La clase trabajadora

A un programa informativo se le debe pedir que profundice en los asuntos que son noticia, que busque poner las informaciones en su contexto. También, en un paso más allá, que marque agenda, que promueva debates que no copan portadas, que no aparecen en los medios. Salvados, con sus virtudes y sus defectos, lleva tiempo logrando ambas cosas. El programa de La Sexta conducido por Jordi Évole, alguien con una legión de seguidores detrás que siguen su trabajo y creen en su visión crítica de la política y la realidad, es casi una proeza. En el país del Gran Hermano, Sálvame y demás espacios de, digamos, escasa exigencia intelectual y esfuerzo mental, que un programa informativo que aborda cuestiones políticas y sociales nada cómodas, nada sencillas, es una bendición. Ya digo, con puntos fuertes y débiles. Con virtudes y defectos. Pero es casi heroico ver algo así en la televisión en España. Y que haya una masa de 2 millones de personas que sigan al equipo de Salvados cada domingo, aunque aborde historias que no son de rabiosa actualidad, nos hace pensar que algo está cambiando en la televisión española y que los espectadores tal vez no sólo quieran ver programas de vísceras y famosos pegando gritos. Ayer, 

Viva la clase media, fue el irónico titular del programa de ayer de Salvados, que estuvo vertebrado en torno a una entrevista de Évole a Owen Jones, ensayista británico que es una nueva referencia fresca y moderna de la izquierda europea, y en base a una pregunta: ¿dónde está la clase obrera o trabajadora? Comenzó el programa, que una vez más exhibió una realización brillante, una factura propia de un documental, con una clase universitaria en la que el profesor preguntaba a los alumnos con qué clase social se identificarían. Todos sin excepción respondieron que clase media. Pero después el profesor expuso el nivel de ingresos que marca esa franja de la clase media. Y muchos comprobaron que no estaban allí. Una alumna preguntó entonces "¿dónde queda la clase obrera?" Al final, los alumnos responden por unanimidad que sí, que son clase trabajadora. 

¿Y por qué entonces personas que proceden de la clase trabajadora no se sienten identificadas con ella? ¿Por qué en España hay muchas más personas que se definen de clase media de las que en realidad hay? ¿Por qué los políticos apenas hablan ya de clase trabajadora? ¿Por qué se asocia este término a algo viejuno, antiguo, pasado de moda? ¿Acaso hay algún interés detrás de ese cambio? Owen Jones piensa que sí. Y cuesta no darle la razón. El historiador británico, que aparente ser más joven de lo que es (31 años), es autor de un libro, Chavs, la demonización de la clase obrera, en el que plantea el cambio vivido en la sociedad británico en las últimas décadas. Un cambio social promovido, afirma, por el poder político y los medios de comunicación que pasa por ridiculizar a la clase trabajadora, por hacer creer a todo el mundo que es clase media y por defender que si alguien es pobre o tiene trabajo es por su culpa. 

Ayer Salvados expuso este pensamiento de Jones, desde distintas vertientes. Y, como poco, el espacio lleva al espectador a reflexionar, le invita a pensar. Eso es mucho más de lo que sucede en la mayoría de los programas televisivos. Primero, con este cambio social se consigue, explicó Jones, que las injusticias y desigualdades sociales no se vean como una tarea que deben abordar los gobernantes, sino como un problema individual. Ya saben. Trabaja más y deja de vivir de papá Estado. Si te esfuerzas de verdad, tendrás trabajo. Esa clase de ideas con las que se nos bombardea y que con la que uno comulgaría si no fuera porque conoce a personas con una extraordinaria formación y una formidable capacidad de trabajo que están sin empleo o con un trabajo precario. Es sencillamente falso. 

Jones es también muy crítico con los medios de comunicación. Habló de espacios en la televisión británica donde se ridiculiza y estigmatiza a las personas de la clase trabajadora. Y eso, quizá no en ese grado, nos suena mucho. Las chonis y los canis. Esos espacios de barrios que quedan retratados como zonas marginales llenas de personas analfabetas, drogadictas y conflictivas. Y, por supuesto, existe ese perfil en la sociedad. Pero no nos preguntamos por qué existe y, sobre todo, qué estereotipo se contribuye a alimentar con estos programas de televisión. Tantos y tantos espacios que, según defendió en Salvados ayer Mercè Oliva, profesora del Departamento de Comunicación e la UPF, construyen un prejuicio sobre la clase obrera, de tal forma que nadie quiere ser clase trabajadora si eso significa ser una choni o un cani. Nos reímos de ello, se hace chanza, son divertidos y reconocibles esos personajes de series de televisión que sólo piensan en botellones y en fiestas, pero no caemos en la cuenta con facilidad de lo que hay detrás de ese estereotipo. 

