Racismo y política

Tendemos los españoles, casi siempre con razón, a fustigarnos. Nos echamos en cara lo mal que funcionan tantas cosas en nuestro país. Y, como digo, en la mayor parte de los casos acertamos, porque la autocomplacencia no cabe en un país donde la precariedad es ya carta de naturaleza y la corrupción es moneda de uso habitual en su clase dirigente. Pero a veces nos cuesta reconocer que, en algunos aspectos, no estamos tan mal. O que otros están peor, que es aquello de mal de muchos, consuelo de tontos, sí. Digo todo esto por el asombroso gran apoyo popular que suscitan en Francia y en Estados Unidos, por ceñirnos sólo a dos países, ya que hay otros muchos donde calan ideas xenófobas, dos líderes políticos, Marine LePen y Donald Trump, que han hecho del racismo y del odio al diferente su bandera, la gran idea fuerza de su campaña

En España no hay partidos abiertamente racistas, al menos no con tantos apoyos, no de un modo tan burdo y escandaloso, no con opciones reales de gobernar o influir en las políticas de los gobiernos, Y es algo que pueden decir pocos países de Europa. Amanecer Dorado en Grecia, Ukip en el Reino Unido, el Partido Popular danés en Dinamarca, Fidesz y Jobbik en Hungría... Partidos de extrema derecha, con un discurso antieuropeo y xenófobo pululan por todo el continente. Aquí, no. Y no se trata, ya digo, de caer en una autocomplacencia inocente, sobre todo cuando el racismo se observa a diario en las calles y cuando tenemos recientes en la memoria los disparos con pelotas de goma contra personas desesperadas e indefensas que intentaban llegar a nado a Ceuta. 16 de ellas murieron y nadie ha pagado por estas muertes. Nada tenemos para alardear cuando el gobierno no cumple sus compromisos en la acogida de los refugiados (¿se acuerdan de los refugiados, de ese drama que hace unos meses abría telediarios y periódicos y que hoy se ha esfumado de las portadas aunque sigue sin estar resuelto?). Pero sí es cierto que, en plena campaña electoral, ningún partido coquetea con agitar la xenofobia. Tendremos (y tenemos, de hecho) muchos otros defectos y carencias, pero de momento no asoman partidos racistas, lo cual es sin duda algo digno de ser destacado. 

Donald Trump, multimillonario racista, machista, prepotente, engreído, es, dicen las encuestas, el favorito para ser designado candidato a la presidencia estadounidense en las elecciones del próximo año. Y es muy grave. Por la vacuidad de sus propuestas, que son la nada, y porque en aquello que sí concreta lo que quisiera hacer pone los pelos de punta. Empezó diciendo que levantaría un muro en la frontera con México, porque de allí vienen delincuentes y narcotraficantes, aunque concedió que, entre toda la chusma, alguna buena persona se podría colar. Después fue el turno de las mujeres, ridiculizando a una moderadora de un debate. Volvió a criticar a los hispanos, expulsando de su rueda de prensa a un periodista que le recriminó su discurso xenófobo. Para no dejarse ninguna minoría por insultar, se burló en un mitin de un periodista con discapacidad. 

Cuando parecía que Trump ya no podía soltar más burradas, mientras sigue ganando apoyo entre las bases republicanas ante el pasmo de sus rivales y el horror del resto de la sociedad estadounidense, esta semana propuso como gran idea para acabar con el terrorismo yihadista impedir a los musulmanes el acceso a Estados Unidos. Primero, no es constitucional ni está permitido bajo ninguna legislación preguntar a nadie qué religión profesa. Eso no viene en ningún documento, como debe ser. Segundo, su "propuesta" es tan nauseabunda y repugnante, de una discriminación tan intolerable que pisotea los derechos y libertades, que ofende sólo tener que rebatirla. Tercero, como le han recordado varios políticos del Partido Republicano, va en contra de los propios principios de Estados Unidos, un país construido sobre la base de la inmigración (el sueño americano, la libertad de oportunidades, el multiculturalismo). Y cuarto, para acabar con sucesos como el tiroteo de hace dos semanas quizá será más coherente aprobar un control de la posesión de armas, a la que naturalmente Trump se opone, que estas medidas xenófobas que no tienen ni pies ni cabeza. 

