El recurrente sueño de un pacto por la educación

Se acercan unas nuevas elecciones generales y, en el escaso espacio que deja en el debate público el agotador asunto de la independencia de Cataluña, se vuelve a hablar de educación. Regresa el recurrente sueño de un pacto nacional por la educación. Una de las grandes carencias de nuestra sociedad. La corrupción política, el distanciamiento entre los intereses de los ciudadanos y las prácticas de sus representantes, el politiqueo barato, el sistemático desprecio por la cultura... Y, sin duda, la falta de un pacto por la educación. La ausencia de voluntad política, a izquierda y derecha del tablero, por intentar alcanzar un acuerdo entre partidos políticos y representantes de la comunidad educativa que trascienda a quien gobierne y a cuáles sean los debates políticos del momento. Eso no se ha logrado, se intentó en el último gobierno de Zapatero con Gabilondo, pero las pugnas políticas de bajo vuelo impidieron el pacto. 

Ahora, tras cuatro años de tóxica gestión de José Ignacio Wert, premiado por haber destrozado la educación y despreciado a la cultura con un retiro dorado en París, su sucesor en el ministerio, Íñigo Méndez de Vigo, ha encargado al prestigioso (y muy crítico con Wert) filósofo José Antonio Marina la elaboración de un Libro Blanco que siente las bases para un pacto nacional educativo. Puede ser un esfuerzo baldío, pues la legislatura ha terminado y nadie sabe quién estará al frente de la cartera de Educación a partir de diciembre, pero es alentador este movimiento. Puede ser, bien lo sabemos, un simple brindis al sol. De momento, tan dados como somos ahora a quedarnos con los titulares, a analizar la sociedad en no más de 140 caracteres, nos hemos quedado con una de las propuestas de Marina, pagar más a los profesores mejor valorados, a los que obtienen mejores resultados. Marina lleva muchos años clamando en el desierto por un pacto de educación, así que creo que merece al menos el margen de la duda y no críticas de brocha gorda a esta propuesta. Dicho esto, parece claro que resultaría complicado establecer un sistema para medir los resultados de los maestros. ¿Se guiaría por las notas de los alumnos, que ellos mismos ponen? 

En todo caso, José Antonio Marina es un buen acompañante, quizá uno de los mejores, en la senda por el acuerdo nacional para la educación. Hay muchos aspectos que mejorar, casi todos. No hay examen internacional al sistema educativo en España que no abochorne. Y hay que examinarlo todo, cuestionarlo todo. Naturalmente, la gestión del PP en estos últimos años ha sido desastrosa. Se ha golpeado a la igualdad de oportunidades con la reducción de las becas universitarias. Se ha vuelto a aprobar una ley educativa sin contar con nadie, sin buscar siquiera el acuerdo con los profesores, no digamos ya con otros partidos políticos. Se han rebajado las becas comedor y se ha aumentado la ratio de alumnos por aula. También se han aprobado excentricidades como una FP de tauromaquia. Se ha cedido a las presiones del ala extremista del partido en el gobierno para devolver a la religión a un lugar en pie de igualdad con otras asignaturas que, en el siglo XXI en un Estado aconfesional, no le corresponde. Se han despedido a profesores eventuales.

Todo lo que se ha hecho estos últimos cuatro años ha sido desastroso. Pero sería un error propio de sectarios reducir los problemas de la educación en España a la gestión del PP en la última legislatura. En absoluto. Se deben reparar los errores de este gobierno, sin duda. Pero hay que tener una visión mucho más amplia. No me fiaría demasiado de quienes parecen sostener que antes de la llegada del PP al ejecutivo todo estaba bien. Porque eso es radicalmente falso. La universidad en España es una institución endogámica donde no está nada claro el sistema de méritos de los profesores y funciona con excesiva frecuencia la lógica de las camarillas de este o aquel decano. De este o aquel grupito. Se medra más de lo necesario y se investiga menos de lo recomendado. En ningún ranking mundial aparecen en lugar destacado las universidades españolas. Lo fácil es decir que esto se debe a la financiación menguante de las administraciones públicas. Pero no basta con eso. Hay que afrontar con honestidad todo lo que no funciona. Y los favoritismos, el escaso control presupuestario y el en ocasiones muy decepcionante nivel del profesorado son rémoras de la educación superior en España que se debe combatir. No tengo claro que exista un sistema para fiscalizar bien cómo se gestionan las universidades. 

