Diez apuntes sobre el monotema catalán

1. Vía muerta. Si yo fuera independentista catalán me desagradaría mucho la fórmula escogida por los políticos que representan esta posición política en el Parlament. Una resolución independentista que proclama la desobediencia a las leyes y al Tribunal Constitucional es una vía muerta que no conduce a ningún sitio. No sé de qué forma podría lograr Cataluña su separación de España, pero desde luego sé que así, por las bravas, unilateralmente, rompiendo todas las leyes y declarando a la Cámara que representa a toda la región insumisa, no lograrán nada. Más cabreo. Más agitación. Más situaciones de tensión. Más frustración. Más problemas. Sí. Pero en absoluto conseguirán así la independencia. ¿Acaso creen que podrían defender este proceso ilegal ante cualquier organismo internacional? ¿De verdad piensan que recibirían el apoyo de la comunidad internacional a esta chapuza? Si lo creen así, es enternecedora su inocencia. Y si no lo creen pero sólo buscan forzar la situación hasta límites insospechados, es pavorosa su irresponsabilidad. 

2. Lectura errónea. Esperábamos (en realidad, no del todo) tras las elecciones autonómicas del 27 de septiembre que todo el mundo leyera bien los resultados de esos comicios. Podemos constatar ya que nadie lo ha hecho. Junts Pel Sí y la CUP creen que, sin obtener siquiera la mitad más uno de los votos ciudadanos, han recibido un mandato democrático para proclamar la independencia. Falso. La CUP dijo en la noche electoral que el apoyo había sido insuficiente para emprender este camino, pero ahora parece haberse convencido de lo contrario. Leen mal el resultado de las elecciones si de verdad piensan que cuentan con una mayoría suficiente para emprender la senda de la desconexión, como lo llaman ahora. Y, por supuesto, también han interpretado mal el resultado de la cita con las urnas del 27-S los no independentistas que no comprenden, pese a que cerca de dos millones de catalanes votaron inequívocamente a favor de separarse de España, que en Cataluña hay un problema político de primera magnitud que se debe atender con un enfoque político y con soluciones dialogadas, no sólo judiciales, porque de nada sirve negar la realidad, que es lo que parecen hacer ambos bloques. Los unos, queriendo ver en su exigua mayoría un apoyo holgado del pueblo catalán a la independencia uniletateral y los otros pensando que con apelar al Tribunal Constitucional y a las leyes se extinguirá la aspiración, perfectamente legítima, de quienes quieren separarse de España y a quienes habrá que ofrecer salidas políticas, ilusionantes proyectos en común en vez de amenazas.  

3. Cortina de humo. Sería cínico y falso negar que hay una parte importante de la población catalana que quiere la independencia, que piensa de verdad que lo mejor para su pueblo sería separarse de España y crear un Estado propio. No son demonios ni delincuentes en potencia. Pero sería también inocente negar que para quienes encabezan este proyecto, pienso sobre todo en Convergencia y en Artur Mas, la vía separatista es una válvula de escape a sus problemas, una cortina de humo muy aparatosa para ocultar los escándalos de corrupción de los que están infectados y los recortes sociales que, sin que nadie les obligara, emprendieron en los últimos años. Fue patético ver a Mas lloriquear en el Parlament por el apoyo de la CUP, suplicar a los antisistema que le apoyen a él, representante del partido burgués, conservador y (presuntamente) corrupto por excelencia de Cataluña como líder mesiánico para conducir al país a la independencia. Qué oportuna caída del caballo ahora que la Justicia española cerca a los Pujol y compañía. Esa desesperación de Mas da cierta lástima, como la del amigo que se empeña por ligar con alguien a quien no atrae. Que alguien le diga a Mas que, ya que no va a conseguir el amor de la CUP, puede conservar algo de dignidad. 

