Idomeni

El gobierno griego está desalojando el campo de refugiados de Idomeni, uno de esos sitios que con la última crisis humanitaria ha pasado a formar parte de la topografía del horror, las injusticias y la indiferencia. Un aparcamiento de personas. Un campamento sin las más mínimas condiciones para una vida digna. Un lugar donde familias enteras han ido perdiendo la esperanza, percatándose de cuanta insolidaridad e incomprensión esconde Europa, la tierra prometida, allí donde esperaban derechos y oportunidades, y sólo han encontrado desprecio, fronteras cerradas y míseras tiendas de campaña sobre barro, donde compadecerse de su abandono. Idomeni es un símbolo. Es, o debería ser, una llamada a la población europea, ya que a sus autoridades esta clase de dramas personales les remueven lo justo. 
Lo primero que han hecho las autoridades griegas, de hecho, es expulsar a los periodistas que estaban en el campo de refugiados, que trae reminiscencias a otros campos donde se despreciaba al ser humano, donde se denigraban a personas por ser diferentes, donde existían parias y personas sin derechos, sin esperanza, sin futuro. Confiemos en que esa medida no sea porque no quieren que se vea el modo en el que se está desmantelando el campo. En parte por la desinformación. por los rumores interesados que circulan por el campo y porque no quieren alejarse de las fronteras de Macedonia, cerradas por la intolerancia y el racismo del gobierno de este país, muchas personas que han visto a Idomeni convertido en su casa no quieren marcharse.

Idomeni perseguirá a la población europea de este tiempo, o debería hacerlo. Nos apelará, este campo y tantos otros, aquellos a donde ahora se trasladará a las personas que malvivían en este espacio. Nos preguntará qué hacíamos mientras ocurría tamaña injusticia. Cómo respondimos al grito del hambre, del miedo, de la huida de la guerra. A los gobernantes se les recordará que toleraron condiciones infrahumanas, y que mercadearon con seres humanos, alejando de ellos el problema con dinero, único lenguaje que entienden. Y a los ciudadanos, por supuesto, también. La historia traerá imágenes de niños hacinados en Idomeni, de llantos y desesperanza. Y lo hará en forma de preguntas. Qué hicimos. Acaso nos echamos en brazos de partidos xenófobos, o defendimos que en Europa no había recursos para acoger a seres humanos que no tenían nada, que huyeron de sus casas para sobrevivir a una contienda ante la que tampoco hizo nada Europa. 

El campo de refugiados de Idomeni no tenía las condiciones dignas para acoger a personas, como han denunciado de forma reiterada los activistas de distintas ONG, esas personas que sí podrán responder cuando pasen los años con orgullo, o al menos no con la vergüenza de la mayoría, a la pregunta de qué hicieron en esos tiempos de desigualdades e injusticias. Médicos sin fronteras, por ejemplo, se retiró varias veces del campo, en protesta por esas condiciones, que habrían sido infinitamente peores sin el apoyo de tantas ONG, de tantas personas que lo dieron todo para acoger a los refugiados, que lucharon y luchan por ser la voz de quienes no la tienen, por proteger sus derechos, por clamar contra la indiferencia tan extendida en Europa. 

Entre tanto mirar hacia otro lado, tanta falta de humanidad, tanto oprobio, Idomeni también reflejó en los últimos meses lo mejor del ser humano. Esas personas que lo dejaron todo para ayudar a los refugiados, quienes se dedicaron en sacar una sonrisa a los niños, en no permitir que muriera su inocencia entre el barro y la miseria. Los activistas que han defendido los derechos de los habitantes del campo, los periodistas comprometidos que han contado desde allí sus historias, porque lo que no se cuenta, lo que no se ve, no existe. Artistas comprometidos que han acudido al campo para levantar testimonio de lo que ocurre. No todo ha sido indiferencia. Ha habido personas que sí han estado en el lado correcto de la historia, las que nos permiten seguir creyendo un poco en el ser humano. El gobierno griego cierra Idomeni y trasladará a otros campos a las personas que sufrían y desesperaban en ese espacio icónico, símbolo del mayor drama humanitario de las últimas décadas.  

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