Sobre la educación primaria y secundaria, como digo, la propuesta de Marina de pagar más a los mejores profesores puede ser muy difícil de llevar a la práctica. Pero sí creo que el fondo de esta idea es inapelable. Se debe examinar también a los profesores. Un buen sistema educativo debe asentarse en la excelencia de los maestros. Estos deben estar bien pagados, sin duda. Son el eje de la educación de quienes gobernarán la sociedad en el futuro. Pero también se les debe exigir una formación continua, que no siempre se da. Un control, entiéndase bien este término, a lo que enseñan. Porque bien sabemos que hay profesores en constante mejora, que se preocupan por aplicar nuevos métodos de enseñanza, por mejorar sus clases, pero también otros que llevan décadas impartiendo las lecciones a la antigua usanza. Parece razonable que exista un método para garantizar la calidad de la enseñanza y, pese a los aspavientos corporativos que naturalmente llegarían en este caso, esto debe pasar por examinar la práctica profesional de los profesores. 

También conviene mirarse de vez en cuando al espejo. Porque la educación en España marcha mal, sin duda, por la dejadez de los gobernantes, por los recortes, por la ceguera de quienes no han sido capaces en todas estas décadas de democracia de alcanzar un acuerdo de Estado. Pero también deberíamos reconocer que algunas actitudes de los padres y madres de los alumnos no son las más adecuadas. Tiene mala prensa, por ejemplo, el término disciplina, y por eso algunos progenitores hablan más de los profesores delante de sus hijos y, claro, siempre se ponen del lado de estos últimos frente a los maestros. Debe de parecer arcaico eso de transmitir a los hijos que el maestro es quien marca las reglas en las aulas, eso de ayudar a fomentar su posición jerárquica (sí, jerárquica) en las escuelas. Qué decir de esas pamplinas de promover, ay, que los pobres chavales no lleven deberes a casa, porque deben disfrutar de la vida y no les podemos amargar con tareas. O las estupideces de defender que se pase curso con cuatro o cinco asignaturas suspendidas porque, ay, los chicos tienen que seguir estudiando con sus amigos, que si no se traumatizan. Esta severa y estúpida confusión de términos, este pensar que hablar de disciplina, esfuerzo y dedicación a los estudios es algo poco menos que fascista y los deberes escolares son salvajadas de otra época, tampoco ayuda nada a la educación en España. 

Por supuesto, una de las mayores atrocidades cometidas por los sucesivos gobiernos, en especial por este último, es la progresiva eliminación de la Filosofía. Esa materia es mucho más que una asignatura. Es enseñar a pensar a los alumnos. Ayudar a ser críticos, a cuestionárselo todo. Quizá precisamente por eso, claro, al gobierno le gusta tan poco. Resulta mucho más fácil ejercer el poder ante un pueblo inculto que ante otro preparado, ducho en la filosofía, que se lo cuestione todo,que reflexione y critique lo que no le agrade. Que ponga en cuestión las propuestas de cada gobierno de turno que pretenda aplicar recortes o imponer otras políticas que, sin duda, tragarán mucho mejor los ciudadanos si están mal formados. 

No entiendo por qué en España hablamos tanto de Dinamarca, Suecia y estos otros países ejemplares en tantas cosas, sin duda en el blindaje a su Estado del bienestar, a sus envidiables niveles educativos, pero luego nadie con poder se ha planteado directamente, dicho de forma llana, copiar en la medida de lo posible los sistemas educativos de aquellos países donde funciona bien. Y comparándonos con estos Estados lo primero que queda claro es que necesitamos más recursos para la educación. Sí, más dinero. Destinamos poco dinero público a la educación, tal vez porque lo vemos como un gasto en lugar de como una inversión, la más trascendental para el futuro de la sociedad. Sin duda, empezando por ese punto y siguiendo por todos los demás (la exigencia al profesorado, las ratios de estudiantes por aula, la organización de las clases..), deberíamos fijarnos en esos sistemas que si funcionan e intentar imitarlos. 

Por supuesto, también debemos sacar a la educación del debate político, que todo lo intoxica en España. Los gobiernos, centrales y autonómicos, suelen ver en la educación una prodigiosa e irresistible arma de adoctrinamiento. Para introducir la religión en el currículo escolar, por ejemplo, o para transmitir la historia del terruño y una retorcida visión del pasado que sirva a los intereses espurios y partidistas del gobierno de turno en aquellas regiones donde los nacionalistas han tenido el poder y las competencias sobre la educación. ¿Se logrará en esta nueva legislatura, ahora que tanto hablamos de la nueva política y de cambio de era por el surgimiento de nuevos partidos, aparcar el partidismo del debate sobre la enseñanza? Soy muy escéptico, a ello obliga la historia reciente de España, pero sin duda este debería ser un pilar sobre el que asentar esa regeneración democrática tan imperiosa. Si encontramos un hueco entre el debate soberanista catalán. 

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