Aylan muere a diario (varias veces)

Lo más desmoralizando del escalofrío que recorrió al mundo la fotografía del pequeño niño Aylan ahogado frente a las costas de Turquía el pasado verano es que sabíamos que su efecto iba a ser poco duradero. Conocemos muy bien nuestras miserias como sociedad. La imagen, el drama espantoso e intolerable detrás de ella, conmovió al mundo y sacó de su letargo, al menos en apariencia, a las autoridades europeas. Sólo en apariencia. Era un niño, que debería estar haciendo castillos de arena en la playa o mirando asombrado al horizonte. No muerto de indiferencia. Pero esa misma semana otros niños como Aylan murieron. No había fotógrafo para captar el horror. Y días después, lo mismo. El tiempo ha empeorado, ha entrado el invierno, y son más de 200 las personas muertas sólo en el Egeo en lo que va de año. Y subiendo. Con Europa paralizada, vergonzosamente indiferente ante la desesperación que llega a sus costas, Impávida ante los cadáveres que el mar escupe a la arena. 

Aylan muere todos los días varias veces. Naufragan precarias embarcaciones de personas que escapan de la guerra de Siria y buscan en Europa una vida, empezar de nuevo. Encuentran, por este orden, las inclemencias del tiempo, la explotación de las mafias que trafican con seres humanos, el cinismo de las autoridades siempre dispuestas a hacerse fotos y nunca a tomar decisiones que mejoren la situación de estos seres humanos, tal vez la muerte, los naufragios, el dolor, el desgarro de perder a sus hijos o seres queridos. Y, si llegan a las cosas, el trato inhumano, como si fueran delincuentes. Los campamentos a la intemperie. La saturación. Las miradas de recelo, a veces directamente de odio, de no pocos europeos acomodados que miran con malos ojos a quienes vienen a Europa en busca de condiciones dignas de vida. El racismo. La indiferencia. La parálisis oficial y, sí, afortunadamente, manteniendo algo la esperanza en el ser humano, tantos voluntarios que se esfuerzan por salvar vida y atender de un modo digno a estas personas. Ellos son los héroes de nuestra era. Los que permiten hacernos creer que no todo está perdido. Los faros morales de un tiempo enfermo, desigual, injusto, disparatado y vil. 

En verano los medios de comunicación andan (andamos) escasos de noticias. Y la información internacional es muy socorrida. Los políticos están de vacaciones, así que esas noticias que llenan las portadas pierden intensidad. Los partidos sólo dejan a gente de segunda (aún más de segunda que el resto del año, quiero decir), así que hay que hablar de otras cosas. Este verano, el drama de los refugiados estalló con tal gravedad que se convirtió en noticia de portada en todos los medios. Pero su efecto fue fugaz. Comenzó el curso político. Las declaraciones de estos o aquellos. Las polémicas estúpidas. A una sociedad la definen bien los asuntos que centran su debate público. Aquí, ya saben, cabalgatas de Reyes, peinados de diputados o tuits bobos. Eso somos. Los refugiados, bien, gracias. 

Siempre hay excepciones, claro. Existen en España enormes profesionales y periodistas, sobre todo freelance, que mantienen encendida la conciencia ante lo que sucede con los refugiados. Ante la insuficiente respuesta de Europa. Ante el incumplimiento del plan de reparto acordado en verano. Ante los movimientos racistas en tantas partes del continente. Ante la vergonzosa y lamentable decadencia de esta región, en otro tiempo paraíso de los derechos y las libertades, de la libre circulación de personas, del Estado de bienestar. Hay medios que dan cabida a estas informaciones, con cuentagotas. Importa más la última ocurrencia de aquel político. O el gol de este futbolista. Siempre hay asuntos más importantes de los que hablar que las, como mínimo, seis muertes diarias sólo en el mar Egeo en lo que llevamos de año. 

Hoy toda la decadencia de Europa, toda su falta de humanidad, se retrata en la isla griega de Lesbos. También, la poca esperanza que queda. La de los ancianos griegos que saltan al mar para rescatar a los niños sirios. La de los voluntarios de todas partes de Europa, también de España, que atienden a estas personas desesperadas. La de la Cruz Roja, ACNUR y tantas asociaciones que se están volcando con el drama, mientras los gobiernos miran hacia otro lado y buena parte de las sociedades, acomodadas, también prefiere ignorar lo que sucede. Porque no se puede estar amargado. Porque cómo vamos a vivir siendo conscientes del mundo desigual y feo que estamos construyendo. Para qué. Sigamos a lo nuestro. Al politiqueo. A las chorradas que nos distraen. Que todo siga como hasta ahora. 

Y, a veces, cuando hablamos del drama de los refugiados, lo hacemos para sembrar dudas sobre estas personas. Como en la repugnante oleada de acoso a mujeres en la ciudad alemana de Colonia, al parecer, perpetrada por hombres de origen árabe. Unos delincuentes que deben ser perseguidos y condenados, por supuesto. Pero qué fácil resultó para tantos medios y líderes políticos equiparar a esa minoría violenta con todos los refugiados. Con qué desfachatez defendieron algunos corregir toda la política de acogida por esos casos, graves, pero en absoluto representativos de las miles de personas que huyen de la guerra siria. Como si los padres que llegan con sus hijos o tantos niños desesperados con la mirada perdida fueran todos potenciales acosadores sexuales, como insinuó una odiosa viñeta de Charlie Hebdo hace un par de semanas

Europa da pena. Abochorna nuestra parálisis e indiferencia, que es la de toda la comunidad internacional. Esta semana fracasaron las negociaciones con el régimen del criminal Basar Al Assad y la oposición siria. Las negociaciones de paz se aplazan hasta finales de mes por falta de acuerdo. Se seguirá, pues, desangrando el país. Seguirá siendo el caldo de cultivo ideal para la expansión del autoenominado Estado Islámico. Y empeorará la situación. Y, lógicamente, más personas huirán de Siria. Y más indiferencia hallarán estos seres humanos en Europa. Tenemos la opción de seguir enredados en nuestras tontadas o la de abrir los ojos ante el drama que sucede a diario cerca de nosotros. En Twitter, al lado de memes divertidos y hastags bobos, hay cuentas, como la del periodista Miguel Ángel Rodríguez, que recuerdan el sufrimiento de los refugiados. Porque no se debe olvidar. Que no abran ya portadas no significa que se hayan evaporizado. 

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