Brexit, las dudas de un adiós

Más de dos billones de dólares. Es decir, un dos seguido de doce ceros. Es el dinero que se evaporó ayer de los mercados financieros mundiales como reacción al inesperado Brexit. La decisión de los británicos de abandonar la Unión Europea provocó la mayor caída de la historia en el Ibex, llevó a la libra esterlina a sus niveles más bajos desde 1985 y dejó el proyecto europeo tiritando. David Cameron, quien convocó este referéndum, anunció ayer su intención de dimitir. En eso, el Reino Unido sigue siendo ejemplar. A nadie se le pasa ni siquiera por la mente que un gobernante que pierde una consulta que ha convocado siga en el cargo. El referéndum no sólo deja a la Unión Europea en su mayor crisis de identidad en años, sino que también revela las costuras del Reino Unido, un país fragmentado por regiones (Escocia ya ha pedido una consulta sobre su independencia, porque quiere seguir formando parte de la UE) y por edades, ya que fueron los ciudadanos de más avanzada edad los que apoyaron mayoritariamente el Brexit. 


Después de hablar ayer con expertos y de leer unos cuantos informes de bancos y gestoras, la primera conclusión es que nadie tiene claro qué va a ocurrir ahora. Y eso es lo peor. Si se conociera, más o menos, el escenario que sigue, todos, mercados financieros y gobiernos de los 27, podrían actuar en consecuencia. Pero es la inestabilidad, la falta absoluta de certezas, lo que más preocupa. Esos informes hablaban, claro, de los efectos del Brexit sobre la economía británica, que muchos expertos prevén que puede entrar en recesión en los próximos meses. También de las relaciones comerciales, intensas, entre el Reino Unido y la Unión Europea. Hablaban de la presencia de compañías europeas en las islas, como el banco español Santander, que se dejó ayer una quinta parte de su valor en Bolsa. Igualmente reflexionaban sobre el efecto en el mercado de divisas, con la previsión de una depreciación mayor de la libra. Pero todos los informes coincidían en una cosa: lo más preocupante es el efecto contagio de esta decisión, los inciertos efectos políticos del voto de los británicos

De momento, las elecciones españolas de mañana, en las que es difícil prever qué impacto tendrá el traumático Brexit, serán seguidas muy de cerca. El calendario de elecciones o consultas es intenso, con el referéndum sobre la reforma constitucional en Italia en el horizonte, pero también con elecciones próximas en Francia, donde Marine Le Pen festejó ayer el Brexit y pidió seguir los pasos del Reino Unido, y en Alemania, donde Merkel ha mantenido un perfil muy bajo ante la consulta de Cameron, país que no está libre del auge de un partido eurófobo ni de movimientos racistas. Y, mientras, formaciones de extrema derecha en distintos países del centro de Europa cobran vigor y algunos piden también celebrar referéndum a imagen y semejanza del británico

Lo que hizo caer ayer un 12% el Ibex y lo que encendió todas las luces de alarma en las cancillerías europeas no es tanto la decisión de los británicos, los efectos aislados de este voto a favor de romper con la UE, que no serán menores, pero podrían ser controlables. Lo que de verdad daña, y seguirá haciéndolo, es la incertidumbre. El temor a que el Reino Unido haya sido sólo el primero. Si los británicos pueden votar sobre su marcha de la UE, por qué no lo van a hacer otros países. El Brexit es un síntoma, el más grave hasta ahora, pero no el primero, del rebrote del nacionalismo, de ese encerrarse en uno mismo. Esta Europa necesita un cambio, pero el portazo los británicos lo han dado no porque les preocupe la falta de sensibilidad de las autoridades comunitarias con los refugiados, sino por todo lo contrario, porque ellos quieren ser aún menos sensibles con los inmigrantes

El Reino Unido desea ahora mantener los acuerdos comerciales con Europa, la pela es la pela y la City es trascendental e la economía británica, pero no la libre circulación de personas. De momento, Bruselas no cede. O todo o nada. Y, a ser posible, una ruptura rápida para abortar intentos  de replicar el referéndum británico en otros países. Pero las dudas sobre el futuro de la UE son inevitables. Ayer las primas de riesgo de los países periféricos (resucita el término periferia, olvidado poco a poco tras superar los peores momentos de la crisis financiera de la zona euro) subieron con fuerza. Vuelve el temor a una marcha atrás en el proyecto comunitario. Ahora es trascendental la reacción que adopten las autoridades comunitarias. Y no lo tienen fácil. Reaccionar con más Europa no hará más que acelerar los movimientos euroescépticos que, de un modo u otro, brotan por todo el continente. Dar marcha atrás, por el contrario, puede ir edulcorando la UE