4. Referéndum legal. Aunque detesto cualquier clase de nacionalismo, sigo pensando que la forma más democrática de responder a las legítimas aspiraciones de una parte de la sociedad catalana de separarse del resto de España es convocar un referéndum legal, es decir, negociado con el Estado central. Es una opción a la que se niegan PP, PSOE y Ciudadanos y que, en el ámbito estatal, sólo respalda Podemos. Tampoco parece ya, y esto es dramático, la opción de Junts Pel Sí ni las CUP, quienes prefieren no pasar por este trámite de hacer una consulta clara e inequívoca a los catalanes sobre la independencia, porque se toman los ajustados resultados del 27-S como el mandato democrático que buscaban para poner en marcha el proceso secesionista. No creo que Canadá sea una república bananera, precisamente, y en ese país democrático se aprobó la Ley de Claridad, que contempla los requisitos para la celebración de un referéndum en Quebec, región con una parte de la población partidaria de la independencia. Y creo que es un ejemplo: consulta con pregunta clara y sin equívocos, pactada con el gobierno central y que requiera de una mayoría amplia (quizá, en torno al 60%) para sacar adelante el sí a la separación. Si los independentistas catalanes apostaran de verdad por esta vía de la negociación, lo cual debería implicar suspender el proceso empezado esta semana, y se encontraran con la férrea oposición del gobierno central, no tengo la menor duda de que aumentarían el apoyo internacional y dentro de la propia Cataluña a su causa. Pero es que no están en esas. Casi nadie está en esas. Y por ahí no van a ningún lado. 

5. República idealizada. Una de las intervenciones más surrealistas de las que hemos escuchado estos días en el Parlament catalán es la de la diputada de la CUP Anna Gabriel, en la que defendía las razones por las que apoya la moción independentista que aprobó este lunes la Cámara. Dijo que la futura República catalana será un país sin Ley Wert, con aborto libre, sin recortes sanitarios ni de educación... Revela esta intervención la confusión inmensa en la que se mueve la CUP. España no es el PP, igual que Cataluña no es Junts Pel Sí ni la CUP. Afortunadamente. Confundir el todo por la parte, el gobierno que puntualmente rige un país (elegido democráticamente por sus ciudadanos) con el Estado en su conjunto, es un disparate. ¿De dónde se sacan que esa hipotética República catalana sería más virtuosa, más justa y menos corrupta si entre sus líderes estarían los mismos que han llevado a cabo recortes sociales y que han robado a manos llenas en las dos últimas décadas? Una forma de Estado no es sinónimo necesariamente de un mejor funcionamiento de un país. Creo que una Cataluña independiente, a la larga, podría ser viable. Pero no por el hecho de ser independiente. Dependería de sus gobernantes, entre otras cuestiones. Y, francamente, el pésimo nivel exhibido por los líderes independentistas y su dudoso historial ética invita a las dudas sobre esa Arcadia feliz que planteó Anna Gabriel en el pleno del lunes. 

6. Alergia a las grandilocuencias. El empleo excesivo de grandilocuencias, de palabras gruesas, de términos épicos, de apelaciones a la Historia, de intervenciones falsamente solemnes, de artificios retóricos que buscan transmitir la idea de que se está viviendo algo trascendental... Toda esta retahíla de excesos me da bastante repelús. A uno, que es alérgico a banderas, patrioterismos baratos, discursos grandilocuentes e impostados, patrias que se quieren formar o que se quieren romper, himnos, sentimientos nacionalistas y demás bajos instintos, le cuesta mirar las noticias estos días sin sentir una sensación de extrañamiento. Me preocupa lo que sucede, desde luego. Tengo para mí que a un país le suele ir peor cuanto más se hable obsesiva y repetidamente de naciones, patrias y demás palabras gruesas. Porque es síntoma de que algo va mal. Me inquieta porque quiero que Cataluña siga formando parte de España. Pero me cuesta mucho sentirme representado por ninguno de los actores de esta farsa. Me cuesta, en fin, me resulta imposible, tener ese sentimiento nacional según el cual uno debería andar ahora revuelto porque le están atacando, insultando y poniendo en cuestión la unidad de su patria. Igual que me resultaría imposible, si fuera catalán, anteponer las ansias independentistas a cualquier otra cuestión más urgente y que se está dejando de lado como la sanidad o la educación. 

