público joven. Sobre todo, porque es una forma de volver a ponerlo en valor y de actualidad. Hacía muchos años que no se hablaba de zarzuela tanto como esta semana en los medios. Pero la cultura también es eso, revisión constante de géneros, atrevimiento, osadía. Por todo ello, y por la falta de respeto inaceptable que implica boicotear una función, podemos apoyar a los responsables de Cómo está Madriz sin haber podido ver la obra, al margen de lo que ésta nos pareciera si las entradas no estuvieran agotadas. 

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