23 obras para el Día del Libro

"Noche fabricadora de embelecos, loca, imaginativa, quimerista". Este verso de Lope de Vega fue uno de los que se proyectaron ayer sobre la fachada de la Real Casa de Correos, sede de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol. Ayer esta ciudad radiante y llena de vida celebró la Noche de los Libros, anticipándose al 23 de abril. Conferencias, exposiciones, librerías abiertas hasta las diez de la noche, actos en la calle, teatro. Festejos para celebrar la lectura. Porque uno es lo que lee. No se celebra un divertimento, sino también todo lo que sabemos, dudamos y pensamos. La vida se recorre mejor si es con un libro bajo el brazo. Y ya escribió Borges que el paraíso debe ser alguna clase de biblioteca. El autor argentino, del que se conmemora este año el 30 aniversario de su muerte, también afirmó que él se enorgullecía más de los libros leídos que de los que había escrito. 


Llegué a la Puerta del Sol anoche después de atravesar el Barrio de las Letras, allí donde estaba situada la imprenta de Juan de la Cuesta que dio a luz la primera edición del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. La calle Cervantes, que recuerda a su autor inmortal. Y fiestas y risas por las calles. Y cultura. Y recuerdo de todos los grandes nombres de la literatura que pasearon antes por esas calles. La memoria literaria de una ciudad entregada a la fiesta de los libros. Hoy es día para recordar a Cervantes y Shakespeare en el cuarto centenario de su muerte, razón por la cual el 23 de abril es el Día del Libro, aunque Cervantes falleció un 22 de abril y el genial autor inglés, el 23 de abril, pero del calendario juliano. 

Es también un día para pensar en Barcelona, la ciudad que se inunda de rosas y libros, de letras y pasión por la lectura. Las Ramblas tornadas en librerías al aire libre. Conciertos, conferencias y encuentros de autores con lectores en el Día de Sant Jordi, quizá la jornada del año en el que la extraordinaria ciudad condal luce con más apabullante belleza. El año pasado descubrí esta fiesta, pude vivirla por vez primera en Barcelona. Y habrá más. Todos esos libros esperando ser leídos, esas historias aguardando, escritas hace años, décadas, siglos quizá, que describen exactamente aquello que sientes. O que te hace replantearlo todo. Que te elevan y te hacen mejor persona. Que te enseñan y te invitan a dudar, a soñar, a vivir otras vidas, a pensar otros mundos. Ojalá el tiempo acompañe hoy, la lluvia se contenga, y Barcelona pueda ser esa ejemplar fiesta ciudadana en torno a los libros que es cada 23 de abril. Con el libro y la rosa. 

