Sufragistas

En los créditos finales de Sufragistas, dura y necesaria película británica sobre la lucha feminista en el Reino Unido, se detalla el orden cronológico por el que los países fueron reconociendo el derecho al voto de la mujer. En esa lista hay un fallo, pues España no aparece en 1931, a pesar de que en la Constitución de la II República de ese año se recoge el derecho de la mujer a elegir libremente a sus representantes y a ser elegida diputada, igual que los hombres. En las elecciones de 1933 las mujeres votaron por vez primera en España, lo que situó a nuestro país a la cabeza de los derechos de las mujeres en el mundo, entre los primeros que trataron igual, al menos en lo relativo al voto, a la mitad de la población largamente oprimida. 

No aparece España en esos créditos de la película británica, tal vez por la larga y gris dictadura franquista que llegó después. Si en la II República, en muchos aspectos (otros eran mejorables), España estuvo en la élite de los derechos en el mundo, a partir de 1936, con el golpe de Estado, el reloj de nuestra historia se detuvo, se quedó sin pilas durante cuatro décadas. Puede que el lapsus se deba a la tiranía que llegó después, pero es un error. Esa falta de rigor histórico es quizá el único defecto que se puede achacar a una cinta que aborda con la dureza que requiere el asunto tratado la lucha de las mujeres por conseguir el derecho al voto en el Reino Unido, aspiración legítima que sólo verían colmada en 1928, cuando se igualó a las mujeres y a los hombres en el sufragio. 

Sufragistas no rehuye ni maquilla la gravedad de aquella lucha de las mujeres por sus derechos. Tampoco oculta su apuesta por los medios no pacíficos tras varias décadas clamando en el desierto, eso sí, siempre evitando que hubiera daños personales en sus actos de boicot, en esa desobediencia civil contra unas leyes injustas hechas por hombres. "Si quieren que sea respetable, que hagan leyes respetables", espeta una protagonista en uno de los primeros planos del filme, justo después de escuchar uno de los argumentos empleados entonces, antes de la I Guerra Mundial, por el gobierno británico para no aprobar el derecho al voto de la mujer: "los intereses de las mujeres ya están representados por sus padres, sus maridos, sus hermanos". La cinta acierta a mostrar con el tono dramático y duro de aquella lucha. No la blanquea ni duda en tomar postura. 

Hoy parece inconcebible que en sociedades como la británica fuera tan descabellado para muchos hombres, y para no pocas mujeres, que estas pudieran votar y ejercer sus derechos en igualdad de condiciones que sus maridos. Pero si la cinta es necesaria, entre otras razones, es porque el machismo está lejos de ser erradicado en todas las sociedades, no digamos ya en aquellas que discriminan a la mujer de un modo nauseabundo. Volviendo a aquellos créditos finales, aparece el reconocimiento del derecho al voto de la mujer en Arabia Saudí. Un avance, pero que de poco sirve pues ese país no es una democracia y en él conducir un coche o vestir de un modo distinto al ortodoxo, al que establezca la ley islámica, son delito. Hay muchos países del mundo donde las mujeres viven igual de oprimidas que las protagonistas de Sufragistas. El gran error que podemos cometer como espectadores del siglo XXI ante este tipo de filmes sociales y políticos es pensar que asistimos sólo al relato de unos hechos pasados, de unos tiempos injustos felizmente superados. Más oportuno parece leer aquella lucha como un ejemplo de las muchas batallas por la igualdad real que aún quedan por librar en este mundo, y no sólo en sociedades alejadas. 

El propósito de la cinta, la grandeza de la historia contada, dificulta, lo reconozco, precisar el análisis de los aspectos puramente cinematográficos del filme. Porque, claro, no es lo mismo que una película aborde un tema social relevante que lo haga de un modo acertado. Igual que existen películas nefastas sobre grandes personajes de la Historia, por ejemplo. Creo, en todo caso, que este filme es notable. Algún problema de falta de ritmo en ciertos momentos de la historia y una resolución algo precipitada de la trama (sobre todo de la relación de la protagonista con el inspector de policía que vigila sus pasos, para mí uno de los pilares que mantienen en pie la cinta) no deslucen una película más que notable en la que brillan las excelentes interpretaciones de sus protagonistas y en la que el gran logro es incomodar al espectador, mostrar con toda su crudeza la situación de las mujeres hace un siglo en el Reino Unido, su lucha y desesperación, el injusto trato al que se veían sometidas.  

Aunque aparece en el cartel y en el trailer del filme, la presencia de Meryl Streep es testimonial, apenas protagoniza una escena, eso sí, tan portentosa como acostumbra. La formidable actriz sirve más como reclamo de la película, pues. El auténtico protagonismo lo asumen quienes dan vida a mujeres sencillas, trabajadoras de fábricas, de lavanderías, que toman conciencia de la desigualdad de la sociedad en la que viven y deciden luchar por sus derechos. "No queremos incumplir las leyes, queremos hacer nuevas leyes". Sobresale la interpretación de Carey Mulligan, quien da vida a Maud, madre y esposa que, por casualidad, topa con una protesta sufragista que le cambiará su visión del mundo y le hará comprometerse. La transformación de su personaje y las terribles consecuencias que tiene para ella esa toma de postura son el hilo conductor del filme, el enganche emocional con el espectador, que termina con lágrimas en los ojos y saboreando una cinta tan dura como necesaria. 

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