El hijo del otro

Un artificio que ayuda a comprender mejor un conflicto muy real y enrevesado que dura ya décadas. Una ficción que permite acercarse a la realidad desde otro punto de vista. Un canto a la tolerancia y una reflexión natural y nada impostada sobre la identidad, sobre aquello que nos define, tantas veces en contraposición al diferente. Una narración sutil, elegante e inteligente. Todo esto es El hijo del otro, conmovedora película de la cineasta francesa Lorraine Lévy estrenada en 2012. Esta cinta es una brillante demostración de que a veces el cine sirve mucho más que para plasmar en pantalla una historia fabulada. El desgarro emocional de esta película trae de la mano una mirada diferente a un drama real que se antoja irresoluble, el conflicto palestino israelí. Y eso que la cinta camina sobre el alambre y amenaza con caer en la simplificación, en lo artificial. Pero esquiva siempre ese riesgo gracias a un guión contenido que no se desboca en ningún momento, que suena muy verosímil, nada forzado, y también por obra y gracia de unas interpretaciones fabulosas.

Todo cambia en la vida de los protagonistas de la historia cuando un análisis de sangre que se hace Joseph cuando busca entrar en el ejército israelí para seguir los pasos de su padre demuestra que su grupo sanguíneo es incompatible con el de sus progenitores. Joseph no es su hijo biológico. Se descubre entonces que, al nacer, en medio de un ataque con misiles, en el hospital donde su madre dio a luz se cambiaron por error dos bebés. Dos mujeres que dieron a luz y fueron intercambiados. En ese instante dio un viraje su destino. Los padres biológicos de Joseph son palestinos, de Cisjordania. Los de Yacine, israelíes, de Tel Aviv. Cuando descubren el error en el hospital se derrumba el mundo de todos ellos y se pone en cuestión su identidad. Un drama en cualquier circunstancia, pero particularmente doloroso en Oriente Medio, donde tanto define el "ellos" y el "nosotros".  

"Yo soy lo que soy y lo que quiero", dice Yacine en un momento del filme cuando su hermano, que detesta a los israelíes por el maltrato que someten a su pueblo, por la invasión de su territorio, por la muerte de otro hermano, le echa en cara que es hijo de padres judíos. "Que sepas que llevas sangre musulmana", le dice en otro pasaje de la historia este mismo personaje a quien es su hermano biológico, educado en el judaísmo, Joseph. "¿Y qué quiere que haga?", responde este. El conflicto emocional, personal, intenso, se aborda en la cinta con diálogos bien construidos, sin ligereza, pero también sin dramatismo, con toques de humor incluso. Se muestra el choque entre dos mundos enfrentados, dos vecinos condenados a entenderse, pero que se desprecian, sobre los que se asienta cada día un poco más un sentimiento de intolerancia y odio. Cómo sentirse cuando descubres que eres lo que debes odiar, que debes odiar lo que eres. 

La película, hermosa, delicada, sensible, muestra cómo la familia, los afectos, la educación, cuentan más para la identidad personal más que la sangre o la religión.  Y sin embargo, el judaísmo define al joven y el sentimiento de solidaridad con su pueblo mueve al palestino, que estudia medicina para regresas a Cisjordania y poner en pie un hospital en memoria de un hermano asesinado. "-¿Sientes odio?", le pregunta Yacine a Joseph en la primera conversación que mantienen. "No, te prometo que no. ¿Y tú? -Yo vivo en París, queda muy lejos". La reacción de los personajes al error del hospital pasa por la negación, el desprecio al de enfrente, las posturas irreconciliables, el cariño a alguien de quien se desconocía la existencia hasta hace nada. Y, en medio, el amor, el ánimo de entendimiento, la música como vínculo inesperado, la voluntad por gestionar bien este viraje emocional a sus vidas. La cinta acierta al no abordar directamente casi en ningún momento el conflicto con mayúsculas (salvo algún enfrentamiento dialéctico entre los padres) y centrarse en la visión personal y el drama humano que plantea esta historia, donde irremediablemente se cuela la confrontación entre Israel y Palestina. Todo lo que hay detrás de ese error en el hospital. Todo lo que implica, más que un tratado geopolítico o histórico. 

Poco del conflicto a secas y mucho de heridas personales que no han cicatrizado, de una vida cotidiana dura, de recelos, controles policiales, miedo y falta de acuerdo. No es una película sobre el conflicto palestino israelí, sino un drama ambientado en ese escenario, un reflejo de cómo aquella confrontación entre dos pueblos marca la vida y determina la identidad de sus habitantes. Duele, desgarra, emociona esta cinta maravillosa, que es, sin duda, una de las aportaciones más elegantes y conmovedoras al amplio género de películas sobre este conflicto sin fin. Joseph y Yacine pertenecen a dos mundos, cada uno al que le hubiera correspondido por nacimiento al de enfrente. "El otro lado", como dicen personajes israelíes y palestinos en distintos momentos del filme. Esto plantea una inteligente reflexión sobre lo trascendental que es nuestro origen, nuestra educación, lo que se espera de nosotros por ser de un lugar y no de otro, por hacer sido educado en base a unas creencias y no a otras. Pero a la vez, la incapacidad de seguir como si nada hubiera pasado cuando se descubre que la biología y los afectos se entremezclaron, cruzaron sus caminos en el hospital tras el parto. Que se rompieron los esquemas y se cambiaron los papeles del guión de la vida de esos dos bebés. Enorme impacto emocional en cualquier entorno, pero más aún en Oriente Medio, donde ese fatal cambio supone vivir al otro lado de la frontera religiosa, emocional, social. 

El final de la historia, que naturalmente no desvelaré aquí, es tan brillante y en apariencia sencillo como el conjunto de la película. Un filme donde, como digo, deslumbra el enfoque delicado, sensible, reflexivo, de la directora y el espléndido guión. También sobresalen las interpretaciones de todos los protagonistas. La confusión en los rostros y las actitudes de los jóvenes cuya vida resulta haber sido radicalmente distinta a cómo debería, interpretados por Jules Sitruk (Joseph) y Mehdi Dehbi (Yacine). La sacudida emocional de haber cuidado a quien no es su hijo biológico, aunque lo sientan como él, y de saber que acaban de conocer a quien dieron a luz de las madres, a las que dan vida unas extraordinarias Emmanuelle Devos y Areen Omari. La rigidez y la negación, que se van descomponiendo según transcurre la historia, de los padres, interpretados por Pascal Elbé y Khalifa Natour. La incomprensión del hermano de Yacine (Mahmud Shalaby). El hijo del otro es, en resumen, una película muy recomendable que aborda el conflicto palestino israelí desde un punto de vista diferente y que acierta en poner el acento en los sentimientos personales, en lo que define nuestra identidad, en el poder del amor por encima de los enfrentamientos históricos. Una joya. 

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