Triste Europa

El Reino Unido podrá discriminar a los trabajadores de otros países de la Unión Europea. Será durante siete años, frente a los trece que deseaba el primer ministro, David Cameron, lo que sirve para que haya quien saque pecho del acuerdo que la semana pasada sellaron los presidentes y primeros ministros de la UE en Bruselas. Se habla de concesiones simbólicas. De pequeños gestos para mantener al Reino Unido como socio, a su aire, de la Unión y evitar el Grexit. Lo cierto es que la cumbre, una mera dramatización, pues el acuerdo venía ya casi cerrado, fue un ejercicio de cinismo, de pragmatismo, de bajada de pantalones, por hablar llanamente. Un día triste para la UE, otro más. 

El proyecto comunitario anda perdiendo sus principios a cada paso, como un viandante con los bolsillos descosidos. Es indudable que la creación de la UE fue lo mejor ocurrido en Europa en muchos años. Veníamos de matarnos entre nosotros, de considerarnos enemigos, y construimos un proyecto común para avanzar hacia la integración sobre unos principios envidiables en el resto del mundo como el Estado del bienestar o la libre circulación de personas. Pero en los últimos tiempos, la UE se aleja mucho de ser aquel proyecto alumbrado por hombres de Estado que creían en una idea de Europa sólida e integradora. Algo iba mal, muy mal, cuando se amenazó de un modo tan abierto a Grecia con expulsarle de la zona euro por pedir, cierto es que de forma muy torpe, un acuerdo distinto a los dos rescates anteriores, que habían ahogado su economía y llenado de miseria a sus ciudadanos. 

Qué decir de la penosa política de atención a los refugiados. ¿Alguien se acuerda de aquel pacto para el reparto de estas personas? Desde luego, los gobiernos que lo firmaron, no. Porque avanza a paso de tortuga, mientras cada día se ahogan varias personas en el Mediterráneo, cementerio de sueños, retrato de la decadencia de Europa. Quienes huyen de la guerra de Siria y llegan a Europa no piden caridad, sino acogerse en un derecho, el derecho de asilo, que es algo a lo que la UE está obligada por ley. No es humanidad, que ya sería un argumento suficiente, digo yo. No. Es cumplimiento del derecho internacional. Los países de la UE están obligados a acoger a estas personas. Y, sin embargo, se asiste impávido a las muertes en el mar y a las rutas interminables y penosas por media Europa, con campos de refugiados que no ofrecen las condiciones mínimas exigibles. 

Europa da pena. Y el acuerdo de la semana pasada con el Reino Unido no hace más que agravar este sentimiento. Nos duele Europa. Dicen que el pacto rebaja mucho las expectativas de David Cameron. Pero lo cierto es que atufa. Por resumir, los bancos de la City estarán protegidos de cualquier normativa comunitaria. Nadie tocará la industria financiera británica. El Reino Unido también deja claro en el acuerdo que ellos no van a avanzar hacia una mayor integración política. Seguirán con su singularidad. Y, la parte más bochornosa del acuerdo, los trabajadores del resto de la UE podrán ser discriminados, cobrando menos por el mismo trabajo, que los empleados británicos. Será durante 7 años. Una discriminación que rompe en mil pedazos uno de los principios troncales del proyecto comunitario. 

La UE dio carta blanca a una discriminación que, además, hunde sus raíces en la desconfianza hacia los extranjeros. Digámoslo claro. En el racismo. Cameron vende el argumento de que los de fuera van al Reino Unido a quitarle el trabajo a los locales. Y los dirigentes europeos, sorprendentemente, se lo compran. Lo hacen pensando preservar un bien mayor, o eso creen, el mantenimiento del Reino Unido en la UE. El Brexit sería un desastre económico para ambas partes, por supuesto. Pero decepciona asistir a semejante concesión a la realpolitik, el modo en que se acepta recortar derechos sociales y dar marcha atrás en la igualdad y los principios centrales de la UE para no cabrear a los británicos y conseguir que estos voten a favor de seguir en una Unión "reformada", como ahora sostiene Cameron. 

Es inquietante este sacrificio en altar del pragmatismo, regido por la misma lógica (salvando las distancias) que lleva a los países a cerrar acuerdos millonarios con China o Arabia Saudí a pesar de que violen los Derechos Humanos. O, por precisar más, como aquel mantra que repite que no se puede cobrar más impuestos a las empresas (o ni siquiera hacerles pagar lo que en realidad deben pero evitan con subterfugios, que ya sería suficiente), porque se irían fuera. Así que, para evitar ese mal mayor (la salida del Reino Unido de la UE), se acepta recortar derechos a los ciudadanos europeos que trabajen en las islas. Y, si se ha cedido aquí y ahora, por qué no se va a hacer con otros principios en otra situaciones. Es poco de fiar quien tiene principios flexibles, amoldables a los intereses. Muchos dirigentes europeos han declarado que no es tolerable que un país tenga privilegios sobre otros miembros de la UE, pero eso es justo lo que todos firmaron en el acuerdo de la semana pasada, otro paso atrás en la construcción del proyecto europeo

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