Borges

Ayer se cumplieron 30 años de la muerte de Jorge Luis Borges, un buen día, como otro cualquiera, para recordar lo vivos que están sus relatos, la inmortal de su talento. Nos obstinamos en hablar de política, elecciones y otras cuestiones carentes de importante, cuando el calendario nos concede cada día ocasiones de dedicarnos a recordar a grandes autores que ya no están, a narraciones fabulosas. Podríamos sobrevivir a base de efemérides, de recuerdos, de incitaciones a la lectura. No abrimos periódicos o informativos con ello, devorados como estamos por las prisas, por el pulso diario, pero al menos sí encontramos refugio en sus escritos, un lugar agradable donde resguardarnos de la loca monotonía. 

Descubrir a Borges, caer en uno de sus relatos y quedar ya atrapado como en una red de fantasía y fabulaciones donde todo es posible, es quizá una de las más apasionantes experiencias literarias (y no literarias) que uno puede sentir. Resulta difícilmente descriptible lo que puede llegar a sentirse con una obra del genial autor argentino en las manos. Hay un relato de Borges para cada momento, y no porque sean relatos realistas, más bien todo lo contrario. Comienzan en muchos casos así, pero siempre termina ocurriendo algo que deriva la narración hacia otros derroteros. Objetos. Recuerdos. Experiencias inexplicables. Situaciones indescifrables. 


Es de esos autores que releer una y mil veces, pues garantiza el asombro, incluso aunque ya se conozca cada uno de sus relatos. Porque es tan rica su prosa, tan llena de matices, tan fabulosa, que siempre habrá algo que nos pille de sorpresa, que no recordemos en esas líneas, como si sus obras fueran uno de esos objetivos mágicos que se reescriben cuando se cierran, que crecen y se expanden, que lo abarcan todo. Hay muchos relatos de Borges fascinantes. Imposible, e inútil, enumerarlos aquí todos. El Aleph es uno de ellos, allí donde se habla de "uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos". A mí me resulta especialmente hermoso Pierre Menard, autor del Quijote, un relato en el que un escritor se propone reescribir el Quijote. Pero, ojo, "no quería componer otro Quijote -lo cual es fácil-, sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original, no se proponía copiarlo. 

Son sólo dos de los muchos relatos imprescindibles del autor argentino, que siempre dijo que se enorgullecía más de las páginas que había leído que de las que escribió. También dejó dicho que el paraíso debía de ser algo parecido a una librería. Su estilo magistral, su imaginación desbordante, su talento, quedan hoy, 30 años después de su muerte, a disposición de todos quienes quieran descubrirlo. En el prólogo de El libro de arena, otra de esa obra de relatos borgianos, el escritor escribe que “espero que las notas apresuradas que acabo de dictar no agoten este libro y que sus sueños sigan ramificándose en la hospitalaria imaginación de quienes ahora lo cierran". Y es el mejor consejo posible para enfrentarse a sus obras literarias. 

Los libros de Borges aportan esa clase de placer que sólo dan las grandes obras, la literatura con mayúsculas, esa que se paladea a cada frase. Y así, el autor argentino regaló cientos de frases inolvidables. "Uno puede fingir muchas cosas, incluso la inteligencia, lo que no se puede fingir es la felicidad", escribió. O también "la derrota tiene una dignidad que la victoria desconoce". O "te debo las mejores y quizá las peores horas de mi vida, y eso es un vínculo que no puede romperse". Y por último, "el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo". Así que no ordenaremos leer a Borges, pero sí lo recomendaremos encarecidamente. Hoy, más vivo que nunca, con su verbo vibrante y candoroso, con sus historias fascinantes, sus objetos mágicos y sus personajes inolvidables. 

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