La chica danesa

En principio, si nos ceñimos a la lógica, el cine se puede escuchar y ver. Sin embargo, hay películas que, por su delicadeza, se pueden tocar. Acariciar, por ser más precisos. La chica danesa es una de ellas. Una cinta de piel, de tacto. Entra en juego un sentido más de los, digamos, convencionales. Se toca la película, sí. Con sensibilidad. Se siente la emoción que recorre el cuerpo de su protagonista (descomunal Eddie Redmayne) cuando se pone unas medias por primera vez. Los intensos sentimientos que la agitan cuando se viste de mujer. La suavidad con la que da la mano a su mujer, quien le apoya en un amor incondicional que es, en realidad, el auténtico tema central de esta película. El viento soplando sobre la piel. El delicado pañuelo de seda que comparten las protagonistas del filme. Sí. Se acaricia La chica danesa, como se acarician las más preciadas joyas, como se roza algo que se adora, tan sensible y frágil que uno tiene miedo de romperlo. 

Einar Wegener, pintor de paisajes, que recrea una y otra vez un rincón de su infancia en sus cuadros, vive feliz su matrimonio junto a su esposa Gerda (sublime Alicia Vikander). Ella también pinta. Ambos son artistas. También se tocan los lienzos, los lápices, las pinturas, los pinceles. Eleva aún más la sensibilidad del filme su profesión, su concepción artística de la vida. Y una fotografía exquisita, que retrata Copenhaghe, París y Dresde como cuadros hermosos. Todo en la cinta, en lo que se refiere a su aspecto formal, es delicado. Y el fondo, naturalmente, lo es aún más. Gerda le pide un día a Einar que se ponga las medias de su modelo femenina para un cuadro que está terminando y que le ha fallado a última hora. De forma fortuita, ese gesto lo cambia todo. Lo que empieza como un juego conduce a una transformación, o por mejor decir, despierta la identidad que ya estaba dentro de Einar, Lilli desde entonces. 

A partir de ahí, el tormento interno por sentirse atrapada en un cuerpo que no es el suyo. El sufrimiento de Gerda, que ve como su marido se va muriendo, se va apagando, porque deja de ser él, porque empieza  a ser quien siempre fue, cómo se siente de verdad. La visita a constantes médicos, cuyos diagnósticos van de ser homosexual (presentado como "malas noticias") a, directamente, enfermo mental (escapa por la ventana de un centro médico donde le quieren poner una camisa de fuerza cuando explica sus emociones). La desesperación. El llanto. El miedo. Hasta que Lilli encuentra a un doctor, considerado loco, extravagante y anormal en aquella época, años 20, que, aún sin saber bien a lo que se enfrenta, ayuda a los transexuales. Lilli Elba, que fue el nombre que adoptó Einar, fue el primer transexual del mundo. Se operó para corregir el error de la naturaleza, como dice ella. Fue la primera persona que, con valentía, se aferró a esa única esperanza de ser físicamente quien era interiormente. 

La película es necesaria, porque nunca viene mal concienciar, y el cine es un modo magnífico de hacerlo, sobre la realidad de las personas que hacen mujeres pero se sienten hombres, o a la inversa. Aún es mucho el camino por recorrer en el tratamiento digno y el reconocimiento de los transexuales. En España, hace sólo unas semanas, un transexual se suicidó. A veces el cine no consiste sólo en narrar una historia interesante de un modo adecuado, y desde luego esta cinta se acerca a la brillantez en este aspecto formal, puramente cinematográfico, sino también ayudar a abrir los ojos al espectador, sensibilizar sobre realidades que existen y que tan pocas veces se visibilizan en la gran pantalla. La chica danesa es, además de una extraordinaria película, un necesario apoyo a los transexuales, que tanta incomprensión padecen hoy en día. 

Y, como decía más arriba, no es sólo, o ni siquiera sobre todo, esta la historia de la primera transexual del mundo que se operó para intentar poner orden en su cuerpo, adecuarlo con su identidad. Es, sobre todo, una sensacional historia de amor. Amor incondicional. Amor que duele. Amor en esencia. Amor en su máxima expresión. El que siente Gerda, esposa de Einar, cuando Einar deja de existir y ese juego de Lilli deja de ser una aventura íntima y una inspiración artística para convertirse en la representación de algo que llevaba años escondido, esperando su momento para escapar, en el interior de su esposo. Resulta imposible no llorar ante semejante muestra de amor y entrega al ser querido, de apoyo incondicional, de respaldo a lo que este siente y desea, aunque vaya en contra de los deseos de uno mismo. El amor, en el fondo, es dejar volar al ser querido. Una cinta delicada, tierna, sensible. Una cinta que se acaricia con gusto. 

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