Obama en Cuba

Vivimos en una época en la que abusamos del adjetivo histórico. No nos vale con vivir. Tenemos que vivir la historia. Asistir a acontecimientos que se leerán los libros, asumiendo que en el futuro se leerá y habrá libros. Cada semana, si hacemos caso a cada vez que se emplea el término histórico, asistimos a seis o siete grandes acontecimientos, de los importantes de verdad, de los que marcan una época. Alguna explicación profunda debe de tener este ansia por asistir al avance de la historia, por presencias encuentros, eventos, sucesos históricos, trascendentes de verdad. Ese afán por vivir la historia y por escribirla. Por tuitearla. Por elevar a la categoría de inaudito lo que no lo es tanto. En este ambiente en el que con tanta facilidad pensamos que asistimos a acontecimientos históricos, cuando llega uno de verdad no siempre es fácil resaltarlo como es debido, desmarcarlo de la historia más en minúsculas con la que nos entretenemos el resto del tiempo. La visita de Barack Obama a Cuba, la primera de un presidente estadounidense a la isla en más de 80 años, sí es histórica. Se mire por donde se mire. Sin la menos exageración posible. 

Con esta visita, ya en el tiempo de descuento de su presidencia, Obama busca que el acercamiento con Cuba, el deshielo en las relaciones entre los dos países que él pactó con Raúl Castro en diciembre de 2014, no tenga vuelta atrás. Que quien ocupe la Casa Blanca tras las elecciones de noviembre se encuentre con los hechos consumados. La visita ha sido histórica, sí, y ha dejado varios momentos memorables. Sin duda, fue relevante e inédito el simple hecho de que el dictador Castro haya respondido a preguntas libres de los periodistas en una rueda de prensa conjunta con Obama en la que se percibió la falta de costumbre del tirano cubano en eso de ser preguntado sobre cuestiones incómodas. 

Castro dijo que no había presos políticos en su país. Pidió una lista. Los periodistas asistentes a la rueda de prensa, y el propio Obama, no lo habrían tenido difícil para contradecir semejante patraña. Se perdió la ocasión de recordarle al presidente cubano que lo es por ser hermano de Fidel, que no hay libertad para crear partidos políticos, que en su país manifestarse en contra del gobierno es causa suficiente para meter a alguien en el calabozo, que hay decenas de personas en las prisiones cubanas sólo por pensar diferente, que lo que iba a ser una revolución destinada a dar el poder al pueblo ha terminado creando una oligarquía y unas élites ligadas al Partido, en mayúsculas porque es el único tolerado. Porque se ha terminado pareciendo asombrosamente a aquello contra lo que combatió, como en el final de Rebelión en la granja, de Orwell, fábula ácida sobre la URSS en el que no se logra distinguir bien a los cerdos que se rebelaron contra los humanos.

La visita de Obama, en ese sentido, es una legitimación de la dictadura cubana. El presidente estadounidense se reunió con la disidencia cubana y habló claro sobre la necesidad de respetar los Derechos Humanos en la isla. Delante de Raúl en aquella rueda de prensa afirmó que el futuro de los cubanos será el que estos quieran. Reclamó más libertad. Apertura. Derechos. Libertades. Es tristemente larga la historia de dictadores que, con el paso del tiempo, terminan cenando con gobernantes democráticos, incluso yendo al béisbol juntos. Y es triste. Resulta imposible no compartir la sensación de amargura en la oposición cubana, esa que tras la marcha de Obama seguirá siendo arrestada y amedrentada si se manifiesta para pedir democracia en su país.  

Y, sin embargo, el deshielo acordado entre Obama y Castro resulta también prometedor. Por lo que implica de rectificación de la política internacional de Estados Unidos hasta ahora. Entrometerse en los regímenes que le incomodan. Oscuras operaciones financiadas por la CIA. Intentos de echar abajo un gobierno usando a sus ciudadanos como moneda de cambio. El bloqueo no sólo no ha debilitado al régimen castrista, sino que le ha dado la excusa perfecta para azuzar el odio al enemigo culpable de todos los males. Sin esa excusa ahora, la dictadura cubana lo tendrá más difícil para echar balones fuera. En este sentido, el avance dado por Obama es valiente y honesto. Se agradece que Estados Unidos defienda democracia, pero que no lo haga como históricamente lo ha hecho en América Latina. Es un cambio inteligente. Porque además los peor parados por el bloqueo han sido los ciudadanos de Cuba, que ninguna culpa tienen del régimen autoritario que les oprime. 

Castro afirmó en la citada rueda de prensa que ningún país cumple los Derechos Humanos. Y tiene razón. Pero resulta cínico que un dictador como él cuantifique los derechos que sí cumple. Como si esto fuera cuestión de números. Como si dar sanidad gratuita a los ciudadanos supliera su derecho al voto. Como si la falta de libertades civiles no nublara todo lo demás. El gran fallo de fondo en el régimen cubano y los no pocos defensores en ciertos ámbitos de la izquierda es creer que los méritos sociales del gobierno cubano, innegables en muchos aspectos, compensan la falta de libertades. Y no es así. Un país donde no se puede elegir libremente a los gobernantes no puede ser ejemplar. Porque esto sería tanto como aceptar que, si hay sanidad y educación (imaginemos el nivel de manipulación, por otro lado, en las clases de Historia), todo lo demás no importa. 

Tiene razón Castro. En ningún sitio se respetan todos los Derechos Humanos. Pero eso no le da carta blanca para defender un régimen que encarcela a quien plantea alternativas legítimas y pacíficas a su dictadura dinástica. Ahora suena su hijo para sucederle al frente del gobierno. Europa, esta Europa que expulsa a los refugiados como si fueran residuos, no puede dar muchas lecciones. Tampoco Estados Unidos, que viola el derecho a la vida con la pena de muerte. De acuerdo. Pero eso no anula en absoluto la evidencia de que Cuba es una dictadura donde hay presos políticos y que los cubanos merecen vivir en democracia. Y es al lado de quienes sufren la opresión de una dictadura donde hay que estar. La visita de Obama a Cuba, pues, tiene puntos positivos, el cambio en la política exterior estadounidense que nada ha conseguido más que causar sufrimiento, pero también otros dudosos, por lo que tiene de legitimación de una tiranía. Por lo demás, claro, este deshielo tiene mucho que ver con razones económicas. El dinero siempre abriendo puertas. Los negocios como centro y medida de todas las cosas. Hoteleras y demás empresas dispuestas al desembarco en la isla. Sigue siendo exactamente igual de dictatorial, pero ya se pueden hacer negocios. Como Irán. Así que, adelante. El lenguaje de los dólares. Lo de siempre. 

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