El mejor modo de celebrar el Día del Libro es leyendo. Por eso quiero compartir 23 títulos para este día. No es una selección exhaustiva. Tampoco son, necesariamente, mis 23 obras preferidas. Pero si  23 libros que recuerdo con especial cariño en este momento. 23 pedazos de mí. 23 obras que me cambiaron, recientemente o no tanto. Ahí van. 
  • Yo confieso, de Jaume Cabré. Porque es tal vez la novela que más me ha impactado. Una obra colosal, un inmenso puzzle en el que todas las piezas acaban encajando con un primoroso violín storioni como hilo conductor. Una de esas lecturas pausadas, que dejan huella, de las que se sale distinto a cómo uno era al comenzar a leer. Una historia de amistad, sentimiento de culpa, pasado, cultura, amor y desengaño. Una novela más grande que la propia vida. 
  • La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Nunca he reído tanto con un libro en las manos como leyendo esta obra de John Kennedy Toole, la única que publicó, pues, frustrado porque los editores no supieron reconocer la calidad de la novela, se suicidó sin verla publicada. Su madre luchó por que la obra viera la luz y ese año gano el Pulitzer. Una historia estrambótica, sencillamente sublime, de una especie de Quijote moderno que ironiza sobre la sociedad estadounidense.  Ignatius J.Reilly. Quizá uno de los personajes más peculiares e inolvidables de la literatura del último siglo. 
  • Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías. De la hondura de esta novela de Javier Marías, nunca superficial, jamás recorriendo caminos trillados, da cuenta su apabullante comienzo: "nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda". Sé que Marías tiene ardientes defensores y no pocos detractores que critican su estilo alambicado. Yo estoy entre los primeros. 
  • El testamento de María, de Colm Toibin. La virgen María se lamenta de que su hijo se metiera en líos políticos. Se esconde de los seguidores de su vástago, a los que considera unos fánaticos empeñados en dejar para la historia una versión del pasado de Jesús que ella no sólo no comparte, sino que recuerda con horror, el propio de una madre desgarrada que ha perdido a su hijo. "No valió la pena", repite. Es el sugerente punto de partida de esta pequeña pero excepcional obra. 
  • Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina. Por la ejemplar lucidez de este ensayo sobre "los años del delirio", la burbuja inmobiliaria. Cuando éramos ricos. Una reflexión necesaria sobre los desmanes de los últimos años en España. Sobre el fallo de la prensa en su labor de vigilante del poder. Sobre tantos excesos. Y una llamada a la defensa del Estado del bienestar y todos los derechos que tanto costó conseguir y que en tan poco tiempo se pueden perder. El ensayo que habrá que leer dentro de unas décadas para saber qué ocurrió en los años del ladrillo en España. 
  • El tango de la guardia vieja, de Arturo Pérez-Reverte. Quizá, su mejor novela. Y eso es mucho decir cuando hablamos del creador del inmortal personaje de Alatriste (no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente"), y del autor de obras como El maestro de esgrima, La piel del tambor o la más reciente Hombres buenos. Una historia de amor en tres tiempos. La nostalgia. Los rescoldos aún ardientes de un pasado común compartido. La pasión eterna, la complicidad que queda cuando todo alrededor parece haberse extinguido. 
  • También esto pasará, de Esther Tusquets. Una de las obras revelación del año pasado. Un libro con tintes autobiográficos en el que la autora relata cómo afrontó la muerte de su madre, su dolorosa pérdida, su vacío imposible de llenar. Cada frase del libro es como un puñal lanzado contra el lector. Como un campo minado de sentencias geniales. Una forma de entender el mundo, reivindicando la ligereza, celebrando la vida para superar la muerte, que cautiva por su frescura y el tono desenfadado que adopta. 
  • La peste, de Albert Camus. Lo que aparenta ser el relato de una epidemia de peste en la ciudad de Orán se convierte pronto en una reflexión filosófica sobre la vida misma. Hay que ser ese que se queda, dice el párroco de la novela, recordando al único monje de un convento que permaneció durante la gran peste de Marsella para atender a los enfermos. Dicen que en las peores situaciones es cuando sale lo mejor y lo peor de las personas. Hay que ser ese que se queda. Siete palabras como lección vital. 
  • Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre. El subtítulo de esta chiquita pero fascinante obra de Ander Izagirre, compilación de varios relatos, resume bien lo que esconde esta joya editada por Libros del KO. "Malandanzas, fanfarronadas, traiciones, alegrías,hazañas y sorpresas del Tour de Francia". Una obra obligada para todo amante del ciclismo, que recorre la historia de la más mediática y grandiosa carrera del deporte de la bicicleta a través de pequeñas historias acontecidas en la Grande Boucle
  • Narraciones, de Jorge Luis Borges. El genial autor argentino escribió que había cometido el peor error en el que uno puede caer en su vida, no ser feliz. Pero hizo y hace felices a muchos amantes de la literatura con sus asombrosos relatos. En esta obra aparece el Aleph, "uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos", y también Pierre Menard, autor del Quijote, donde un escritor "no quería componer otro Quijote -lo cual es fácil-, sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original, no se proponía copiarlo". 
  • Farándula, de Marta Sanz. La última novela de Marta Sanz sacude al lector. Le remueve. Le hace pensar. Parece adoptar la autora este punto de vista de uno de los personajes de su obra, que son todos miembros del mundo del teatro y el cine: "yo no escribo para que nadie se reconozca en su parte inteligente, sino en su más abyecta y entrañable vulgaridad". Marta Sanz trata al lector como alguien maduro. Y eso siempre se agradece. Es todo lo contrario a una novela vacua, de las que pasan de puntillas. 
  • Dime quién soy, de Julia Navarro. Un fascinante recorrido por buena parte del siglo XX en Europa de la mano de Amelia Garayoa, una mujer que visita medio mundo y conoce los horrores, los sueños, los proyectos catastróficos, los sueños y las guerras del pasado siglo, donde tanto se anheló y de un modo tan sangriento acabó casi todo. Es una fórmula que la autora ha empleado después en otras obras como la más reciente Dispara, yo ya estoy muerto, donde se acerca al conflicto entre Palestina e Israel. 
  • Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax. Un libro imprescindible para quienes veneramos al genial cineasta neoyorquino, quien sigue estrenando su película cada año. El autor de Misterioso asesinato en Manhattan, Anni Hall, Midnight in Paris, Match Point y tantas obras maestras reflexiona en este libro a lo largo de varios años con el periodista Eric Lax sobre su carrera (condenado a hacer comedia, aunque a él le gustan más los dramas) y su concepción del cine. Una joya. 
  • El lapiz del carpintero, de Manuel Rivas. La exquisita sensibilidad de la escritura de Manuel Rivas y de las historias de sus novelas relucen con especial brillo en esta pequeña gran historia sobre presos del franquismo que se aferran a las pequeñas cosas de la vida para sobreponerse a las desgracias. Sólo por el pasaje del breve abrazo de la pareja protagonista, él preso, en una estación de tren, vale la pena leer esta sensacional novela. "Todo fuera del tiempo, en el reloj parado, menos aquellos dos abrazándose". 
  • El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. Un juego divertido entre los amantes de la lectura es recordar cuáles son los comienzos de una obra literaria más hermosos o más impactantes. En eso, Gabriel García Márquez suele aparecer en varias ocasiones ("el día que lo iban a matar...", "muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coroneal Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo"...). Pero también se pueden recordar finales fascinantes. Y el de El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, es fabuloso:  "y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado".  
  • Hiroshima, de John Hersey. El buen periodismo, contar una historia, tan sencillo en apariencia, tan complicado, siempre casó bien con la literatura. En esta obra, que es en realidad un reportaje largo, el periodista John Hersey relata las historias personales de distintos afectados por el execrable lanzamiento de la bomba atómica por parte de Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, que puso punto final a la II Guerra Mundial con un ignominioso ataque contra la población civil. Impactante. 
  • El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Porque "lo esencial es invisible a los ojos", porque "las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones", porque "nunca está nadie contento donde se encuentra" y porque "los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada; compran las cosas ya hechas a los comerciantes; pero como no existen ningún comerciante de amigos, los hombres, los hombres ya no tienen amigos", El principito es y será una de las lecturas de más grato recuerdo para todo aquel que se ha visto atrapado en sus páginas, en un embrujo de por vida.
  • Para acabar con Eddy Bellegueule, de Édouard Louis. No hay ficción en esta obra. Y es lo que la convierte en una experiencia tan dolorosa y traumática para el lector. También es por ello que aquí la literatura muestra su poder de curación. El autor que se propone en el título de esta obra acabar con Eddy Bellegueule es el propio Eddy Bellegueule. O, mejor dicho, alguien que fue Eddy Bellegueule, pero que rompió con su pasado, con su gente y con su propio yo del pasado, el que se sentía culpable por ser diferente (homosexual), para construirse una nueva vida como Édouard Louis. La literatura salvadora, justo a tiempo. 
  • Amado siglo XX, de Francisco Umbral. De Umbral uno seleccionaría para esta lista todas sus obras, incluidas las que aún no ha leído. Pero si elijo Amado siglo XX es porque fue el último libro que publicó el genial escritor, que escribió una de las más gloriosas páginas de la relación tan bien avenida entre periodismo y literatura en España. Este libro es, en el fondo, una recopilación de artículos de Umbral, de aquellos que publicó, entre otros medios, en El País y en El Mundo. Umbral reflexiona sobre política, sociedad, arte, cine y libros en este último regalo. El testamento del escritor. 
  • Juegos de la edad tardía, de Luis Landero. Muy quijotesca la historia de Gregorio Olías, que se hará llamar Faroni, gran poeta, como Alonso Quijano adoptó el nombre de don Quijote, y que tiene por escudero al cándido Gil, que se deja embaucar por las fabulaciones de Olías. Dejarse atrapar por la magia de las palabras y preferir vivir en la imaginación que en la gris realidad, es la actitud que adopta el protagonista de esta novela. Y  cómo culparle. Porque, como él, bien sabemos que "a diferencia de las palabras, los números no eran mágicos, y sus noticias eran siempre tristes". 
  • El Reino, de Emmanuel Carrère. El autor francés plantea en esta obra inclasificable una historia de espejos. Por un lado, recrea el pasado de la iglesia católica, sorprendido por el hecho de que "personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas". Y, a la vez, el recuerdo de una época de su vida en la que se acercó a la Iglesia y sintió inquietudes espirituales y religiosas, a las que en el fondo no renuncia del todo, lo que en parte le asusta.  
  • Usos amorosos de la posguerra española, de Carmen Martín Gaite. Nunca agradeceremos lo suficiente a aquellos profesores que nos presentaron a grandes autores, que nos abrieron los ojos, que nos animaron a pensar por nosotros mismos, que nos empujaban a crecer intelectualmente. Un admirado profesor de Historia nos recomendó en primero de carrera leer esta obra de Carmen Martín Gaite en la que no se cuentan grandes batallas ni vidas de generales o gobernantes, pero sí algo mucho más más importante, lo que está al fondo de tantas obras de historia que se olvidan de la gente de a pie: la vida de las personas de esa época. 
  • El Quijote, de Miguel de Cervantes. No, no podía faltar. Recuerdo que la primera parte del Quijote la leí en el colegio. Forzado por el profesor. Quizá demasiado niño para apreciarla. Con cierto cansancio y fatiga. Con algo de hartazgo. La segunda, un par de veranos después, decidí leerla voluntariamente. Y me enamoró. Difícil encontrar tantas enseñanzas vitales, tal perfecta mezcla de géneros en una novela. Todo está en el Quijote y hoy es un día sensacional, como cualquier otro, para volver a él. 
¡Feliz Día del Libro!

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