Italia aprueba las uniones civiles homosexuales

El Senado italiano aprobó ayer las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Italia vive estos días el mismo debate que España en 2005, cuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la ley del matrimonio homosexual. Reacciones idénticas en los sectores más retrógrados de la sociedad, y la misma sensación de que el progreso y la justicia, aunque lentamente, se abre paso. En Italia, probablemente más que en España, la Iglesia sigue teniendo un poder considerable. Una influencia, al menos, en lo político y lo social. No en balde, bien cerca de donde se aprobó ayer este avance histórico de los derechos civiles está la sede de la Iglesia católica, El Vaticano, que, incluso con el papa Francisco al frente, ha criticado con fuerza el plan de Renzi de introducir a Italia en el siglo XXI. 
La Iglesia católica, siempre al quite para intentar obstaculizar cualquier atisbo de progreso, ha presionado al gobierno de Renzi y ha encabezado la oposición a esta concesión de derechos. Algo tan loco, tan inaceptable al parecer para los obispos y altos mandos de la jerarquía católica, como que todas las personas tengan los mismos derechos, al margen de cual sea su orientación sexual. Se cortocircuita la Iglesia italiana sólo de pensar en semejante extensión de derechos, en pasar del oprobio, el rechazo al diferente y la homofobia a la posibilidad de que dos personas del mismo sexo que se amen puedan casarse y tener los mismos derechos que un hombre y una mujer que también se aman.

De cara a la galería, el papa Francisco ha sido tolerante con los homosexuales. Pero en los hechos, no. No aceptó al embajador francés ante la Santa Sede por ser gay y ha atacado de forma furibunda la ley de uniones civiles homosexuales en Italia. Demasiada modernidad, demasiado respeto a los Derechos Humanos, demasiado apertura para él, al parecer. Han pasado once años desde que España aprobó el matrimonio homosexual, pero la postura de la Iglesia italiana es idéntica a la de la Iglesia española entonces, cuando vimos a obispos manifestarse animosamente por las calles de Madrid para pedir que no se concedieran derechos a los gays, para reclamar que siguiera la discriminación a aquel que no ame bajo los criterios que ellos imponen. 

Matteo Renzi, primer ministro italiano, ha impulsado personalmente este avance. Y no lo ha tenido fácil. Se ha encontrado con la oposición de la Iglesia, y también de sectores conservadores de la política italiana. Ha tenido que recurrir a una moción de confianza en el Senado para aprobar la ley de uniones civiles homosexuales, y ha tenido que edulcorar el proyecto inicial, pues no aceptará la adopción. Y aquí de nuevo hay paralelismos con lo ocurrido en España en 2005. Entonces, la ley, el Parlamento, fue incluso por delante de la sociedad. Y el caso español demuestra que esto funciona. Hoy, once años después de la aprobación histórica de aquella ley, una de las contadas ocasiones en las que España se situó en la vanguardia del reconocimiento de derechos, la homofobia persiste, sólo hace falta ver los casos de agresiones, pero la aceptación a la comunidad LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) es infinitamente mayor. 

Zapatero pronunció un discurso bello cuando defendió en el Congreso el proyecto de matrimonio gay, afirmando que España pasaría a ser tras la aprobación de la ley un país más decente. Enfrente, la oposición del PP, que camufló sus ramalazos de homofobia bajo una discusión meramente lingüística, como si lo que les importara fuera sólo que la unión se llamara matrimonio y no el hecho en sí de que personas del mismo sexo, qué espanto, tuvieran los mismos derechos que los heterosexuales. Ayer, Renzi compartió en su perfil de Facebook un mensaje también hermoso, de los que pasan a la historia de la lucha por la igualad LGTB. "Hoy es un día de fiesta. Porque las leyes son hechas para las personas, no para las ideologías. Para quien ama, no para quien proclama·, afirmó

Para continuar con los paralelismos entre lo sucedido en España hace once años y el debate en Italia por la ley de uniones civiles homosexuales, quienes se oponen a la ley se hacen llamar defensores de la familia, como si un matrimonio entre dos hombres o entre dos mujeres fuera un engendro o una tribu, incapaces al parecer de entender que todo lo que representa a una familia se puede aplicar sin problemas a modelos no convencionales, como los de padres o madres solteras, o las de matrimonios gays. Además, varios alcaldes se han opuesto a celebrar uniones gays. El ejemplo de España demuestra que el progreso casi siempre termina abriéndose paso, retrógrados y amargados al margen. Y sí, ayer fue un día de fiesta. Desde ayer Italia es un país más habitable y más justo. 

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