No tan decisivo

Generalmente en los partidos decisivos de las grandes competiciones, finales de Champions o de Mundial, los futbolistas muestran en los primeros minutos nerviosismo. Pases erráticos de jugadores de gran nivel. Ritmo desacompasado. Jugadas sencillas echadas a perder. Miedo a fallar. Algo así sucedió ayer en el debate a cuatro organizado por Atresmedia, que reunió a los candidatos a la presidencia del gobierno del PSOE (Pedro Sánchez), Podemos (Pablo Iglesias) y Ciudadanos (Albert Rivera) con la vicepresidenta del gobierno (Soraya Sáenz de Santamaría), en sustitución de Mariano Rajoy, quien vio el debate por televisión desde Doñana (porque ayer no echaban fútbol en ninguna cadena, creo). No se miraban cuando respondían las intervenciones de los otros, había frialdad, rigidez, nerviosismo. Afortunadamente, fue ganando intensidad el debate. 

Por seguir con el símil futbolístico, ninguno de los contrincantes ganó por goleada. No hubo grandes debacles ni tampoco ningún candidato que arrollara al resto de aspirantes. Atresmedia publicitó el debate con el adjetivo "decisivo" y puede que no lo fuera tanto. No diremos que fue estéril, pues dos horas de intercambio de ideas, opiniones y reproches (sobre todo, esto último) entre los representantes de los cuatro partidos políticos con más intención de voto en las encuestas no lo puede ser. Pero, desde luego, cuesta creer que el debate de ayer suponga un punto de inflexión para nadie. Y tampoco creo que muchos votantes indecisos decidieran ayer su voto. Ninguno de los cuatro se lució, ni mucho menos, pero tampoco ninguno hizo el ridículo o metió la pata hasta el fondo. 

Quien más se jugaba en el debate era Albert Rivera, el hombre de moda, el líder político llamado a tener la llave de la gobernabilidad a partir del 21 de diciembre, segundo en algunas encuestas. Y se notó. Estaba muy nervioso, completamente atacado. Balanceándose de izquierda a derecha, sin saber qué hacer con las manos. Le traicionaron los nervios, aunque se fue recomponiendo según avanzaba el debate y en el la segunda mitad vimos algunos trazos del notable orador que es. Pero estuvo muy lejos de su mejor versión. Soraya Sáenz de Santamaría también fue ganando a medida que pasaban los minutos. Comenzó muy rígida y, aunque rara vez logró sacudirse la imagen de portavoz del gobierno dando una rueda de prensa tras los consejos de ministros, demasiado institucional y bastante encorsetada, ganó en el cuerpo a cuerpo, como lo hace en los enfrentamientos en el Congreso. Estuvo correcta sin más, que posiblemente es lo máximo que se esperaba de ella y que, desde luego, es bastante más de lo que habría logrado Rajoy, cuya ausencia se le afeó a la vicepresidenta en varios momentos del debate. 

A Sánchez le ocurre lo que le pasaba al personaje de Woody Allen en Bananas, que mantiene relaciones con una mujer bajo dos identidades distintas (una de ellas, nada menos que el poderoso líder involuntario de una república bananera), pero ella termina siempre diciendo que, bueno, no está mal, pero falta algo. Al líder del PSOE siempre le falta algo. Hondura en sus planteamientos, sin duda. La risa nerviosa no le ayudó demasiado, aunque también estuvo correcto, sin alardes de ninguna clase, hay lo que hay, pero tampoco con grandes errores. Mejor que en el debate de El País con Iglesias y Rivera, pero nada del otro mundo. Por último, Pablo Iglesias demostró ser, con bastante diferencia y al margen de las ideas defendidas, el mejor orador de los cuatro. Se encontró cómodo, se le veía como si estuviera en una de sus clases universitarias, con un bolígrafo en la mano, pausado, tranquilo. Insisto, más allá de la pertinencia o no de sus planteamientos, fue quien mejor debatió. Y no está claro que los debates los gane quien tenga la razón y no el que mejor se defiende, con más soltura y habilidad. No creo que el debate de ayer resulte decisivo para nadie, ni que impulse o hunda a ninguno de los candidatos, pero lo más cercano a un ganador fue, pienso, Iglesias. 

Los cuatro tuvieron momentos delicados, en los que incluso llegaron a estar acorralados. Sáenz de Santamaría se vio rodeada por sus contrincantes cuando se habló de corrupción. Los líderes del PP tienen difícil vender su discurso de la recuperación económica cuando sigue habiendo tanta precariedad, pero en el fondo tienen números que pueden retorcer para demostrar que se esta mejor. En materia de corrupción, sin embargo, no hay escapatoria posible. La tibieza ha sido demasiada y han faltado unas disculpas públicas y una colaboración con la Justicia totalmente inexistente. Rivera sacó la portada de El Mundo que informaba de que Rajoy cobró sobresueldos en B, mientras que Sánchez e Iglesias recordaron el "Luis, sé fuerte", a lo que la vicepresidenta del gobierno respondió con un algo torpe y con falta de concordancia "señor Monedero, paga". 

El momento más delicado de Alberto Rivera llegó al comienzo del debate, cuando desde su derecha (en el escenario), tanto Sánchez como Iglesias le reprocharon que la propuesta de un contrato único igualará a los trabajadores por abajo y servirá para abaratar el despido. No se sintió nada cómodo el líder de Ciudadanos en la defensa de esa idea, aunque es cierto que fue hábil al sacar una cartulina donde aparecía la media de la tasa de paro bajo los gobiernos del PSOE, a un lado, y con los ejecutivos del PP, al otro. Que el diagnóstico sea correcto no significa que también lo sea su tratamiento. Rivera, notable orador, lo pasó muy mal en esa parte del debate. 

