Madrid 1605

Tengo la costumbre de terminar todas las novelas que empiezo. Hace un tiempo leí en una de esas entrevistas a escritores o personajes públicos una respuesta sensata a una de esas clásicas preguntas de qué libro se le resistió, o si ha abandonado alguna lectura. "Muchas, todas las que me disgustan. Hay demasiados libros como para perder el tiempo en uno que no me convenza, o que no sea para mí en ese momento". Aunque me pareció una respuesta llena de sentido común, lo cierto es que yo sólo he abandonado dos libros en mi vida sin terminar de leerlos. Uno ya lo terminé años después, y al otro intentaré asaltarlo en algún momento. Con Madrid 1605, de Eloy M.Cebrián y Francisco Mendoza, he estado tentado en varias ocasiones de dejar la lectura. No, desde luego, porque no sea interesante lo narrado. Es una historia fascinante, una aproximación desde la ficción a la vida de Miguel de Cervantes, autor del Quijote, en los años en los que escribía y publicaba la primera parte de su obra cumbre. Lo que me escama es la personalidad del protagonista de la obra, un profesor universitario jubilado llamado Erasmo López de Mendoza, a quien se nos presenta como un hombre excéntrico. Pero es, más que eso, un ser bastante repelente, más bien despreciable. 

Desconozco la razón por la que los autores decidieron que el protagonista de la historia, aquel que encuentra por casualidad unos papeles que pueden conducirle a encontrar el manuscrito original del Quijote, fuera una especie de Torrente ilustrado, pero me parece un error...
En algún momento de la novela se dice que Erasmo piensa que no querría ser un viejo verde, tal vez sin caer en la cuenta de que lleva siéndolo desde las primeras páginas. Quizá para construir un personaje excéntrico habría bastado con que vistiera camisetas estampadas cutres y despotrique de los móviles y las nuevas tecnologías. Pero no veo la necesidad de que suelte exabruptos machistas, racistas y homófobos cada dos por tres. Caricaturiza a cada mujer que aparece en la obra, describiéndola por sus rasgos físicos. Desprecia la capacidad de las mujeres. Si se trataba de crear un personaje extraño, casi entrañable por sus rarezas, no lo consiguen. De hecho, uno no conecta con él en ningún momento, o sólo un poco cuando su búsqueda del manuscrito original del Quijote le hace sufrir. 

Ojo, no digo que en una obra de ficción no pueda haber personajes repulsivos, machistas u odiosos. De hecho, si todos los personajes de novelas fueran ejemplares, estas serían muy aburridas. Es sólo que en una obra que se presenta como esta, la de un sabio profesor que adora el Siglo de Oro y nos conduce por la vida de Cervantes, algo así como el héroe de la historia, parece poco inteligente dotar al personaje con quien deberíamos sentirnos identificados de algún modo como un tipo del siglo pasado, anticuado y más bien rancio. Preferiría otro tipo de excentricidades que la de un hombre mayor que babea ante cada mujer atractiva que pasa por delante, o que critica la falta de belleza de otras. Quiero pensar que no es un alter ego de los autores de la obra. Menos mal que es un personaje de ficción, porque si no tendríamos que reconocer algo siempre incómodo, que por mucho que haya leído alguien puede ser a la vez un ser intolerante que desprecia al diferente. Me parece un error, en fin, que Erasmo sea así. Y es triste, porque la novela, dividida en dos tiempos, la historia en el tiempo moderno en el que el profesor se siente fascinado por un hallazgo inesperado y la historia narrada en un manuscrito escrito por un inventado ayudante de Cervantes, donde se cuentan las peripecias de la publicación de la primera parte del Quijote.

La intensidad de la fascinación por la recreación del Madrid de comienzos del XVII es mayor que la repulsión por esos rasgos de la personalidad de Erasmo. El profesor pide la ayuda de su exalumna Pilar, a quien, por supuesto, también aprecia, en parte, por su belleza. La historia actual está narrada con cierta corrección, pero sin mayores alardes. Es en aquellas páginas donde se fabula la historia de la publicación del Quijote donde los autores de esta obra dan lo mejor de sí mismos. Y es la parte que hace atractiva y sugerente, a pesar de todo lo dicho antes, esta novela. Se habla en el libro de las bondades de la buena literatura, de la capacidad de trasladar al lector a la época y el escenario donde transcurre la historia. Y durante buena parte de Madrid 1605, los autores consiguen este propósito holgadamente. 

Es una historia de ficción con retazos de verdad. Al tiempo que se nos cuenta lo que sabemos de la vida de Cervantes, con las mujeres de su vida, conocidas como las Cervantas, su pasado en el ejército, su oficio como recaudador de impuestos, su vida itinerante entre el sur, Madrid y Valladolid, cuando la Corte se traslada a la ciudad castellana, también se inventan los autores una peripecia en la que Cervantes sufre un robo de su novela, la que le convertirá en el autor universal que, cuatro siglos después de su muerte, le hace ser reconocido en todo el mundo. De fondo, la envidia y el enfrentamiento enconado con Lope de Vega. Acudimos a un corral de comedias del Madrid del siglo de oro. Entramos en librerías de aquella época. Escuchamos hablar al manco de Lepanto. Las páginas que se ambientan en el siglo XVII elevan exponencialmente el nivel de esta obra. Las que se corresponden con el tiempo moderno, salvo escasas excepciones, más bien ralentiza la lectura, y aportan poco. Pero, finalmente, puestas ambas partes en la balanza, creo que esta novela, un hermoso canto de amor a la literatura, es una forma espléndida de homenajear a Cervantes y de acercarnos a la vida del autor del Quijote

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