Resumen del año en España


Elecciones, elecciones y más elecciones. Escribir un resumen del año en España, más en pleno rompecabezas postelectoral, pasa irremediablemente por hablar de las citas con las urnas. Evidentemente, las elecciones han sido muy importantes este año, pero no sólo.  Ni siquiera lo más importante. Un año más, la lacra de la violencia machista nos ha avergonzado como sociedad. Hace dos meses se celebró una manifestación multitudinaria en Madrid para pedir un pacto de Estado contra este fenómeno que, lejos de remitir, sigue muy asentado. Los asesinatos machistas son el último eslabón de la cadena del patriarcado, que comienza con pequeños gestos intolerables, con tratos distintos a los niños y a las niñas, con relaciones tóxicas entre adolescentes donde se repiten roles propios de otro siglo... Contra todo ello se debe luchar, a ser posible, con más acciones concretas que discusiones lingüísticas. 

El triunfalismo del PP y el catastrofismo de la oposición dificulta ver con claridad el estado de la economía española. Tan incuestionable es que las cifras macroeconómicas muestran una mejoría como que las bases sobre las que se asienta la recuperación no son del todo sólidas. No lo son, desde luego, los datos de desempleo, sedimentados sobre muchos empleos precarios. Ni lo es el descenso de población activa que ayuda a rebajar la tasa de paro a costa de perder a jóvenes que buscan fuera de España las oportunidades laborales que no encuentran en su país, aquel que les formó, que les dio una educación y ahora les ve marchar a llevar toda esa inversión de futuro a otros lugares. De los escándalos de corrupción del año no hago balance porque todos los tenemos en la cabeza y resulta bastante aburrido y nada edificante. Ya saben, tarjetas black, EREs fraudulentos... Suma y sigue. 

Pero, sí, toca también hablar de elecciones. Primero fueron las autonómicas y municipales, donde el bipartidismo sufrió una considerable pérdida de apoyos que el PP camufló como pudo apelando al triunfo por número de votos y el PSOE conformándose con recuperar gobieros en varias regiones gracias al apoyo de Podemos y otros partidos que le hurtan con enorme velocidad el voto de izquierdas ante la estupefacción de la dirección socialista. En esas elecciones, el PP perdió varios de sus bastiones como la ciudad de Madrid, gobernada por Manuela Carmena sin que hasta ahora se haya hundido el cielo contra la capital, y coaliciones de partidos con presencia de Podemos y herederas del 15-M llegaron a otros puestos de máxima responsabilidad como las ciudades de Barcelona o Cádiz. También ha habido elecciones andaluzas, donde Susana Díaz revalidó, con menos holgura de la que preveía, su mayoría, aunque necesitó a Ciudadanos para seguir gobernando. 

No sé si dentro de unos años cuando echemos la vista atrás recordaremos o no este 2015 como un año trascendente, pero circula en el aire una sensación de ocasión histórica, de segunda Transición. Y da la impresión, como sucede ante todo cambio, que existen resistencias en los partidos tradicionales (pero no sólo) a aceptar el cambio. El bipartidismo no se ha hundido, pero está por debajo del 50% de los votos. Han irrumpido en el Congreso dos partidos con un discurso regenerador que han conquistado muchos millones de votos en tiempo récord. El hartazgo por la corrupción es palpable y el endiablado escenario que han dibujado las elecciones (en otros países a esto que viene ahora lo llaman hacer política) obliga a los políticos a dar lo mejor de sí y actuar con sentido de Estado y responsabilidad, actitudes que no se observa en la mediocre clase política española. 

Una situación parecida a la que se vive ahora en el conjunto de España, por la dificultad para alcanzar acuerdos, se lleva padeciendo semanas (meses, más bien) en Cataluña. Puede que antes de que termine el año la CUP dé su apoyo a Junts Pel Sí y a Artur Mas como presidente, por lo que se formaría un nuevo gobierno en la región con el único punto en común de la independencia catalana. Un asunto, el asunto, que ha sido durante buena parte del año el monotema, en Cataluña y el resto de España, y que a buen seguro encontró hueco en las discusiones (perdón, conversaciones) de muchas familias en Nochebuena. Han sido ya tantos meses que uno no sabe ni lo que defiende, la verdad. Creo que la última vez me seguía pareciendo inconcebible que para una amplia parte de la sociedad catalana las ansias soberanistas fueran más importante que cualquier otro asunto, pero lo cierto es que es así, así que defendía (no me hagan mucho caso) dar una solución política a esta reclamación ciudadana. Pensaba también, estoy casi seguro, que Canadá y el Reino Unido no son repúblicas bananeras y que allí se celebraron ya consultas sobre la independencia de una de sus regiones. 

Este asunto seguirá centrando debates políticos. De hecho, es quizá el punto de fricción central entre el PSOE y Podemos en esa pretensión de Pedro Sánchez de no escuchar las llamadas de todo el Ibex y de medio mundo (de Merkel en adelante) para que se abstenga y permita gobernar al PP. Todo hace indicar que habrá nuevas elecciones y entre las diferencias insalvables entre los socialistas y el partido de Pablo Iglesias están sus posiciones sobre Cataluña. El PSOE no acepta una consulta y Podemos, ganador de las elecciones en la región, llevó como eslogan central en esa comunidad la defensa de un referéndum y, por si esto fuera poco, En Comú Podem tendrá grupo propio en el Congreso, así que no toleraría ningún acuerdo que no incluyera la consulta. Continuará. 

Una de las grandes alegrías colectivas este año fue el Eurobasket que ganó la selección española de baloncesto, dibujando una versión de España más estimulante que la real. Me dejo, claro, muchas cosas. No pretende este artículo ser una exahustiva recopilación de todo lo sucedido este año en España. Faltaría la lista de ilustres personas que nos han dejado, como Pedro Zerolo, quien ayudó a construir un país más justo e igualitario. Faltaría el lamento por la incapacidad de alcanzar un pacto de Estado de educación. Faltan muchas cosas. Ojalá el próximo año por estas mismas fechas alabemos la grandeza de la clase política española, su lección de diálogo y responsabilidad. No, no es 28 de diciembre. Pero han hecho bien en mirar el calendario.  

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