Convergència cambia de nombre

Uno de los pasajes más hermosos de Cien años de soledad es aquel en el que se lee que "el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo". Este fragmento de la obra cumbre de Gabriel García Márquez viene a la memoria tras conocer la consulta en la que los militantes de Convergéncia Democràtica de Catalunya (CDC) decidieron, secundando la propuesta de su presidente, Artur Mas, cambiar de nombre al partido, cuatro décadas después de su fundación. Como si cambiando el nombre a las cosas se modificara también la realidad que describen. Como si la regeneración debida en un partido chamuscado de corruptelas y con sus sedes embargadas pasara por un cambio de las siglas, por un lavado de cara. Pero el mundo no es tan reciente como en Macondo. Existen nombres concretos que describen bien el porqué del descrédito de CDC. Y, por mucho que el partido empiece a llamarse de otra forma, siempre se podrán señalar con el dedo todas esas vergüenzas que el partido de Mas pretende esconder bajo banderas y proyectos identitarios. 
La demolición controlada del nombre de CDC es una forma sutil y mínima de reconocer la evidencia de que estas siglas están intoxicadas. Se debe reparar la imagen, porque los escándalos de corrupción son demasiados y la alargada sombra del 3% lo cubre todo. Dijo ayer Artur Mas que el nuevo partido será "un buen hijo o hija de CDC" y que mantendrá sus mejores valores. Lo de hacer símiles genealógicos en un partido creado por alguien que tiene a toda su prole imputada, es arriesgado, pero a Mas siempre le fue la osadía. También se antoja algo chistoso hablar de valores en un partido que representa prácticamente todos los defectos de la Cataluña de las últimas décadas, particularmente en lo que se refiere a la falta de ejemplaridad en el servicio público.

Hubo un momento decisivo en la historia de CDC, y en la historia personal de Mas, cuando el entonces presidente de la Generalitat, cercado por manifestaciones contra los recortes en Sanidad aprobados por su gobierno y por la indignación ciudadana, decidió intentar ser él quien encabezara las protestas, pasar de ser el blanco de la diana a convertirse en dardo. Y, sorprendentemente, lo logró. Él era, y es, responsable de los recortes aplicados por su gobierno. Y, por supuesto, tanto él como el resto de dirigentes de su partido son corresponsables de los innumerables escándalos de corrupción en los que está implicada la formación, tantos que han destruido como un azucarillo en un café caliente las siglas del partido, que la han convertido en inservibles. Pero al tiempo que la indignación por la crisis prendía, lo hacía también el discurso soberanista. Y ahí encontró CDC, y Mas en particular, su tabla de salvación, convirtiéndose, desde el Palacio de la Generalitat, en un indignado más. Un partido que jamás había sido independentista, quizá el partido más conservador de España, que siempre se había movido mejor en la ambigüedad, en el catalanismo moderado, se entregó con fervor a la causa independentista. Cualquier cosa para sobrevivir. 

Desde entonces, el partido de la burguesía catalana, la formación conservadora, se dio la mano con quienes siempre habían defendido, legítimamente, la independencia. Mas y otros diputados de CDC insultados y agredidos a su entrada en el Parlament en los albores del 15M, se aliaron con aquellos que les atacaban. Y Mas pasó de ser receptor de las iras ciudadanas a convertirse en una suerte de Moisés que conduciría a su pueblo a la tierra prometida de la independencia. Quienes protestaban contra él, los miembros de la CUP, se pusieron de su lado. Lo abrazaron, literalmente, y la formación de derechas se vio respaldada por grupos muy de izquierdas. Lo nunca visto. CDC entró convencida en esta espiral, se desvirtuó la realidad. Importaba más asentar la ficción de que todos los males de Cataluña procedían de la malvada y opresora España. Cualquier otra cuestión carecía de importancia frente al plan superior de lograr la independencia. 

Y entre esos asuntillos menores quedó también la corrupción de CDC. Qué más daba. El fundador del partido, presidente de la Generalitat durante décadas, Jordi Pujol, reconocía que había defraudado a Hacienda durante más de 20 años. Estaba tan liado haciendo país, que se le olvidó lo de cumplir con Hacienda. Mas es hijo político de Pujol. No tanto de su falta de ética personal, pues en el fondo nadie es responsable de las miserias de la gente de su entorno, como de la sospecha muy fundada de una trama corrupta de comisiones, ese problema del 3% que Maragall expuso en el Parlament, aunque rápidamente se retractó. Parece una misión imposible construir un nuevo país con los mismos dirigentes mediocres y, presuntamente (en algunos casos, no presuntamente) corruptos. Y es esta obviedad la que ahora parece asumir, en parte, CDC, que decide cambiar de nombre para romper con su pasado de moderación política y de corruptelas, mientras pierde votos a chorros en cada nueva cita con las urnas, por desnaturalizar a la formación. 

Simplificar realidades complejas es algo que se le da muy bien a Mas y al independentismo, por lo que afirmar que la conversión repentina de CDC a la causa soberanista responde a un intento de protegerse de la acción de la Justicia ahora que se destapan todas sus miserias, sería quizá caer en esa actitud que tanto criticamos de los partidarios de la independencia. Pero, sin duda, la coincidencia temporal es absoluta. Lo que cuesta entender es que se acepte a CDC como líder de este proceso de construcción de un nuevo país que, legítimamente, tantos catalanes apoyan. Incluso, formaciones de izquierdas, que prefieren no recordar los casos de corrupción y los recortes sociales de sus nuevos socios. Todo en pos de la independencia, jugando a crear mundos tan recientes que muchas cosas carezcan de nombre, o pretendiendo embellecer realidades feas sólo transformando su nombre

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