Capitán Kóblic

Dice Ricardo Darín que no hace tantas películas como parece, que se dosifica mucho. Cuesta creerlo cuando, poco más de un después de brillar en la excepcional Truman, el actor argentino estrena Capitán Kóblic, donde vuelve a ser protagonista y borda su papel, algo que empieza a no ser noticia, siempre impecable, siempre perfecto. 

Resulta complicado comenzar una crítica de una película protagonizada por el excelso actor argentino sin mencionarlo en la primera frase. Primero, porque suele ser el principal reclamo de cada filme en el que trabaja. Y después, porque esta vez, de nuevo, Darín se convierte en su personaje. Esta vez, un militar argentino en la época de la execrable dictadura que tiranizó aquel país con discrepancias con los métodos de represión de la Junta militar con los presos políticos. Al comienzo de la cinta se cuenta en unos rótulos que uno de esos métodos consistía en lanzar vivos al mar a los presos, hacerlos desaparecer para siempre en los vuelos de la muerte. El personaje de Darín, el capitán Tomás Kóblic, pilota uno de esos vuelos, y huye del espanto, del horror de la dictadura. "Ahí tenemos el mismo problema, yo también tengo límites", dice en un momento de la cinta, cuando habla con responsables del ejército. 
Huye el capitán Kóblic de su pasado. Se convierte en un forajido, en un rebelde dentro de una dictadura militar de la que ha formado parte. El milico arrepentido, preso de su conciencia, de sus recuerdos que, permanentemente, le martillean (a través de unos flashback quizá no del todo necesarios). No mencionar a Darín al comienzo de la crítica resulta imposible, porque lo hace otra vez, regala una interpretación portentosa, pero también sería injusto no nombrar inmediatamente después a Óscar Martínez, quien da vida al despótico comisario de la pequeña localidad donde encuentra cobijo Kóblic, como piloto fumigador de plagas en campos agrícolas al servicio de un viejo amigo. Martínez hace un papel excepcional y el duelo interpretativo entre Darín y él recuerda a esas historias de fugitivos y policías corruptos, a los westerns del pasado, con encontronazos y diálogos cortantes, con enfrentamientos donde sólo puede quedar uno. Es especialmente prodigiosa una escena en la que ambos personajes saben más del otro de lo que cuentan, y con sobreentendidos se baten a un duelo.

Y, por terminar con la mención al elenco interpretativo de la cinta, sorprende, para bien, Inma Cuesta, por su magnífico acento argentino, tan fácil de imitar (o eso pensamos), tan difícil de conseguir. De nuevo, no vemos a Cuesta con acento argentino o dando vida a una mujer infeliz que se aferra a Kóblic como quien se agarra a una tabla maltrecha en medio de un naufragio, sino que presenciamos a esa mujer argentina. Inmensa la actriz española, que crece a cada nuevo proyecto. Transmite en la cinta el desgarro de quien convive con alguien a quien no ama, a quien realmente detesta. Y la falta de oportunidades y horizontes. "No escapo porque no tengo a donde ir", le dice a Kóblic, con quien mantiene una relación más sexual que sentimental. 

Le cuesta alzar el vuelo a la cinta, y perdón por el símil hablando de una historia protagonizada por un piloto. Es de esas cintas en las que uno tiene la sensación siempre de que le falta algo, sin saber describir bien el qué. Tarda en coger ritmo y va variando. Su gran logro es recrear el ambiente asfixiante, sucio, insoportable, de la dictadura militar argentina. La arbitrariedad de sus autoridades. El miedo al comisario de los habitantes de la villa, por su caciquismo y su violencia extrema. La sinrazón de quien está dispuesto a todo por mantener el poder. También acierta con el tono y la sutileza con la que se aborda el espanto de los vuelos de la muerte. En ningún momento se habla expresamente de ello. Vemos al capitán Kóblic recordando durante toda la cinta el espanto en el rostro de los opositores instantes antes de ser lanzados al mar. Él, cerca de su retiro, se niega a cumplir esa orden, se rebela contra ese método cobarde y repugnante de perseguir y condenar a quienes pensaban diferente. Y, sin duda, acierta con el final. Un desenlace apoteósico, excepcional. 

Pero la cinta también resulta, durante buena parte del metraje, previsible. Rara vez consigue sorprender. Se desdibuja la cinta según va avanzando, pues termina convirtiéndose más en una historia de supervivencia personal, de huida del pasado, de presos de su propia conciencia, que una historia costumbrista sobre la época de la dictadura militar argentina. Y esto último es también un acierto, pues se convierte en una historia más universal. No es, pues, una obra maestra, pero sí cuenta una historia potente y se acerca a unos horrores que conviene recordar. Y está Ricardo Darín, claro. 

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