La consulta de ayer, y el resultado inesperado, han provocado también una reacción políticamente bastante incorrecta sobre quiénes decidieron que el Reino Unido rompiera con la UE. Y los estudios lo tienen claro: los ciudadanos con menos formación, por un lado, y los de más edad. Sobre esto último se escribieron ayer ríos de tinta (digital). Circuló por la redes sociales un gráfico que demostraba cómo los británicos de más edad decidieron el futuro de los más jóvenes, quienes respaldaban la continuidad en la UE, del mismo modo que las zonas más rurales votaron a favor del Brexit, mientras que en Londres hubo una abrumadora mayoría del remain. Pero de poco sirve darle demasiadas vueltas. Sencillamente porque todos los ciudadanos, jóvenes y mayores, tienen el mismo derecho al voto. 

Otra conclusión incómoda es aquella que afirma que no todo se debe someter a referéndum, y que Cameron se equivocó convocando esta consulta. Visto el resultado, desde luego, las consecuencias pueden ser catastróficas, y Cameron pasará a la historia, pero probablemente no del modo en el que él hubiera deseado. Deja quebrado el Reino Unido y tambaleándose la Unión Europea. Pero no negaremos que, por mucho que nos inquiete este resultado y por muy irresponsable que veamos que los políticos se desentiendan de gobernar para consultar a los ciudadanos las decisiones difíciles, un referéndum es un instrumento democrático. Al final, han sido los británicos quienes han decidido irse. Defender que no se les debería haber consultado es como decir que, aunque sabemos ya que ellos quieren mayoritariamente cambiar su relación con la UE, deberíamos haberles impuesto seguir dentro en contra de su voluntad. Pero, al mismo tiempo, parece obvio que no todo se puede consultar en referéndum. Por ejemplo, vista la cantidad de iluminados racistas que lideran partidos políticos en Europa hoy en día, a cualquiera se le podría pasar por la cabeza someter a referéndum si se da asistencia sanitaria a los inmigrantes, por ejemplo. Y, por mucho que una sociedad mayoritariamente racista votar a favor de dejar a esos seres humanos sin atención, sus derechos están por encima. Lo que no está tan claro es que formar parte de la UE sea un bien general a preservar, protegido incluso del voto de los ciudadanos. 

El voto de los británicos es respetable y legítimo. Pero no por eso duele menos. Duele y entristece porque de fondo hay un movimiento de resguardarse de los de fuera. Un sentimiento de desprecio hacia el diferente. Un florecer del nacionalismo más rancio en pleno siglo XXI. Y es lamentable que esa mecha haya prendido con tan inusitada facilidad en tantos países de Europa. Los gobernantes también deberían reflexionar sobre el porqué de estos movimientos. Y ayer el ministro Margallo, hasta que desbarró diciendo que la bandera española ondeará en el peñón de Gibraltar pronto, acertó al relacionar directamente el surgimiento de partidos radicales y xenófobos a la devastadora crisis económica y a la insuficiente e insensible respuesta de las autoridades. Como si no hubieran leído libros de historia, como si desconocieran a qué condujeron en el pasado episodios de depresión económica en un país, desde Bruselas se impuso una política económica que ahogó a las economías y que impidió resguardar a los más vulnerables de la crisis. Y todos sabemos cómo termina esto. 

El Brexit llega dos días antes de las elecciones en España. Durante la campaña se habló más bien poco de la consulta británica, dando una nueva muestra de la escasa importancia que se le concede en el debate político español a los asuntos de la Unión Europea, que son tan nuestros como los de cualquier región española, por supuesto. Ahora, la reacción última de los candidatos ha sido, claro, intentar arrimar el ascua a su sardina. El PP, presentándose como el garante de la estabilidad, con Rajoy utilizando una declaración institucional desde Moncloa para decir a los españoles que no estamos para más incertidumbres (guiño, guiño). El PSOE, vinculando directamente a Podemos (el señor Iglesias votó en contra, el señor Iglesias votó en contra). Ciudadanos, presentándose como el partido más europeísta. Y Podemos, haciendo malabarismos, afirmando que la salida del Reino Unido es una noticia triste, pero sólo para remarcar acto seguido que es culpa de una Europa insolidaria, como si el voto a favor del Brexit no fuera aún más insolidario. En resumen, el nivel que cabe esperar de nuestra clase política. 

Sólo con ver quienes celebraron ayer con júbilo el resultado del referéndum (Trump, Le Pen, toda la extrema derecha europea...) podemos hacernos una idea clara de lo preocupante que resulta. Ahora, como en el verso de un tema de Marwan, la UE le podría decir el Reino Unido "que mañana veremos el modo, pero nunca te quedas conmigo, ni tampoco te marchas del todo"

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