Museo del Novecento de Milán

Italia fue la cuna del Renacimiento. Pensar en el arte renacentista es trasladarse al país transalpino, donde se escribieron en buena medida esas páginas de la historia. No es de extrañar por ello que fuera precisamente en Italia donde surgiera con fuerza el movimiento futurista, consistente en romper con las reglas establecidas, en renegar del pasado y buscar otras formas, otros modos de reflejar la realidad, o de huir de ella, de destrozarla. Un movimiento artístico que concentra parte de las obras expuestas en el Museo del Novecento de Milán, situado justo frente a la catedral de la ciudad italiana, que pude visitar esta semana gracias a un viaje con el trabajo. La pinacoteca recorre el siglo XX, con esculturas, cuadros y otros objetos o creaciones, sobre todo de artistas italianos, en la última centuria. 

Hablar del sigo XX es hablar de guerras y totalitarismos. El movimiento futurista dio respaldo estético, artístico y político al fascismo de Mussolini. Las conexiones fueron evidentes, y no sólo porque una de las amantes del dictador italiano fuera Margherita Sarfatti, escritora, crítica de arte y coleccionista. Parte de su colección se pueden observar en el Museo Novecento, con la fascinación de las obras de arte imponentes, pero también con el estupor y el asombro de saber que aquella estética fue glorificada por el fascismo y que le sirvió de apoyo. El movimiento futurista era radical. Con el arte y con todo lo demás. Prueba de ello es que su manifiesto, publicado por el poeta Filippo Tomasso Marinetti en 1910 en Le Figaro, sostiene, entre otras perlas, que "la guerra es la única higiene del mundo". Reivindican el militarismo y el gesto destructor de los libertarios. 

Esa faceta política, pues, es indivisible de su ruptura de las formas estéticas. Absoluta. Rotunda. "Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad... Queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo". Bien es sabido que locura y temeridad suelen combinar bien con el arte. Encontramos en el Museo Novecento muchos puñetazos, en forma de obras inquietantes. Obras que entienden que en el siglo XX el mejor retrato de alguien lo ofrece una fotografía, por lo que se deben resaltar menos los rasgos de las figuras humanas y destacar más otros aspectos. Hallamos obras herederas del cubismo. Collages de varios objetos que, separados, tienen sentido, pero cuyo conjunto no representa nada. Ni lo pretende. 

Hemos convenido hace ya mucho que el arte no se entiende, se siente. Que no tiene por qué significar nada una obra. Que importa más la reacción emocional, el extrañamiento, la sorpresa, el estupor o la confusión generadas que el sentido que se le quiera dar a la obra. Porque, en más de una ocasión, el propio autor no sabría explicar bien qué ha querido contar. Sencillamente, eso no es lo importante. Pero también es cierto que disfrutamos de un guía en la visita al museo. Y es muy de agradecer. Porque de otro modo es difícil, sobre todo en ciertas partes de la pinacoteca, apreciar su valor. 

Una de las afirmaciones que más repetía el guía es que las obras que contemplábamos separaban la belleza estética del sentido, del racionalismo, de la figuración. Algunas no son hermosas de ver. No son estéticas. Pero es que no tienen que serlo. No lo buscan. No es ese su sentido. Su intención es sugerir reflexiones a quien las observa. Lo más fascinante del Museo del Novecento de Milán es cómo recorre la historia del siglo XX y, de un modo más o menos claro, las obras están muy vinculadas a su tiempo. La contrariedad y confusión en los rostros de algunos personajes de los cuadros. La ruptura con la pintura clásica por el surgimiento de nuevas técnicas (la fotografía, el cine) que lo cambian todo. Alusiones, en un periodo más posterior, a la carrera especial en la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Referencias a la revolución en China. Esa fascinación del comunismo por el arte de la vanguardia. La relación entre el fascismo de Mussolini y el arte futurista. 

Las vistas del Duomo desde el museo son también espectaculares. Entre obras de Matisse, Picasso, Umberto Bocciani, Kandinsky, Giacomo Balla o Carlo Carrá, en la pinacoteca se recorren distintos estilos artísticos como el futurismo, el realismo, el arte pobre, el Novecento, que es un estilo en sí mismo, el impresionismo... Me atrajo especialmente una sala de la pinacoteca donde los artistas aluden a un plano que no aparece en la obra. Una escultura titulada Las estrellas donde no se ve estrella alguna, sino a personas mirando al cielo. Otra que se llama Los amantes, sin figuras humanas, pero sugiriendo que quienes dan nombre a la obra están dentro de un refugio entre unos arbustos, buscando intimidad, al que han llegado con un caballo apostado a las puertas. U otra escultura de una espalda que refleja parte de una figura humana, pero dejando al observador completar el cuerpo. 

También encontramos cuadros con una rasgadura aparente en el lienzo, que aparenta ser la puerta a otra dimensión, como la rendija oscura que deja una puerta entreabierta. Obras con evidentes connotaciones sexuales. El siglo XX, no olvidemos, es también el de Freud. Es tan completa, variada y estimulante la colección del Museo Novecento que merece sin duda una visita. De él uno no sale como entró, que es lo que se pide al arte. 

Dejo para el final la obra más provocativa, extraña e inquietante de la colección. Mierda de artista. Ese es título. Consiste en una lata con excrementos empaquetados del artista conceptual Piero Manzoni. Una crítica brutal a las conexiones del mundo del arte con el mercado, que todo lo contamina. Una mordaz forma de censurar que cualquier obra de un artista de renombre tenga un precio disparado. Fueron 90 latas rellenas de mierda (parece ser que hay en realidad yeso dentro y no los excrementos producidos en mayo de 1961 que prometen las latas). 30 gramos, en concreto. Vendidos entonces al precio de 30 gramos de oro. Repugnante. Perturbador. Brillante. Genial

Comentarios