El barón rampante

Una fábula sobre una rebeldía sin causa. Una novela entretenida y, a la vez, profunda, con múltiples interpretaciones posibles. Un libro que busca, sobre todo, divertir, gustar, atraer. Literatura pura. Ficción. Invención. Pero también historia de fondo. Y un hermoso, y algo alocado, alegado a la lealtad al estilo de vida y los principios de cada uno. El empeño por ser coherente con tus ideas. Y la rebelión. La ruptura con lo impuesto, con lo convencional. Mantenerse al lado de la sociedad, conviviendo con familiares y amigos, pero de una manera peculiar. Una metáfora sobre las ansias de independencia, sobre la necesaria autonomía personal. Todo eso plantea El barón rampante, de Italo Calvino

La obra comienza con una escena doméstica sin la mayor relevancia, pero que cambiará la vida de Cosimo, el protagonista de la novela, narrada por su hermano Biaggio. No le gustan los caracoles. Comerlos, concretamente. Así que cuando un buen día sus padres le obligan a comerlos, Cosimo decide rebelarse. No con un enfado infantil fugaz. No con una rabieta que dura una tarde. No. Se rebela de verdad. Y para toda la vida. Decide saltar a los árboles de la finca de su padre, el barón de Rondó, que vive aspirando títulos y reconocimientos que nunca llegan. Y no bajar de allí nunca. Cosimo empieza entonces a vivir guiado por este empeño. Nunca más pisar el suelo. Asentarse sobre las ramas de los árboles y moverse, pero siempre desde las alturas. 

Es, sin duda, una novela de aventuras. Pero en todo momento, tanto por el tono que adopta como por su ágil estilo, siempre parece haber algo más. Uno no llega a entender nunca qué, pero sí un cierto planteamiento moral, un enfoque metafórico. Es la fábula de un hombre que pasa toda su vida sobre los árboles tras negarse a acatar una orden siendo niño. Pero es algo más. Una aproximación a la historia europea de finales del siglo XIX, con la Revolución francesa y la expulsión de los jesuitas de España, entre otros acontecimientos, como trasfondo de la obra. El relato de una vida libérrima, la de Cosimo, que simboliza aquel que no acepta normas preestablecidas ni convenciones sociales. Hasta el final de sus días (el desenlace de la obra, por cierto, es insuperable). Tal vez nada hay más difícil en la vida que ser coherente. Practicar con el ejemplo. Seguir los principios que rigen el paso por el mundo de cada cual, aunque a veces no se le encuentre sentido. Y Cosimo es un radical ejemplo de ello. De pureza. De respeto a la promesa hecha a sí mismo de pequeño. El niño que fue puede reconocerse en el hombre en el que se convirtió, que es mucho más de lo que se puede decir de casi cualquiera. 

Según avanzan las páginas, Cosimo se adapta a su nuevo entorno. Estudia. Lee sin cesar. Se cartea con algunas de las mentes más brillantes de la época. Viaja fugazmente al extranjero, de rama en rama. Se enamora. Siente una pasión desbordante por Violeta, a quien ve de niña cuando decide subirse a los árboles y a quien ya jamás olvida. Le vemos hasta crear una Logia masónica. Y juntarse con ladronzuelos de pacotilla, él que es de familia noble. Y ponerse al frente de la Revolución. Y respaldar los ataques al Antiguo Régimen del que procedía, que con el que no se identificaba. Todo ello narrado desde el amor de su hermano, que admira a Cosimo, aunque le dé tantos disgustos, que necesita sentirlo ahí, en las alturas, desarrollándose como persona libre y autónoma ajena a las obligaciones cotidianas. 

Hay pasajes que justifican por sí sólo una novela. Y el tramo medio de El barón rampante es excepcional. Cosimo lee, estudia, reflexiona, sigue la actualidad de unos tiempos de cambio. Y tiene ansias por saber más. Se narra entonces su madurez, su momento de máximo esplendor, y la obra alza también el vuelo, gana altura, como el protagonista de la novela cuando sube a la cima de los árboles. "Cosimo estaba aún en esa edad en que las ganas de contar dan ganas de vivir, y se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo", leemos. Y, al saber que Italo Calvino escribió esta obra en la treintena, no es difícil imaginar cierto toque autobiográfico en la novela. 

La novela es, sobre todo, una obra de aventuras, una evocación de aquellas lecturas con las que nos enamoramos de la literatura. "Le había entrado esa manía de quien cuenta historias y nunca sabe si son más hermosas las que ocurrieron de verdad, que al evocarlas traen consigo todo un mar de horas pasadas, de sentimientos sutiles, tedios, felicidades, incertidumbres, vanaglorias, náuseas de uno mismo, o bien las que se inventan, en las que no se hila tan fino y todo parece fácil, pero después cuando más se desvaría más advierte uno que vuelve a hablar de las cosas que se ha tenido o comprendido en reaidad viviendo", es otro de esos pasajes que por sí solos hacen que esta novela valga la pena. Una sensacional invención, una fabulación inspiradora de alguien a quien, cuando se le echa en cara su forma de pensar, responde "soy una sola cosa con él". Con todo lo que eso significa. 

Comentarios