Muchos seguimos sin creernos que Trump vaya a triunfar en sus ensoñaciones. No es que adoremos a la sociedad estadounidense ni la admiremos especialmente, pero nos cuesta creer que este energúmeno vaya a contar con el apoyo de tantas personas como para llevar adelante su propósito. Lo razonable sería que Trump ni siquiera fuera elegido candidato republicano, aunque él ya ha sugerido que si no le escogen se presentará como independiente. Y, en el hipotético caso de fuera el aspirante republicano a ocupar la Casa Blanca, da la impresión de que pondría en bandeja el triunfo al candidato demócrata, presumiblemente, Hillary Clinton. Uno de los personajes políticos de las últimas décadas que más se parece a Trump es Berlusconi, salvando las distancias. También en Italia parecía incomprensible el apoyo a un millonario extravagante, fanfarrón y machista. No hace falta recordar cuánto tiempo estuvo gobernando. Esperemos que impere la cordura entre el electorado estadounidense pero, al margen de lo que suceda, ya es un síntoma pésimo que alguien con las ideas que vomita Trump en cada mitin esté acaparando tanto protagonismo y cuenta con tanto respaldo en las encuestas

En Francia, con el Frente Nacional no hablamos ya de encuestas, sino de resultados electorales. En la primera vuelta de las elecciones regionales, celebradas el pasado domingo, la formación de extrema derecha liderada por Marine Le Pen fue la más votada. Existe la opción de que en la segunda vuelta alcance las mayores cotas de poder de su historia. Esta formación, apestada durante muchos años en Francia, sobre la que existía un consenso entre los socialistas y la derecha para marginar y aislar, avanza con fuerza, apoyada en el discurso del miedo tras los atentados yihadistas de París y el vil e irresponsable paralelismo que su líder ha pretendido establecer entre el terrorismo y quienes huyen de él, los refugiados que piden auxilio y humanidad en Europa

Le Pen también es meridianamente clara en sus "ideas". Volvemos a usar las comillas porque sería una concesión excesiva definir como ideas los exabruptos que lanza en sus intervenciones esta señora, digna hija de su padre, con el que sin embargo anda peleada, al parecer. En Francia no caben más inmigrantes, suele decir. Podría decir que no caben más corruptos, más incompetentes o más intolerantes. Pero no. Afirma que no caben más inmigrantes. Lo cual, además de azuzar bajos instintos y fomentar el odio irracional al diferente, es una enorme mentira, dado el envejecimiento de la población. Puesto que personas insensibles e inhumanas como Le Pen sólo entienden (es un decir, no sí su capacidad de comprensión da para tanto) datos y argumentos técnicos, fríos, convendría que leyera los múltiples informes de expertos en los que se señala que las envejecidas sociedades europeas necesitan la inmigración y que esta será una fuente de riqueza. 

Francia, el país de las libertades, el faro ético de Occidente, tiene como primer partido político a una formación extremista y xenófoba. Es un indicador, otro más, de la crisis moral en la que vive Europa. La económica fue, y sigue siendo, muy severa. La del euro, con el propio proyecto común en el aire, también. Ambas, resueltas de aquella manera. Pero, sin duda, la crisis más grave para Europa es la de identidad. Una región que siempre tuvo los derechos y el Estado del bienestar como banderas ve racismo y odio cuando se mira al espejo. Es una Europa fea, en parte por la propia crisis, pues es en situaciones como esta donde se crea el caldo de cultivo ideal para que surjan partidos extremistas con soluciones sencillas para problemas complejos, con demagogia y racismo. Le Pen es una muy mala señal. Un síntoma de la enfermedad que aqueja a la Vieja Europa, y que ha quedado muy clara ante la insuficiente, inhumana y lamentable atención a los refugiados. 

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