7. Juego de máscaras. No puedo dejar de preguntarme cuántos políticos de Junts Pel Sí, decenas de ellos procedentes de la antaño moderada Convergencia, en realidad no buscan lo que dicen buscar, la independencia de Cataluña, sino que están en una huida hacia adelante, en una actitud impostada. O cuántos políticos del PP o de Ciudadanos, en el fondo, no pensarán que esta polémica y su postura de firmeza les puede venir bien en las elecciones general del 20 de diciembre. No descartemos, pese  ala grandilocuencia con la que disfrazan todos sus intervenciones, que estemos asistiendo a un juego de máscaras en el que no pocos actores interpreten un papel que en realidad no sienten. Probablemente, la CUP y ERC sí quieren seguir adelante. Dudo mucho que no haya partes de Convergencia que, en el fondo, estén deseando que esto se detenga de algún modo, mucho mejor si es con una intervención del Estado que sirva para alimentar su victimismo, pero ya sin la urgencia de tener que encabezar este viaje incierto a la independencia en el que no creen. En las filas no independentistas, por cierto, Inés Arrimadas ha ejercido con brillantez (al menos si lo comparamos con el nivel medio del Parlament) su papel de líder de la oposición, García Albiol asusta un poco con ese tono de impostada indignación y Andrea Levy debería dejar de masticar chicle en las sesiones de la Cámara. Algunas escenas suyas de ayer parecen más propias de un garito que de un Parlamento autonómico. 

8. Diálogo urgente. Sí, lo siento, soy de esos tibios que, en lugar de clamar por la aplicación inmediata del artículo 155 de la Constitución (qué ardor guerrero exhiben algunos) sigue pensando que se debe dialogar. El problema es que o hay ninguna disposición a charlar. Y aquí no quiero ser equidistante. Es verdad que el gobierno de Rajoy no ha dialogado ni se ha mostrado abierto a intentar llegar a una solución política con las aspiraciones de independencia en Cataluña. De acuerdo. Pero, tras la declaración del lunes del Parlament, el margen de acción para este o cualquier gobierno central es muy limitado. ¿Qué puede hacer exactamente? Es imposible pretender dialogar con quien niega la ley. Es muy grave que un Parlamento regional decida con una resolución situarse la margen de la legislación vigente y aprobar un plan de independencia a 18 meses vista. Con esa espada de Damocles, ni este ni ningún futuro ejecutivo podrá negociar nada con estos políticos independentistas catalanes. 

9. Saturación. Titulo este artículo monotema porque, en efecto, satura que sólo se hable de ello, que se ponga todo lo demás en un segundo plano. Como si en Cataluña no hubiera paro, desahucios, personas que no llegan a fin de mes, niños malnutridos por la crisis (como en el resto de España), violencia machista, necesidades de inmigrantes desesperados que atender, un sistema educativo que mejorar, una sanidad a la que devolver su buen funcionamiento tras los cierres de quirófanos y habitaciones impuestos por la misma Convergencia que ahora promete una sanidad universal... Son muchas materias importantes las que se están relegando en Cataluña, las que se llevan relegando muchos meses, por el monotema de la independencia. 

10. Incertidumbre total. Lo más inquietante de la nueva fase en la que ha entrado el proceso independentista catalán es que nadie sabe a dónde conduce. Nadie. Ni el gobierno central sabe muy bien cómo acabará todo esto, ni tampoco los independentistas. Para empezar, porque Mas no ha recibido apoyos para ser presidente y no es descartable que se convoquen nuevas elecciones. Y, aunque al final Mas se echara a un lado y se eligiera a Romeva o a cualquier otro como presidente, si se sigue la idea de desobedecer al Constitucional, ¿qué hará el gobierno central? Porque, naturalmente, no puede tolerar que una región se rebela contra la legislación vigente de un modo tan abierto. ¿Y qué sucederá tras esa reacción del Estado? Todo es incierto. Por eso preocupa tanto. Por eso espanta la irresponsabilidad de quienes han permitido que se llegue hasta aquí. 

Comentarios