Un discurso correcto

Con claridad expositiva y un eje central preciso en la intervención, el rey Felipe pronunció ayer su segundo discurso navideño como monarca, que llega en un momento de incertidumbre política por el Parlamento fragmentado resultante de las elecciones del domingo pasado y por el plan soberanista catalán. El cambio de escenario al Palacio Real sirvió al rey como símbolo de la historia compartida y la unidad de España. Hizo mucho hincapié don Felipe en las pretensiones independentistas de una parte de Cataluña. Apeló a la unidad, al diálogo, al entendimiento y a reivindicar aquello que nos une en lugar de remarcar las diferencias. Por momentos, la intervención real adoptó un tono de gravedad, como de momento histórico, de segunda transición. Al tiempo que llamó a la serenidad y a la esperanza, apeló reiteradamente a la unidad del país y, sin mencionarlo expresamente, lanzó varios mensajes al gobierno catalán. 

Lo que más diferencia a las intervenciones del rey de las de cualquier otro líder político español, y ya me perdonarán si les parece poco importante, es que él habla de cultura. Siempre me chirrían los discursos políticos patrioteros que hablan de lo grande que es España, del orgullo por este país (como si eso significara algo), de la marca España. No me gusta esta denominación ni este enfoque provinciano en un mundo global, pero si de algo podemos sentirnos orgullosos, si algo significa eso de marca España, es la cultura española. Y el rey Felipe habla de ella con frecuencia en sus discursos, algo que no podemos decir de ningún otro líder político. Puede parecer, ya digo, algo menor, pero yo creo que es importante. Al comienzo de su intervención, cuando destacaba la unidad del país, las grandes cosas que hemos hecho juntos, mencionó a los escritores y creadores que traspasan fronteras y épocas históricas. Y, en efecto, de nada podemos presumir con más razón que nuestra cultura. En un país donde no se menciona la palabra cultura en un debate de tres aspirantes a presidir el país y una número dos acudiendo en nombre de su acobardado líder, es muy de agradecer que el Jefe de Estado incluya la riqueza literaria, artística, cinematográfica y musical en su discurso

Todo lo que se puede pedir del rey, todo lo que él puede dar por sus funciones recogidas en la Constitución, es un discurso más bien genérico, sin mojarse demasiado. Y es lo que vimos ayer, aunque don Felipe concretó en varios aspectos. Remarcó la unidad de España, "los españoles aprendimos hace tiempo a darnos la mano y no la espalda". Quizá con un tono de excesiva gravedad. Naturalmente, el Jefe del Estado no va a hacer lo que no ha hecho el presidente del gobierno, ofrecer una salida política a un conflicto político de enorme relevancia, porque no puede. Reclamar al monarca comprensión, o incluso apertura de mente hacia salidas como una consulta en Cataluña es como pedir al papa que cuestione la existencia de dios. No lo va a hacer. Quedaría raro. Y sin embargo sigo viendo en cada intervención de líderes españoles, incluido el discurso real, una cerrazón, un discurso rígido incapaz de convencer a los millones de catalanes que quieren romper con España. Al menos don Felipe sí apeló más a un ilusionante proyecto común, sin caer tanto en el discurso del miedo escuchado desde el gobierno central. 

El orgullo de sentirse español, legítimo, dijo el rey, y lo es, a mí me dejó más bien frío. Supongo que hay distintas sensibilidades y, desde luego, distintas formas de sentirse español (o incluso de no sentirse español ni nada) y es en esa pluralidad, en esa variedad, donde deberíamos buscar un marco de entendimiento, no tanto imponiendo un amor a la patria, esas palabras ampulosas, esas banderas y ese patrioterismo que a algunos enciende, pero a otros nos deja indiferentes. En todo caso, ya digo, es su papel. Usando el escenario del Palacio Real como símbolo, el monarca llamó a aprender de los errores pasados, y ahí su discurso tuvo hondura y contundencia. "La ruptura de la Ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles, solo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento. Ese es un error de nuestro pasado que no debemos volver a cometer", dijo. Me imagino las miradas de soslayo a Mas de su familia frente al televisor antes de la cena. 

Del endiablado escenario poselectoral el rey habló con menos concreción, pero reclamó a los partidos políticos que dialoguen. "España inicia una nueva legislatura que requiere todos los esfuerzos, todas las energías, todas las voluntades de nuestras instituciones democráticas, para asegurar y consolidar lo conseguido a lo largo de las últimas décadas", dijo. Reclamó preocuparse por el interés general. Acertó el rey al incluir un mensaje para las personas inmigrantes y un recuerdo del drama de los refugiados. También me gustó su alusión a la necesidad de que se creen empleos de calidad. Fue mucho menos claro sobre la corrupción que en su discurso del año pasado, pero sí recordó que los responsables públicos deben cumplir con las exigencias de ética que reclaman los ciudadanos. Fue un discurso correcto, el esperado en una circunstancia así. Estos días que Podemos pide un candidato independiente (en España, nada menos, independiente en España) para presidir el gobierno (alguien que no se ha presentado a las elecciones, entendemos), no está de más recordar que el Jefe del Estado juega ese papel de líder por encima de intereses partidistas, y ese es el único sentido posible de la monarquía, un sistema anacrónico, en pleno siglo XXI. El rey Felipe parece dispuesto a asumir ese rol de fomentar el consenso y el diálogo entre los partidos políticos. 

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