La gran apuesta

Hay películas que gustan, cintas que impactan, filmes que deslumbran. Y después están los prodigios. Películas que no se olvidarán y que son insultantemente brillantes e innegablemente necesarias. De estas hay pocas. Poquísimas. Y La gran apuesta es una de ellas. Si no fuera porque cada día me gustan menos las imposiciones, diría que esta cinta es de visionado obligado. Entiéndase la hipérbole. Todo ( o casi) funciona bien. Todo impacta en esta película. Acaba uno pegado a la butaca. Rendido. Entregado a la excelsa calidad del trabajo cinematográfico que acaba de presenciar, pero también consciente de la gran estafa (no sería un mal título alternativo) de la crisis de 2008, la que nació por los excesos de un capitalismo desaforado y de unas prácticas impresentables de la banca estadounidense a las que, pese al desplome, nadie ha puesto coto. 

Es una comedia amarga. Te ríes tanto como te indignas. Tiene tanto de apabullante espectáculo cinematográfico como de vocación didáctica, explicando conceptos complicados, desenmarañado la red de engaños, ignorancia, fraudes y codicia que provocaron en 2008 la mayor crisis mundial desde el crack del 29. La película sigue la pista de unos pocos inversores y gestores de fondos que se percataron de lo que parecía evidente, pero nadie vio, O nadie quiso ver. Que empaquetar créditos hipotecarios de escasa calidad en activos financieros con los que especular no era buena idea. Que se estaban negociando estos activos a precios desorbitados, cuando no había la menor base real detrás. La de estos gestores fue, por resumir, como la labor del responsable de desactivar un artefacto explosivo cuando descubre una bomba de mucha más potencia que la creía en un primer momento. Sólo que estos últimos buscan salvar vida y aquellos ganar dinero, no redimir o cambiar un sistema fraudulento. 

La cinta es divertida, pero también necesaria. Porque explica a la perfección conceptos complejos. Relata bien cómo la banca alargó la fiesta de la especulación financiera que terminó derivando en una crisis económica mundial. También deja en su sitio a las agencias de calificación de riesgo, parte de esta partida con las cartas marcadas que fue la gestación de la crisis de 2008 y que son los mercados financieros. S&P, Moody's y compañía catalogaban con AAA, la máxima calificación, activos que contenían basura, créditos hipotecarios impagables, bombas de relojería a punto de estallar. Adam McKay, director del filme, adapta un libro de Michael Lewis sobre la crisis, sobre esos pocos que vieron cuanto de castillo de naipes había en el sistema inmobiliario y, sobre todo, en su derivada financiera, en Estados Unidos. Es valiente rodar esta cinta. El modo en el que lo hace, libre de cualquier convencionalismo, con un estilo libérrimo y ágil, Y el mensaje brutal que hay detrás de esta historia frenética y con apariencia de divertimento, de comedia. 

Brilla especialmente Christian Bale en el papel de Michael Burry, quien vio venir el estallido de la crisis. Es esta una historia basada en hechos reales. Una historia sin héroes. Burry, como el resto de gestores que observan que aquello no es sostenible, se ponen cortos, es decir, apuestan al desplome de los activos en los que se empaquetaron las hipotecas subprime. Y se forraron. Es decir, no hay aquí inocentes ni personas al margen del sistema, aunque sí en la periferia. Tal vez sólo el personaje de Brad Pitt, muy solvente en su interpretación, está realmente asqueado desde el inicio por las prácticas especulativas de Wall Street que después tienen  sus efectos en la vida de millones de personas. Ellas, las auténticas víctimas, aparecen en la cinta de soslayo, de pasada, pero sí queda muy claro por qué surgió la crisis, quiénes la provocaron y quiénes pagaron las facturas de las fiestas de otros. 

Es difícil no ver en La gran apuesta, más allá de la descripción precisa de la crisis, una enmienda a la totalidad al sistema. Chirría que la produzca una gran corporación, que forma parte de este sistema que de un modo tan descarnado censura la cinta. Pero, ya digo, quedarse sólo con la visión del comienzo de la crisis de 2008 o sólo con la historia fascinante de una serie de gestores de fondos que apostaron a que la fiesta iba a terminar muy mal cuando todo el mundo alrededor estaba colocado hasta las cejas, es perder la crítica de fondo al funcionamiento del sistema que subyace en La gran apuesta. El estilo frenético y desenfadado del filme, con estética de videoclip en algunos momentos, actores hablando a la cámara, diálogos frescos, con una voz en off que relata la historia y rótulos que explican conceptos complejos (una complejidad pretendida, pues hay que pervertir mucho el idioma y complicarlo todo para que alguien compre basura), con un tono de comedia, cierto aire a El lobo de Wall Street, no debería camuflar la denuncia de fondo de la cinta. La fachada es deslumbrante, genial. Pero el fondo es lo que indigna y deja huella. Es lo que perdura. Lo que enseña el filme. Lo que le hace único. Se adopta la visión de quienes ganaron poniéndose cortos, pero no es eso lo que más impacta de la cinta, sino cómo todo el mundo (periodistas financieros incluidos) fue incapaz de destapar la farsa especulativa que salpicó a la gente corriente. 

Tras esta película cuesta más tragarse aquello de que la crisis llegó porque vivimos por encima de nuestras posibilidades. Se desmorona ese discurso como un castillo de naipes, como cayó el sistema inmobiliario estadounidense. Tras la crisis de 2008 hubo quien habló de reformar el capitalismo. Lo cierto es que una crisis que fue, básicamente, el colapso de unos mercados financieros desaforados, sin el menor control, ha terminado, paradójicamente, reforzando ese sistema que falló. Viendo la cinta uno tiene la creciente sensación de vivir en una partida que juegan otros con las cartas marcadas. En una ruleta trucada. Comienza la película con una frase de Mark Twain que resume bien lo ocurrido en los últimos años: "Lo que te mete en líos no es lo que sabes, sino lo sabes con certeza y no es así". Ver La gran apuesta debería ser obligatorio. Aunque sólo sea para tener claro qué sucedió de verdad en 2008 y cómo funciona el mundo. Aunque duela y marque. Aunque uno se sienta estafado. Vivir en la ignorancia da menos problemas, pero siempre es mejor conocer cómo funciona este sistema. Y en pocas películas se descubre más claramente que en esta. 

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