Para Pablo Iglesias el peor momento fue cuando se hizo un lío (o, a lo peor, no) al comparar su propuesta de una consulta legal en Cataluña sobre la independencia con la autonomía andaluza y el proceso que se siguió en aquella región en 1977. Ni desde el punto de vista jurídico, ni mucho menos el político o el histórico, es sostenible ese paralelismo. Y los rivales de Iglesias aprovecharon el patinazo, quizá el mayor del debate (si dejamos a un lado la anécdota de que no fuera capaz de nombrar bien a la auditora PwC), para echarse en tromba contra el líder de Podemos y desacreditar su postura, que paradójicamente es la única de las cuatro defendidas ayer que responde a la evidencia de que el 80% de los catalanes quiere votar en una consulta sobre su relación con el resto de España. Iglesias falló en ese ejemplo que se buscó y su intervención final, emocional, resultó algo impostada. 

Pedro Sánchez no tuvo grandes errores, pero tampoco aciertos destacables. Y así, en ese sí pero no, se resume la campaña del líder del PSOE, y su figura misma. La vacuidad de muchas de sus ideas. Correcto pero ni un poco más. La tendencia a hablar más de lo que hicieron bien los socialistas y de lo que ha hecho mal el PP que de exponer lo que él haría si llegara al gobierno. Puede que el momento de más debilidad del debate para él fuera su defensa nada convincente del modelo federal que propugna, y que quedó limitado poco más que a trasladar el Senado a Barcelona. Como idea no está mal, pero más parece una ocurrencia que una solución, un poco como la propuesta de Iglesias, reiterada, algo cansina ya, de ver Ocho apellidos catalanes como ejemplo de la pluralidad de España. Sánchez también mostró su escasa profundidad cuando arguyó como razón para reformar la Constitución que entonces, ojo, ¡no existía Internet!

El debate se estructuró en dos grandes bloques, uno sobre economía y Estado del bienestar y otro sobre reformas institucionales. Los candidatos mostraron su disposición a llegar a un pacto sobre educación, asunto que fue planteado con brillantez por Vicente Vallés, para mí el ganador por mayoría del debate. Una disposición que habrá que examinar en el futuro, porque siempre se dice que se quiere un acuerdo y nunca se consigue. También existió consenso, de boquilla al menos, al hablar de la violencia machista, donde los cuatro estuvieron correctos y respetuosos entre sí. Ni se habló del recorte en el presupuesto de partidas para la protección de las mujeres maltratadas. En ese tema, Soraya Sáenz de Santamaría acertó con un toque humano al plantear una realidad que puede sonar menor, pero que en absoluto lo es, el control de tantos adolescentes a sus novias. En esos pequeños detalles de vigilar el móvil de la pareja comienza el machismo que conduce a la violencia en el peor de los casos. Pero, claro, no basta. Y menos viniendo de la vicepresidenta de un gobierno que ha recortado en partidas de atención a maltratadas. También se enfrentaron con la respuesta al terrorismo yihadista. 

Se vio una confrontación marcada de lo nuevo (Ciudadanos y Podemos) contra lo viejo (PP y PSOE). Las estrategias de los cuatro fueron bastante sencillas. Sánchez quería demostrar que PP y Ciudadanos son lo mismo, "las derechas". Iglesias fue muy crítico con el PP, jugó a meter el dedo en la llaga de la falta de liderazgo de Sánchez y sólo se mostró dispuesto a llegar a acuerdos con Ciudadanos en materia de regeneración democrática. Rivera, desde el comienzo, disparó a izquierda y derecha. Lo mal que estamos es culpa del PP y del PSOE y él es la solución para los males. Por su parte, Sáenz de Santamaría se presentó como la gobernante responsable que rescató a España cuando estaba al borde del precipicio mientras que sus contrincantes andaban en otros menesteres y ahora quieren hacer un pacto de perdedores sin experiencia de gobierno. 

Además de las presencias y de los muchos asuntos tratados (con las pensiones uno tiene siempre la sensación de que nadie dice realmente lo que piensa y de que ningún político se atreve a plantear la cuestión tal y como es, porque podría restarles votos), el debate de ayer también estuvo marcado por las ausencias. De políticos y temas. Faltó Mariano Rajoy. El PP es un equipo, dijo la vicepresidenta. Y el PSOE. Y Ciudadanos. Y Podemos. Eso no vale. Se llama cobardía y cerrazón. Tampoco vale eso de que debatirá con el líder de la oposición, como siempre. Es que en la política española ya nada es como siempre. También faltaron Andrés Herzog, candidato de UPyD que protestó a las afueras de las instalaciones de Atresmedia por su ausencia, y Alberto Garzón, de IU-Unidad Popular, quien escribió en Twitter que "el presidente de la OCDE no sabe a quién votar, todos los candidatos le gustan". El de ayer fue un debate a cuatro pero no pocos piensan que debería haber sido a seis, pues UPyD e IU están representados en el Congreso y, aunque las encuestas les dejan muy abajo en intención de voto, no parece justa su ausencia. 

Y también destacó que no se hablaran de ciertos temas. Sé que hay muchos asuntos trascendentes, pero me cuesta mucho comprender que en un debate de más de dos horas no se mencionara la palabra cultura ni una sola vez y que no se hablara tampoco de dependencia ni de cambio climático. A los candidatos no les deben de parecer importante estos aspectos, como tampoco a los moderadores, que por lo demás estuvieron en su lugar, francamente bien salvo algún encontronazo de Ana Pastor con Sánchez. Es triste que en España no mueva ni un sólo voto, o que se interprete así al menos, el compromiso con el medio ambiente. Y dice mucho de nosotros como sociedad que no se mencione la cultura. Así estamos. 

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