La clase obrera ha desaparecido, o se hace pensar tal cosa. "No nos molesta que exista la clase trabajadora, sino la conciencia de clase obrera", dijo Jones que afirmó Margaret Tatcher en un momento. Y el ensayista británico no defiende que exista un orgullo de los trabajadores, un sentimiento identitario propio, sino una conciencia de las desigualdades sociales, de cómo estas no se combaten desde los gobiernos. Su intervención final dio la clave de su trabajo: cualquier clase social es síntoma de desigualdad, hay que acabar con las clases sociales. El propósito no es tanto que quienes forman parte de la clase trabajadora se sientan como tal para mostrar orgullo, sino que tomen conciencia de ello para reclamar cambios en la sociedad. Para ir a mejor. Para ganar derechos y no ponerlos en riesgo. Para combatir la atroz desigualdad a la que contribuye este sistema económico del consumismo, del individualismo, del ascender machando al de al lado, de dejar en la cuneta al más vulnerable, al que menos suerte ha tenido... 

Y en este punto urge plantear el debate sobre el papel de los sindicatos. Jones, también aquí, muestra una visión lúcida. Y reconoce que los sindicatos deben cambiar a fondo, para empezar, en su forma de comunicarse. No quedarse sólo con la ira y con la queja, sino llegar a los más jóvenes, actualizar sus mensajes, renovar sus estrategias. El autor británico explica cómo, cuando estalló la crisis de 2008, una crisis del capitalismo, que fue causada por la ausencia de controles en este sistema (las hipotecas subprime en Estados Unidos), que reveló todas las limitaciones del mismo, la izquierda podía pensar que esta crisis jugaría a su favor, que conduciría a una revisión crítica del capitalismo. Pero eso no ocurrió. Al contrario, se impuso una visión económica única, la de la austeridad fiscal, la de los recortes. La Unión Europea ha sido el mejor ejemplo de ello. Todos los gobiernos, liberales, de derechas o socialdemócratas, han acatado sin rechistas esa receta, esa ficción de que sólo había un modo de salir de la crisis, que era de la austeridad máxima. Lo cual es falso, sencillamente porque nunca hay un único camino. 

Ha faltado espíritu crítico en la sociedad y, sobre todo, en los partidos de izquierdas, incapaces de plantear una alternativa, que han tirado la toalla en esta crisis, aceptando (el gobierno francés es el último ejemplo de ello) las recetas conservadoras y neoliberales. Lo más próximo a una alternativa llegó de Grecia, pero este país, con una situación financiera delicadísima, no tenía la menor capacidad de imponer un cambio en las políticas económicas implantadas en la UE. Es la gran derrota de la crisis para los partidos socialdemócratas, el haber sido incapaces de presentar una receta distinta. Porque siempre la hay. Porque la política es cuestión de prioridades. Porque no es verdad, nunca lo fue, que sólo haya un camino para salir de la crisis, que es justo el que marca la imperante visión conservadora. Porque es una falacia que la economía sea una. Nada hay más peligroso que presentar como algo meramente técnico, como un planteamiento de expertos sin ideología, lo que en realidad es una visión política determinada. Legítima, por supuesto. Pero no la única, por mucho que sea hegemónica en la UE. En contra de lo que cabría esperar de una crisis del capitalismo, de los excesos de este sistema, son quienes más lo defienden los que están saliendo reforzados de ella, mientras que los más críticos no han sido capaces de presentar una alternativa y han pasado, además sin la menor resistencia, por el aro del neoliberalismo y la austeridad suicida. 

El Salvados de ayer hace pensar y, además, refuerza las ganas de leer la obra de Jones, a la que ya le tenía ganas porque una buena amiga me había hablado de ella mucho y bien. Si hoy hablas de clase obrera se asocia indefectiblemente con visiones rancias y pasadas, con radicalismo, con dogmatismo. Y lo cierto es que no es así. En un país donde el salario medio es de 15.500 euros al mes es llamativo que la inmensa mayoría de la población se considere de clase media. Y, como bien señaló el profesor universitario al comienzo del espacio, mientras que a la clase obrera se le asocian conceptos como lucha, defensa de los derechos, reclamación, protestas y huelga, a la clase media le van mejor conceptos como hipoteca, comodidad, tranquilidad, conservación de la riqueza... Una jugada redonda, no lo negaremos, esta de acallar la conciencia crítica de los trabajadores y la necesidad de unirse para reclamar derechos. No tendríamos baja por enfermedad, días libres o vacaciones si antes no hubieran existido unos sindicatos que lucharan por ello. Y, desde luego, no tendremos un cambio en las precarias condiciones laborales que ha deteriorado la crisis si no hay sindicatos que defiendan los intereses de los trabajadores y que estos defiendan como propios, algo que no sucede ahora, en parte por la comodidad de estos y en parte también por los errores de las centrales sindicales. Pero, aunque estos sindicatos no valgan, los sindicatos son necesarios. Y esto parte de tomar conciencia de las desigualdades e injusticias que se deben combatir, rechazando las trampas de la clase media y la estigmatización de la clase obrera. 

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